Un castigo a los pecados de la política
En 1919, un año antes de su muerte, el gran sociólogo alemán Max Weber fue invitado por los estudiantes de la Universidad de Munich a pronunciar una conferencia sobre la política. Condensó en ella ideas que eran fruto de toda una vida de reflexión. Los dos pecados capitales de la política, explicó, son la falta de objetividad y la falta de responsabilidad. Y es frecuente que lleve a cometerlos una borrachera personal de poder alimentada por la soberbia.
En buena medida, los resultados de ayer pueden ser leídos como un castigo a esos pecados y a esta soberbia, que hizo que el Gobierno entendiera mal el significado del 54% de los votos obtenidos en 2011. Más de dos de cada tres ciudadanos reaccionaron contra una presidenta que en estos años se ha mostrado incapaz de asumir sus errores, que buscó refugio en un relato que atrasa y que se ha sentido autorizada a elegir por las suyas a funcionarios y candidatos de exigua o nula aptitud. ¿Qué mayor falta de objetividad que la convalidación de los datos falsos del Indec? En cuanto a la responsabilidad, ésta supone, entre otras cosas, una abierta disposición tanto a rendir cuentas y a aceptar controles como a hacerse cargo de las consecuencias de los propios actos. Quizás dos constituyan las más graves de esas responsabilidades. Una, haber instalado una lógica amigo
enemigo de matriz no democrática, que nos ha retrotraído a épocas que creíamos superadas. Y otra, haber utilizado partidariamente los indudables logros obtenidos en materia de derechos humanos.
Estos pecados capitales desencadenaron el repudio que se manifestó ayer en las urnas. Sería absurdo y peligroso tratar de minimizarlo. Absurdo, porque el Frente para la Victoria sufrió su peor derrota en diez años. Y peligroso, porque de la interpretación correcta de los resultados depende mucho de lo que ocurrirá de aquí a 2015. En este sentido, vale un señalamiento. Una cosa es la incertidumbre del observador; y otra, que el futuro mismo que observa sea incierto. Es lo que ahora sucede. De ahí que en este caso convengan más las advertencias que las predicciones. Y la principal advertencia es que sin un rumbo económico cierto e inclusivo, sin una reforma impositiva progresiva, sin una justicia social genuina, sin un respeto auténtico de la división de poderes, sin una lucha decidida contra la inseguridad y la corrupción, y sin funcionarios capacitados para llevar adelante estas políticas, el Gobierno estará volviendo la espalda a lo que le reclama una amplísima mayoría de los ciudadanos.
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