El escenario. Señales de decadencia
El más importante ministro del gobierno de los Kirchner, Aníbal Fernández, llamó públicamente "cachivache" y "garca" al diputado de centroizquierda Pino Solanas, que es, además, un director de cine valorado en el mundo. Fernández nunca se lució por la elegancia de su vocabulario, pero esta vez se hundió hasta el propio zócalo de su estilo.
Ayer, el piquetero ultraoficialista Luis D’Elía se acercó a los tribunales para solidarizarse con el grupo Quebracho y con su líder, Fernando Esteche, que estaban siendo juzgados por actos de violencia. Quebracho es la agrupación más violenta de la vida pública argentina. D´Elía tuvo el innegable mérito de sincerar la vinculación política de Quebracho, porque el gobierno kirchnerista siempre dijo que no sabía a qué intereses oscuros respondía esa fanática agrupación. Ahora se sabe.
Las agresiones, verbales y físicas, dejaron otros rastros. El jefe del ex Comfer, Gabriel Mariotto, dijo que los diarios tienen dueños anónimos y que, por lo tanto, son también panfletos anónimos. Fue la última y la más inconsistente acusación del oficialismo contra el periodismo. Sin embargo, su jefe lo desmintió ayer. Néstor Kirchner dijo que sí sabía quiénes son los dueños de los diarios, a los que acusó de ser la "primera fuerza de la oposición" y de ejercer sobre los argentinos un "sometimiento mediático". Volvió a soltar sus mastines contra el periodismo.
Hay más. El secretario de Cultura de la Nación, Jorge Coscia, justificó los escraches en la Feria del Libro como actos de "confrontación" necesarios en la democracia. Al jefe de la política cultural del Gobierno le da lo mismo un debate que un intercambio de trompadas y de sillazos. En cualquier país serio ya le hubieran pedido la renuncia a un secretario de Cultura con esos niveles de tosquedad intelectual.
Tales hechos y palabras son sólo ráfagas de un clima progresivamente impetuoso y cruel, que enrareció la vida democrática en los últimos meses (y, sobre todo, en los últimos días). La lógica binaria de Néstor Kirchner se ha explicado hasta el cansancio. Sin embargo, Kirchner era así, pero no era tan así. Es cierto que inauguró su gobierno mandando a D´Elía (y al dirigente empresario Osvaldo Cornide) a boicotear violentamente las estaciones de servicio de Shell y de Esso porque no le había gustado un aumento del precio de las naftas. En aquellos momentos inaugurales apareció ya el bosquejo de un modo y de un sistema de gobierno que perduró y se agravó con el tiempo.
Efecto relámpago
Pero entonces tenían el efecto de un relámpago. También la emprendió durante muchos años, desde el atril terco de un Savanarola libertino, contra políticos, empresarios y periodistas. Esas pasiones se iban con el correr de pocas horas. Más tarde, hasta podía conversar con sus maltratados. Pertenece a esa clase de hombres que ofende con la misma facilidad con que luego saluda, conversa y discute. Una vez, alguien le preguntó a Kirchner por esa contradicción entre lo que hacía y lo que decía. La respuesta fue memorable por su aceptación del doble discurso (o de la doble moral): "Míreme y no me escuche", respondió.
La crisis perdidosa con los ruralistas en 2008 y la derrota electoral del kirchnerismo en 2009 convirtieron aquellas ráfagas en una tempestad amenazadora y constante. En los últimos días, se le agregó también el dato peligroso que revela que hay jueces que se atreven a investigar los muchos hechos de corrupción denunciados desde que Néstor Kirchner accediera al poder. Derrota política y justicia incisiva son sólo bocetos de un futuro incierto para el matrimonio presidencial. Eligieron el camino de los desesperados: una radicalización cada vez más profunda del estilo y del sistema de gobernar.
Ni siquiera los intentos últimos para acallar a la prensa independiente son una novedad. La novedad es la coherencia y la pertinacia en la persecución y el hostigamiento a medios y periodistas. No se puede olvidar, con todo, que el estilo de ahora tuvo su primer rasgo específico en diciembre de 2005, cuando el periodista Pepe Eliaschev fue expeditivamente echado de su espacio diario en Radio Nacional. Se equivocaron los que creyeron que la censura y la discriminación, insinuada ya entonces, se limitaría sólo a los medios públicos. Diez días demoraron ahora los habituales voceros oficiales para tomar distancia del escrache anónimo a periodistas. Raro: la gente común suele aclarar en el acto cuando las cosas no le gustan. Actuaron con el vulgar temor de los funcionarios kirchneristas ante la incertidumbre de que detrás de esos afiches estuviera (como seguramente está) la mano del amo.
Nunca hubo, hasta ahora, un documento formal e inconfundible del Gobierno en contra de esos señalamientos. Al revés, ayer Néstor Kirchner avaló indirectamente la persecución al periodismo, porque, dijo, lo considera su verdadera oposición. Ningún fiscal actuó de oficio frente a aquellas descalificaciones. Ni siquiera el gobierno de la Capital, que tiene responsabilidades sobre el espacio público porteño, abrió ninguna investigación. Un funcionario oficial se prestará, además, a un calumnioso juicio público a periodistas motorizado por Hebe de Bonafini, que se ha convertido en otra brutal fuerza de choque del kirchnerismo.
Silencio oficial
Nadie del Gobierno se solidarizó con Hilda Molina luego de que le impidieran la presentación de sus memorias en la Feria del Libro. La perseguida médica cubana reconoció entre sus escrachadores a algunos que ya la habían hostigado en otros actos públicos en la Capital y en Córdoba. Las huellas de Guillermo Moreno aparecieron detrás del violento boicoteo a la presentación del excelente libro de investigación del periodista Gustavo Noriega, en el mismo predio ferial, sobre la destrucción del Indec. Para Coscia, se trató sólo de la necesaria "confrontación" de ideas.
Kirchner se ha rodeado de personas de muy poca calidad para emprender la hora de su declinación, que será violenta, según su evidente decisión. Hubo un momento en que los voceros del kirchnerismo eran Alberto Fernández, Rafael Bielsa, José Pampuro y José Nun; hasta Agustín Rossi y Miguel Pichetto actuaban como políticos razonables y clásicos. Todos ellos han sido reemplazados ahora por Aníbal Fernández, Diana Conti, D´Elía, Hugo Moyano, Bonafini, Mariotto y Coscia. La decadencia puede ser un momento digno de la política o una saga de hechos y de nombres innobles. Kirchner parece haber hecho su elección definitiva.
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