Coronavirus en la Argentina: siempre habrá otro culpable para encubrir los fracasos
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En un momento fueron los runners, en otro los porteños o los "anticuarentena". Ahora se les apunta a los jóvenes. En el discurso oficial nunca falta un culpable para explicar el evidente fracaso en la estrategia sanitaria. Lo que siempre está ausente es la autocrítica.
La decisión de aplicar un toque de queda nocturno implica un profundo retroceso. Después de diez meses de restricciones, volveríamos a un virtual estado de sitio. Otra vez, dispuesto a las apuradas, a fuerza de "decreto fácil", con fundamentos confusos y al ritmo vertiginoso de la improvisación.
Es cierto que la pandemia plantea, en el mundo entero, un gigantesco desafío que ha obligado a los gobiernos a tomar medidas sobre la marcha.
También es cierto que, a la distancia, todo parece lo mismo pero, cuando se acerca la lupa, las diferencias son evidentes. No hay ningún país que haya cerrado las escuelas durante todo el año. No hay ninguno que haya dispuesto cuarentena total con unos pocos casos. Cuesta encontrar alguno que se haya declarado "campeón mundial" antes de conocer los resultados, que haya adulterado cifras en filminas oficiales y que haya intentado aprovechar la vacuna en un tono de épica electoralista.
Juzgar la conducta de los jóvenes exigiría alguna revisión sobre lo que se hizo hasta ahora. Es natural que, después de un año completo de aislamiento (sin colegio, sin deporte, sin festejos ni salidas) busquen, por algún lado, una válvula de escape que no tuvieron desde marzo. "Yo pertenezco a una generación en la que muchos pasaron frío en la trinchera, con un fusil al hombro, para defender a la Patria. Y no se les ocurría quejarse porque no podían salir". Lo dijo Sergio Berni para cuestionar a esta generación, a la que parece acusar de frívola, indolente y desentendida del futuro de la Patria.
La nostalgia bélica del ministro confirma cierta desorientación, cierta idea "malvinera" del compromiso ciudadano, cierta confusión entre el comportamiento social y los códigos castrenses. Confirma, además, cierta tendencia a fabricar culpables inexistentes, como si la resistencia a cargar un fusil y el impulso de cierta libertad convirtieran a los jóvenes de hoy en una generación irresponsable. Lo de Berni no es más que otra prueba de la mezcla de incomprensión, rigidez y dogmatismo con la que el poder parece enfrentar el complejo desafío de la pandemia.
En lugar de tantas sentencias ampulosas, quizá habría que hacer más lugar a las preguntas. El rebrote de estos días, ¿no tendrá que ver con el tono y las formas con las que el Gobierno pretendió "vender" la llegada de la vacuna? ¿No será una consecuencia de la falta de ejemplaridad de funcionarios que se sacaron el barbijo y se mostraron a los abrazos mucho antes de que los jóvenes salieran a bailar? ¿No será el resultado de una cuarentena apresurada y demasiado prolongada que terminó "explotando" por su propia inviabilidad? ¿No estaremos sufriendo las consecuencias de la falta de flexibilidad, de coherencia y de razonabilidad que llevó, por ejemplo, a habilitar el fútbol y los casinos pero no las escuelas ni las bibliotecas? ¿No habrán alentado una confusión general la opacidad y el apresuramiento con los que se ha manejado la información sobre las vacunas?
La decisión de clausurar la noche parecería encubrir, en definitiva, un fracaso monumental de la estrategia oficial para enfrentar la pandemia. Y parecería reafirmar una tendencia a las medidas draconianas, absolutistas e indiscriminadas, en lugar de aquellas más precisas, quirúrgicas y segmentadas. Se interviene otra vez con el serrucho en lugar de aplicar el bisturí.
El Estado policíaco
A los municipios de la Costa, por ejemplo, ahora les amputarían la noche, que es como amputarles un órgano vital de sus economías. Pero ni en las rutas ni en los accesos a esas localidades se le ocurrió al gobierno bonaerense tomar la temperatura de los turistas, ni entregar folletería con información y sugerencias, ni facilitar testeos.
Tampoco se les ha ocurrido a los ministerios de Salud de la Nación o la Provincia marcar una mayor presencia con agentes de prevención, datos sobre la campaña de vacunación o centros de consulta e hisopado.
Otra vez se opta por el "Estado policiaco" en lugar de apostar a la responsabilidad ciudadana, de reforzar la toma de conciencia, de acompañar en lugar de vigilar. Son medidas, además, con las que el Gobierno parecería sentirse cómodo. Encajan con el eslogan de un "Estado que te cuida", aunque muchos lo ven como un "Estado que atropella". Encaja con una confusa idea de paternalismo que prescinde de la eficacia y el profesionalismo para hacer las cosas.
La prohibición de salir a la noche encubre, como si fuera poco, la inoperancia estatal para combatir excesos y garantizar controles sin afectar derechos tan sensibles y fundamentales como el de trabajar y circular.
Como no pueden evitar las fiestas clandestinas, cierran hasta los restaurantes, que invirtieron y se adaptaron para cumplir con todos los protocolos y garantizar el cuidado de sus clientes.
Lo peor es que el resultado de este tipo de medidas puede llevarnos -como ya sabemos- al peor de los mundos: no podrán trabajar los restaurantes pero tampoco serán capaces de evitar las fiestas clandestinas. Profundizaremos lo que ya nos ha pasado: aniquilar la economía sin salvar la salud.
Sin revisiones ni autocríticas, el fracaso está asegurado.
Existe el riesgo, además, de que las contradicciones y arbitrariedades oficiales terminen incentivando la desobediencia. Pero no hay problema: siempre se podrá encontrar otro culpable. Ahora son los jóvenes que, después de un año encerrados, buscan una bocanada de libertad.