Un electorado que salió de su aparente letargo
Completos y asimilados los guarismos que el Gobierno retuvo tan torpemente por demasiadas horas, avanzado el martes casi todo estaría ya dicho por los correspondientes análisis y analistas: los resultados han sorprendido; ninguna encuesta previa de opinión dejó de fallar; Scioli ganó pero perdió y Macri perdió pero ganó, etcétera. Y, sin embargo, todavía queda algo, creo, que vale destacar. Podríamos llamarlo el retorno de la democracia, la visita inesperada de esa anciana dama que teníamos casi olvidada. Paso entonces a eso.
La democracia, que, como todos saben, etimológicamente significa gobierno del pueblo, es un orden político basado en el principio absoluto de la soberanía popular. Con todo, el sentido común vigente la identifica con (y aun la reduce a) la elección periódica de las autoridades nacionales por parte de todos los adultos de un país, efectuada en comicios más o menos limpios celebrados en un contexto de considerable, aunque lejos de acabada, igualdad social y derechos y libertades individuales, incluidos los de prensa y opinión. Ahora, lo que regularmente sigue a esas elecciones es lo que en su tiempo ya había previsto Rousseau, a saber, que los representantes electos se apropian de la voluntad popular y transforman una democracia por necesidad "representativa" -dadas la enormidad geográfica y la multimillonaria población de los países- en una democracia "representada", la cual responde primero a sus intereses personales y a los del grupo o cuerpo al que pertenecen, antes que a la voluntad del electorado (tantas veces, por otra parte, naturalmente compleja cuando no contradictoria, y entonces a ser "interpretada"...). Lo que generalmente continúa luego es el apoltronamiento de los representantes en sus cargos. Remataba Rousseau (1762) que "así, al día siguiente de votar, los ingleses vuelven a ser esclavos".
Desde entonces se han sumado muchos factores para empañar y aun desnaturalizar a la democracia (en cualquier caso, conste, de los regímenes políticos posibles el más civilizado); entre otros, amén de la pobreza y la desigualdad, nunca en verdadero retroceso, el formidable "apagón ideológico" que, tras las guerras y la implosión de tantos totalitarismos y dictaduras como trajo el siglo XX, siguió a la caída del Muro de Berlín, y el gradual reemplazo de los programas partidarios por el marketing y el cultivo de las imágenes personales; la práctica extinción de los partidos o su conversión en meros aparatos clientelares y electorales, el consiguiente descrédito de los políticos con más -especialmente a la vista del enriquecimiento cuando no corrupción de muchos de ellos- el retraimiento de los ciudadanos, como también el entrecruzamiento de todo ello con los ya incontables organismos y agencias y burocracias interestatales y grandes poderes económicos y empresas multinacionales que en el contexto de una irrefrenable globalización han venido a socavar la soberanía de los Estados y no parecen guiarse por otra ley que la propia. Todo a la par de una aparente proliferación de democracias por doquier. Sólo que con el resultado final de "democracias" con elecciones, pero... sin soberanía popular ni gobierno del pueblo.
De pronto, sin embargo, algún pueblo aquí o allá, una ciudadanía que se veía retraída, un electorado que parecía entre apático e inerte, por ejemplo anteayer, en la Argentina, sale de su aparente letargo y se hace oír de manera atronadora e inescapable. Y todo hace suponer que volverá a hacerlo dentro de cuatro semanas, aunque no se pueda anticipar cómo. Pero por el momento, al menos, se diría que paró la calesita y reasomó la democracia.
El autor es investigador superior del Conicet y profesor emérito de Flacso
Carlos Strasser
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