Scioli y Moyano ponen en juego su fidelidad K
Temeroso de algún derrumbe, Alberto Fernández abandonó la casa. Ya se conocen algunas de sus razones, personales y políticas. Más misteriosos son los efectos de su salida. No porque se vaya a producir un éxodo de amigos del ex jefe de Gabinete, como él acaso calculó en alguna tarde candorosa. Salvo la fiel Rosario Lufrano, los funcionarios más cercanos a Fernández descubrieron que su destino es ayudar a Sergio Massa en sus ciclópeos desafíos.
Si no renunciaron los amigos, menos lo harán los enemigos. Julio De Vido, Carlos Zannini o Ricardo Jaime festejan la armonía familiar recuperada. Ahora tienen a papá y mamá para ellos solos. La política cobija siempre algo infantil.
Sin embargo, Néstor Kirchner no debería seguir pensando que "Alberto se fue porque ya era la voz de la derecha, pero aquí no ha pasado nada". El portazo puede afectar las principales alianzas en las que se sostiene el decaído poder del Gobierno. Hay dos actores cruciales de este drama que se debaten entre la conveniencia de seguir al lado del ex presidente o seguir los pasos de Fernández. Son Daniel Scioli y Hugo Moyano. Kirchner los reconoció como las dos vigas maestras de la arquitectura oficial al ubicarlos a su lado en la conducción del PJ. Scioli y Moyano tienen invertido casi todo su capital político en asociación con el santacruceño. Para ellos, la imagen del ex jefe de Gabinete arrojándose del avión que ayudó a comandar durante cinco años tiene un impacto testimonial inigualable. ¿Se alejó sólo por diferencias conceptuales y emocionales? ¿No quiso seguir perdiendo frente a De Vido? ¿Se lanzó al vacío porque ya no toleraba el estilo del comandante o porque, además, divisó una montaña y temió estrellarse?
La inflación sigue su ritmo y el Gobierno insiste en enmascararla con estadísticas falsas. La política energética está contra las cuerdas, más allá de que dentro de pocos días se anuncie un 15 y un 20% de aumento de tarifas. Y la incógnita fiscal se agiganta: hace dos viernes hubo que convencer al secretario de Hacienda, Juan Carlos Pezoa, para que no renunciara, acobardado ante las presiones para aumentar el gasto. ¿Cuánto pesó todo esto en Fernández? Así cavilan Scioli y Moyano.
El gobernador de Buenos Aires fue decisivo para que Kirchner ingresara al ballottage en 2003 y para que la señora de Kirchner no lo hiciera en 2007. Hasta que se desató el conflicto agropecuario, Scioli se seguía viendo en ese rol. Suponía que el desgaste natural del poder impediría a los Kirchner la reelección de 2011 y que, ante ese límite, lo dejarían a él en la presidencia. Para esa hipótesis ensayó negociaciones con dos allegados. Massa, a quien la misma marcha podría dejar en la gobernación bonaerense, y Martín Redrado: Scioli lo sueña su ministro de Economía en la Nación.
La historia tuvo otras ideas. Massa ingresó al Gobierno sin siquiera avisar a La Plata. Ahora tiene otros desvelos: conseguir, por ejemplo, que su pase no sea visto como la asunción de la Jefatura de Gabinete por parte de Kirchner. En Olivos son despiadados. Una hora después de jurar, Massa debió fotografiarse con De Vido y Jaime para anunciar la estatización de Aerolíneas.
Redrado enfrenta sus propias tribulaciones. Preside el Banco Central con 30% de inflación y, para mayor pesadilla, Kirchner lo ha puesto en la mira de sus pesquisas. El ex presidente está inquieto por algunas comunicaciones telefónicas originadas, al parecer, en el despacho de Redrado, con destino a un número de los Estados Unidos y realizadas de manera sistemática cada vez que desde el Central se estaba por intervenir en el mercado de cambios. A Kirchner le enviaron estos datos desde una embajada extranjera.
Solitario, Scioli ve los estragos de la crisis en su propia casa. En el mejor de los casos, su imagen positiva cayó más de 20 puntos entre marzo y julio. La negativa subió unos 15. En plazas como Mar del Plata o Bahía Blanca, el derrumbe fue más calamitoso.
Los huevazos y abucheos encontraron a Scioli sin dinero. Debió extender el impuesto a los ingresos brutos a actividades cuya rentabilidad tiende a cero. Para colmo, los intendentes le han exigido compartir lo recaudado por mitades: fue una de las últimas iniciativas de Massa como intendente de Tigre. Desde el duhaldismo, Jorge Sarghini hostiga al gobernador exigiéndole que en vez de subir los impuestos reclame a Kirchner los fondos que le corresponden a la provincia.
Al lado de Scioli, las discusiones ya son acaloradas. No sólo los Kirchner no se recuperan sino que Julio Cobos triplicó su prestigio. Un intendente clave del conurbano le contó al gobernador: "Cuando Néstor quiso irse del Gobierno, nos llamaron desde la Casa Rosada para una manifestación. Tuvimos que decir que no. Al Congreso apenas pudimos llevar 2000 personas cada uno. En los barrios ya nadie se mueve por este gobierno". Eduardo Duhalde completa el panorama de Scioli: le manda a decir que ya tiene los congresistas para destronar a Kirchner del PJ. Una tentación, sobre todo en tiempos de Cobos.
Frente a estos datos, hasta alguien que sólo atina a "mirar al futuro" se anima a pedir una autocrítica. Pero Kirchner, muy inquieto, sospecha de cada detalle: Juan Schiaretti pronunció la misma palabra que Scioli. En Olivos conocen los viejos vínculos entre Scioli y el PJ de Córdoba. Pero hasta ahora los atribuían sólo a asesoramiento administrativo y financiero.
La otra alianza clave, con Moyano, también se aflojó. El malestar nació en una reunión del PJ, hace más de un mes, en la que el camionero dijo: "No sé si será una idiotez, pero creo que debemos aprovechar el documento de los obispos para acordar con el campo". Kirchner contestó: "Si no fuera porque es una idiotez, diría que es una traición". Un desubicado ensayó un aplauso y Moyano se salió de las casillas. Desde entonces, el idilio entre ambos terminó. Sólo queda la mutua necesidad.
Moyano se siente más seguro desde que fue reelegido en la CGT. Además, debe dar satisfacción a los sindicalistas tradicionales que volvieron a su lado con la expectativa de las conquistas que había prometido. El camionero se propone, con el salario mínimo, retomar una vieja agenda de reclamos. Cristina Kirchner todavía no cumplió con el aumento en los aportes a las obras sociales. Al contrario, respaldó a Graciela Ocaña para que siguiera investigando los fondos distribuidos entre esas entidades desde la Superintendencia de Salud: Moyano fue el más beneficiado con ese jubileo.
Pero la relación entre Kirchner y el jefe de la CGT se pondrá a prueba más temprano. El sindicalista quiere que se reabran las paritarias en agosto para reclamar otro 20% de aumento salarial para los gremios que en marzo acordaron por el 19%. Una declaración de guerra que, en boca de un dirigente muy cercano a Moyano, se interpreta así: "Los Kirchner deberían darse cuenta de que, si hasta ahora los motivos de nuestra amistad los pusieron ellos, de ahora en adelante los pondremos nosotros".
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