Un mal diagnóstico, una mala terapia
Al Banco Central se le están escapando 150 millones de dólares por día . Proyectada, es una pérdida de 3000 millones por mes. Más que el doble de la polémica inversión de Chevron en Vaca Muerta. Con cepo y todo. Quiere decir que los nuevos responsables de la política económica, Jorge Capitanich, Axel Kicillof y Juan Carlos Fábrega, enfrentan un feroz ataque del mercado sobre las reservas.
La respuesta de Capitanich y Kicillof a ese proceso reconoce dos dificultades: un problema cambiario susceptible de ser enfrentado con instrumentos impositivos, y un problema de "variaciones de precios" que se resolvería con sólo disciplinar a los que maximizan su renta a expensas de otros eslabones de la cadena de valor.
En el discurso oficial, esos dos fenómenos siguen desvinculados. La ausencia de conexión se debe a una dificultad para admitir la existencia del mercado. La economía no tiene "variaciones de precios". Hay inflación. Y como el Gobierno la niega, los pesos huyen hacia el dólar. O hacia cosas hechas con dólares: autos importados, viajes internacionales, bienes que se compran en el exterior por Internet.
La negativa a interpretar la crisis a la luz de las decisiones de innumerables actores es la continuidad decisiva entre las prácticas de Guillermo Moreno y las explicaciones de Capitanich y Kicillof. El diagnóstico determina la terapia. De quienes no admiten una perturbación en los mercados no habría que esperar remedios de mercado.
Hasta ahora, Capitanich y Kicillof no los propusieron. Ni en sus declaraciones a la prensa ni en sus conversaciones con empresarios hablaron de modificar el tipo de cambio, controlar la emisión o corregir la tasa de interés.
Kicillof no sólo descarta esas opciones. Las condena. Para él son la receta pseudocientífica de quienes custodian los intereses del sistema financiero: todo banco es, bien mirado, "buitre". Así se explica el reemplazo de Adrián Cosentino por el historiador de la teoría económica Pablo López en Finanzas.
Para neutralizar la caída de reservas, Kicillof analiza una reconciliación con los organismos multilaterales de crédito. ¿Será suficiente? Una negociación exitosísima con el Banco Mundial liberaría 3000 millones de dólares para los próximos tres años. Es la suma que se podría estar perdiendo en un mes.
Así y todo, la táctica de Kicillof obligaría a un cambio de política exterior: en las instituciones a las que pretende acercarse la opinión de los Estados Unidos es decisiva. Un desafío para Cecilia Nahón, embajadora en ese país e integrante del círculo del ministro. Y un problema para Héctor Timerman: su pésima relación con Washington embriaga a los aspirantes a su silla, como Carlos Bettini, el embajador en España. Tal vez todos olviden que la verdadera canciller es Cristina Kirchner, lo que explica la supervivencia de Timerman.
El aparato de comunicación del Gobierno se abocó el fin de semana a canonizar la posición de Kicillof, dejando a Capitanich en un segundo plano. ¿El chaqueño no produjo una visión alternativa porque no la tiene o porque careció de tiempo para formularla? En cualquier caso, la prelación es muy riesgosa: convierte a Kicillof en un fusible.
No es una cuestión secundaria. Si el kirchnerismo insiste en lidiar con los mercados sin instrumentos de mercado agravará las inconsistencias. La incorporación de Capitanich y el ascenso de Kicillof excitaron las expectativas. La dirigencia del PJ y el mundo de los negocios ven al jefe de Gabinete como un peronista tan flexible que pudo servir con el mismo fervor a Menem, a Duhalde y a los Kirchner.
A Kicillof se lo supone un defensor del desdoblamiento cambiario. Por lo tanto, los exportadores evitan vender y los importadores se adelantan con las compras, a la espera del tipo de cambio que ellos calcularon, pero que tal vez no llegue. La oferta de dólares se achica y la demanda se dispara. Conclusión: la salida de Guillermo Moreno y la designación de los nuevos funcionarios agudizan, por ahora, las patologías que querían remediar.
Las próximas semanas serán cruciales para saber si el replanteo de Cristina Kirchner es un cambio de estrategia o un cambio de fraseo. Acaso ella crea que su experimento encontró dificultades de gestión. Que había que reemplazar a Moreno, Lorenzino y Marcó del Pont por ejecutores más eficientes. Pero el obstáculo es distinto. El "modelo" se encontró con su verdadero límite: la ideología. A la Presidenta le será cada día más costoso satisfacer las demandas del mercado con políticas que niegan el mercado.
Ésta es la razón por la que desde el miércoles pasado se multiplicaron las incógnitas. La única certeza es que hay un reajuste en el cuadro de poder. El ingreso de Capitanich y la promoción de Kicillof son indicios de la mayor gravitación de Máximo Kirchner durante la convalecencia de su madre. Es cierto que Capitanich se suma para reforzar una alianza con el PJ: los gobernadores perdieron votos por culpa de los extravíos de la política económica. Pero la mano del hijo de la Presidenta se advierte en la expulsión de Abal Medina, a quien ni siquiera retuvieron como embajador en Santiago: el gobierno de Chile no recibió la consulta de rigor.
Abal Medina estaba condenado porque en septiembre pactó con Franja Morada la conducción del Departamento de Ciencias Políticas de la UBA, provocando la derrota del candidato de La Cámpora, Edgardo Mocca, panelista de 6,7,8 y profesor de la Escuela de Gobierno que Capitanich fundó en el Chaco. No fue el único pecado: los pretores de La Cámpora detectaron complicidades desagradables entre Abal y Daniel Scioli. No molestaron tanto las gestiones bonaerenses a favor del mexicano Carlos Slim como el manejo de la publicidad del Estado. Esa llave, sagrada para gente que ve en la comunicación casi la única dimensión de la política, pasó a manos de Rodrigo Rodríguez, subordinado del Andrés Larroque. Y el último error: Abal introdujo a Matías Garfunkel en la lista de la familia Caselli, odiada por los Kirchner, para la conducción de River.
La salida de Abal deja varios desamparados: el más relevante es Martín Sabbatella, el titular de la Afsca. Sabbatella es una figura desagradable para el PJ. Las listas de su partido, Nuevo Encuentro, restaron votos a los intendentes del conurbano. Un oficialista insospechable como Carlos Kunkel lo trató de "carroñero". Sin Moreno, sin Abal y con Sabbatella a la intemperie, la Presidenta deberá rearmar su batallón contra los medios.
También Carlos Zannini quedó debilitado por el encumbramiento de Capitanich. "Está loco; cree que puede ser presidente", comentó Máximo Kirchner frente a un íntimo hablando de Zannini. El secretario legal y técnico tiene hasta fin de año un solo desafío: resolver la situación del jefe del Ejército, César Milani, quien no da un paso sin reportársele. ¿Volverá Milani a quedar expuesto en el Senado por el ascenso a teniente general?
Es otro reto para Capitanich. Además de coordinador del gabinete, vocero del Gobierno, supervisor de la economía y candidato a presidente, también será el enlace con el PJ y el Congreso. Este Leonardo da Vinci reencarnado irá pasado mañana a la Cámara alta para solicitar el acuerdo para el presidente del Central y agilizar la aprobación del Código Civil.
La gestión a favor de Fábrega es significativa: a diferencia de su antecesora, Marcó del Pont, él tendrá estabilidad hasta 2019. La Presidenta quiere influir sobre el BCRA en el próximo gobierno.
La sanción del Código Civil electrizó al oficialismo. El acuerdo con la Iglesia produjo una crisis en la bancada de diputados. Julián Domínguez ajustó el nuevo texto en discreto diálogo con Víctor Fernández, el rector de la UCA, y con Carlos Malfa, uno de los más sagaces miembros del episcopado. El hilo se cortó por donde menos se esperaba: la presidenta de la bancada, Juliana Di Tullio. Julián y Juliana entraron en una conciliación obligatoria gestionada por Kunkel. Las fisuras postergaron el tratamiento en Diputados, obligando a Julio Alak a buscar el voto del macrismo. La redacción del nuevo articulado dejó también otros heridos: Ricardo Lorenzetti deberá explicar a la prestigiosa Aída Kemelmajer la poda que sufrieron sus aportes secularizantes al derecho de familia.
La premura por aprobar el Código es comprensible: desde que Antonio Brufau amenazó a Julio De Vido ("tú ya no serás ministro, pero Repsol estará yendo a por tus bienes por el daño que nos haces"), la responsabilidad civil de los funcionarios se convirtió en una pesadilla para el gabinete. En la confiscación de YPF, en la revocatoria de licencias audiovisuales y en la expropiación de Aerolíneas están las claves de la urgencia. Nada que deba sorprender: las ensoñaciones estatistas de Moreno y Kicillof también necesitan de cierta impunidad.
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