Un comicio para celebrar sin ironías ni chicanas
Es claro que hay que celebrar el comicio porteño. Sin ironías ni chicanas, y más allá del gusto de quien sea. Porque hoy lo celebrable es la democracia misma, y en particular esta modernidad sorprendente y limpia que vive la Argentina.
Este ballottage –vocablo de la ciencia política que me resisto a castellanizar– autoriza y obliga a este elogio de nuestra democracia porque la victoria porteña del señor Macri sobre el senador Filmus, aunque previsible, no sólo significa una nueva manifestación de la enorme generosidad republicana, sino que nos está diciendo que en este país vivimos ya un sistema electoral confiable –se lo vio la semana pasada en Santa Fe con el estreno de la boleta única– y ésta sí que es una revolución democrática.
Más allá del resultado –alcanzado con holgura y sin sorpresa– lo destacable es que la ciudadanía utiliza los nuevos recursos a conciencia y con responsabilidad. En un país en el que el voto es sólo legalmente obligatorio, pero sin sanción, el hecho de que en dos turnos sucesivos vote arriba del 70% de los empadronados de una ciudad es asombroso. Y hemos visto y seguiremos viendo una publicidad televisiva plural como nunca antes. Y es excelente el límite del 1,5% de votos a obtener en las próximas primarias abiertas para refrendar candidaturas elegibles. Si hasta resulta estúpido gritar "fraude, fraude" cuando los escrutinios son tan seguros ahora.
Estoy tratando de decir que esta elección en la otrora Capital Federal es sólo la expresión de la más grande ciudad de la república, a la vez que también sirve de testeo de una voluntad urbana históricamente influyente pero no decisiva. En otras palabras: es inútil "nacionalizar" esta elección. Ni ninguna otra. Ahora menos que nunca lo municipal es voluntad de la nación. Lo fue durante casi dos siglos, ciertamente. Pero también eso terminó con la democracia. De ahí que hoy, por numerosos que sean los porteños y escasos los fueguinos, cada comicio tiene su etiología como tiene su proyección y trascendencia.
La semana que viene será el turno de Córdoba, donde ciertas miradas chiquitas celebrarán otro no triunfo del kirchnerismo, como si sólo de eso se tratase. Y después votaremos todos el 14. Y vendrán otros comicios y al final la elección nacional de octubre. Que es de esperar que no sea un paseo presidencial como muchos kirchneristas imaginan, ni el apocalipsis que auguran también muchos en la variopinta vereda opositora.
En suma, lo que maravilla de este doble turno electoral porteño es que nadie, pero nadie, hubiera imaginado todo esto hace 30 años, ni hace 10. Y menos con la dirigencia política que tenemos y campea en todos los partidos e ideologías, no siempre pero sí muchísimas veces más capaz de chicanas, miserias y corruptelas que de gestos de grandeza y patriotismo. Eso es lo excepcional y lo que cabe celebrar hoy, se llame el vencedor como se llame.
En ese marco podrá leerse este triunfo como el de un hombre tenaz, bien asesorado y de familia rica, que sin un gran libreto logra convencer a una sólida mayoría. Logra así el voto mayoritario y no hay más que decir. Ahora gobernará su municipio cuatro años más. Punto. Así es la democracia, y enhorabuena.
Lo otro es pura especulación. Algunos piensan que estamos ya en presencia de un futuro, posible presidente de este país. Y tienen razones, por qué no pensarlo si aquí fueron presidentes Menem y De la Rúa, y El Adolfo y Duhalde de manera irregular, y antes una caterva de generales obtusos, de bajo cociente intelectual y ética deslavada. Es un hecho y está visto que cualquiera puede llegar a la Casa Rosada. Y no lo escribo con ironía; más bien con temor.
El voto a los verdugos es un asunto ya clásico en las sociedades modernas. No es un voto "oficialista" ni "opositor", ni es de derecha o de izquierda. Es más bien una conducta social bastante difícil de explicar y según la cual la voluntad de los votantes, aunque soberana e incuestionable, puede estar atentando contra sus propios, verdaderos y más profundos intereses.
En la Argentina lo vimos cuando se votaba a Menem y se consentía su frivolidad mientras él y los suyos arrasaban con el patrimonio colectivo. Del mismo modo que antes se aceptó a Videla y a Massera, y después se vivó en Plaza de Mayo a Galtieri cuando nos condujo a otra tragedia.
Decir esto para saludar el triunfo electoral de Mauricio Macri es la gran maravilla de la libertad de expresión, que en la Argentina de estos años se vive como nunca, jamás, se vivió antes.
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