También la Argentina pierde con esta guerra
Hace 48 horas, dos buques de guerra iraníes atravesaron el canal de Suez por primera vez desde la revolución de los ayatollahs de 1979, sin que el gobierno militar egipcio presentara objeciones. Libia redujo a la mitad la producción de petróleo. El barril de Brent tocó ayer los US$ 111 y el de WTI, los US$ 100. El crudo aumentó 20% en una semana. Abdullah, el rey de Arabia Saudita, que es el principal productor mundial de petróleo, volvió a su país para anunciar un salariazo del 15%, entre otras prevenciones. La OPEP (países productores de petróleo) no convencía ayer a los expertos sobre la capacidad de compensar la caída en la producción si la crisis en Medio Oriente se profundiza.
El mundo empieza a ser otro sin que el aparato de observación occidental lo haya previsto. Nada que sorprenda. Con la caída del Muro de Berlín y con el colapso financiero de las hipotecas subprime pasó lo mismo. En este contexto, preguntarse qué le puede deparar a la Argentina este terremoto internacional es, por necesidad, un ensayo vacilante. Pero ya hay algunos atisbos. El impacto más directo no es el más importante. Cristina Kirchner quizá deba revisar su sueño de convertir al Magreb en un comprador privilegiado de los productos argentinos. El Gobierno ha visto en el Norte de Africa a un cliente muy apetecible: países demandantes de alimentos, donde el que compra es el Estado. Es decir, una mega Venezuela.
Entusiasmada, la Presidenta se lanzó en noviembre de 2008 a esa conquista en una gira de confraternidad con los presidentes de Túnez, Egipto, Libia, entre otros. Los dos primeros ya fueron derrocados y el último, Muammar Khadafy, tambalea entre delirios. La ambición comercial del kirchnerismo consiguió sobreponerse al apego por los derechos humanos. Con Argelia se constituyó un fideicomiso a la bolivariana, por US$ 1000 millones, cuya administración quedó a cargo de José María Olasagasti, el mismo funcionario que manejó el comercio con Venezuela. Olasagasti todavía no pudo exhibir sus artes y tal vez el tiempo se esté acabando. El presidente Abdelaziz Buteflika ayer siguió haciendo concesiones con tal de quedarse un poco más en el poder.
Con Túnez, Libia y Egipto se firmaron acuerdos comerciales. Si se incluye a los países de Medio Oriente, esta parte del mundo consume, por ejemplo, el 80% del saldo exportable de maíz y el 30% del de leche en polvo, además de carne y maquinaria agrícola. Los expertos creen que, en principio, ese flujo se mantendrá: los autócratas atemorizados deben garantizarse el abastecimiento de alimentos para no empeorar las cosas. El mediano y largo plazo son mucho menos evidentes. Numerosos economistas presumen que la suba del petróleo puede contagiar a otras commodities . Pero son conjeturas brumosas hasta que no se despejen las incógnitas centrales: ¿qué sucedería con el precio de los hidrocarburos si las monarquías y dictaduras que hoy se tambalean o derrumban son sustituidas por regímenes islámicos radicalizados?; ¿qué impacto tendría el fenómeno sobre las grandes economías del planeta, entre ellas, la China?; ¿se sostendría el consumo de commodities ?; ¿se seguiría tolerando su encarecimiento?
El problema ya está sobre la mesa internacional. Amado Boudou recobró la memoria de lo aprendido en el CEMA y dijo en París que "la regulación de los precios no es un objetivo posible porque caería la cantidad ofrecida". Tal vez cuando regrese, este neoliberal recuperado deba dar explicaciones a Guillermo Moreno. O a Martín Sabbatella.
El año electoral
No hacen falta grandes nubarrones para que el aumento del petróleo haga sentir sus consecuencias sobre la economía en el año electoral. El "modelo de acumulación de matriz diversificada e inclusión social" está agotado. Su cansancio se nota en la caída del superávit comercial: la Argentina importa cada vez más porque produce cada vez menos. Las estrellas de las exportaciones son la soja y los automóviles que compra Brasil, que, en un 80%, están hechos con componentes brasileños. Es la dolorosa realidad del imaginario desarrollismo kirchnerista.
En ese cuadro hay que inscribir el nuevo dato: habrá que gastar más dólares en importar una energía cada vez más cara. El superávit de la balanza comercial energética, que en 2006 había sido de US$ 6400 millones, ahora es de US$ 1500 millones. Los analistas de este mercado consideran que la actual suba de los hidrocarburos exigirá unos US$ 3500 millones adicionales para satisfacer el consumo local.
Esta reducción adicional del superávit comercial significa una menor oferta de dólares. Los analistas financieros advierten que la política económica oficial es, por su genética, expulsora de capitales. Cuando aumenta la incertidumbre política, como en los procesos electorales, la demanda de divisas es todavía mayor.
En consecuencia, muchos de ellos preveían que, en plena campaña, la presión sobre el dólar se iba a acentuar. ¿Ese movimiento puede adelantarse? Nadie se animaba a responderlo ayer, cuando los bonos argentinos caían entre 3 y 4%. Fueron los activos financieros más castigados, si se exceptúa a los de los países que están en el ojo del huracán. ¿Es por el clásico temor a la Argentina cuando aumenta el peligro en los mercados emergentes, o es la precipitación de un problema endógeno en vísperas de elecciones? La pregunta comienza a circular entre los analistas que miran al país, en medio de la tormenta del mundo.
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