Tierra arrasada en un barrio de Moreno
La temperatura había alcanzado los 30 grados cuando estalló la barbarie en Moreno. A las 13, los encapuchados dieron el grito de avanzada. Y en menos de una hora el barrio Trujuy fue tierra arrasada.
Menores de edad, mujeres con bebes en brazos, y hombres que arrastraban una media res de carne, una heladera y hasta una caja registradora corrían descontrolados por la hirviente capa asfáltica de la ruta 23.
Tiraban piedras. A una mujer se le cayó de entre las ropas un cuchillo y ni siquiera se detuvo a recogerlo.
Primero entraron en un supermercado Eki. Luego, a Día%. Después, a El Chivo. Y un frigorífico; y una carnicería, y a una pizzería; y otro supermercado. Y otro y otro. Locales separados entre sí por apenas veinte metros de distancia.
En minutos, los comerciantes que no habían alcanzado a soldar las persianas por la mañana vieron sus negocios violentados y destruidos. No hubo cifras de negocios atacados. Algunos propietarios, con un gesto desafiante, comenzaron a cargar con municiones escopetas y armas cortas que, hasta ese momento, habían permanecido ocultas. Había que resistir o repeler el ataque.
"Tengo una pistola calibre 32 y granadas", dijo Pablo, comerciante de una feria sobre la ruta 23, mientras cerraba su negocio a toda prisa.
Frente al descontrol, unos cincuenta efectivos de la Guardia de Infantería de la policía bonaerense, armados con escopetas itakas, postas de goma, máscaras antigás y gases lacrimógenos, miraban.
En el aire el helicóptero de la Superintendencia de Coordinación Operativa batía, ruidosamente, su hélice. El aire hervía.
Algunos saqueadores corrían hacia dos colectivos donde trasladaban "la mercadería". Otros se robaban entre sí. Peleas entre pobres argentinos y por un poco de comida.
Por ese entonces, la policía departamental admitió que estaba desbordada. Habían estallado cuatro focos de saqueo al mismo tiempo en la jurisdicción de las comisarías Trujuy, Las Catonas, Moreno centro, y Moreno quinta.
Armado con escopeta, chaleco antibalas y con máscara antigás, el subcomisario Fernando Fiorentino admitió: "Son demasiados focos al mismo tiempo".
A las 14, cuando el grupo antidisturbios se preparaba para actuar, el intendente Mariano West y el arzobispo Fernando Bargalló atravesaron "El cruce" en una marcha desesperada por evitar la violencia contenida. Se respiraba miedo.
Carlos Córdoba, un desocupado que había entrado a saquear los comercios de la zona con su hijo menor de edad, arrojó el pellejo de un pollo crudo en la nariz del comisario que le impedía abrirse pasó hacia el intendente.
Unos 300 metros atrás, en otro supermercado Eki continuaban los saqueos. El subcomisario Fiorentino, responsable del cuerpo de infantería de la jefatura departamental Mercedes informó que al menos unos cien comercios habían sido violentados. West admitía que el municipio estaba desbordado.
Dos menores, Cintia y Elisa, corrían por la ruta con bolsas de alimentos. En su huida dijeron a LA NACION "No me importa robar".
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