Un discurso con nobles fines
Muchos esperábamos ya con impaciencia el discurso inaugural del presidente. Había varias razones al efecto, y conviene que las enunciemos aquí en primer lugar porque continuarán proyectando su sombra en el próximo tiempo de la política y el gobierno.
La inicial tiene que ver con unos tiempos poco reconocidos pero que impactan sobre el arranque de una presidencia nueva y dejan su marca. En la Argentina, asumir un gobierno un 10 de diciembre, fin de año con las navidades y el verano encima, es un despropósito. A lo largo de estos 80 días (parte de los cien días famosos de la "luna de miel"), y por lo dicho, quienes han llegado al gobierno apenas si pueden ir averiguando y conociendo qué reciben en herencia, tanto más así porque quienes se han marchado no son precisamente sus amigos, y menos aun pueden presentar entre todos un programa de acción más o menos sistemático, de modo que, ansiosos y urgidos como empero se sienten, se largan a decisiones y anuncios más o menos intempestivos y entrecortados no demasiado precisos y que dan pie a apuros, inquietudes y contramarchas. Lo que entonces sobreviene, son dudas y desconciertos y principios de recapacitación. Que se montan, segunda razón, sobre el datum de que el presidente Macri fue llevado a ganar las elecciones con el voto tanto de sus partidarios como de no macristas, que estaban cansados y agobiados por 12 años de kirchnerismo sin tregua y sentían la necesidad de ventilar el ambiente, cosa que conecta con la exigencia de alternancia que sabe reclamar la democracia. Con la novedad de que aquí se encarna por fin en una derecha al cabo de décadas enteras de peronismo y radicalismo.
Esa segunda razón empalma o empalmaba, tercero, con el hecho de que el presidente electo no es precisamente un líder cálido sino y más bien frío y, buenas y más o menos definidas intenciones aparte, poco capaz de realmente conmover y movilizar a la masa ciudadana. Un hombre, al revés de lo que planteaba Aristóteles en la Retórica, dado más a ofrecer una demostración de la verdad de sus tesis, como es lo pertinente en lo que la jerga llama "ciencias duras" (la física o la geometría, tal vez la ingeniería) que a persuadir y motorizar con argumentos sólo verosímiles pero aun así fundados lo que es del caso en las "ciencias blandas" del derecho y la política. Cosa que sabe hacer mejor el populismo, y no siempre los partidos populares.
Y en este trance, el discurso. Mitad dedicado a revelar metódica y precisamente los desatinos y desgracias legados por los Kirchner (es verdad que sin casi lugar para ningún reconocimiento de nada bueno) y mitad a enunciar in extenso todo lo que se propone su gobierno para rehacer una Argentina como la que todos queremos, parecida a la que hace largas décadas tuvimos y atrajo a millones de inmigrantes (con los fines más loables entreverados con medidas que muchos discuten y cuya real eficacia debería empezar a verse en unos meses).
Un discurso ordenado, serio, bañado por la crítica y empapado por nobles fines. Que a este comentarista, sin embargo, no le ha saldado la deuda que mencionó arriba. Pero tiempo al tiempo. Ya veremos.
El autor es politólogo, investigador superior del Conicet
Carlos Strasser
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