Un país en pleno giro para salir del aislamiento
Hasta no hace mucho, su sola mención era vinculada al terrorismo internacional, a su hostilidad hacia Occidente y a las excentricidades de su líder histórico, el coronel Muammar Khadafy, en el poder desde 1969. Pero la Libia a la que llegó la presidenta Cristina Kirchner atraviesa un proceso de cambio, tras un giro dramático en su política exterior, que busca reconciliar al desértico país norafricano con el mundo, tras varias décadas de aislamiento.
Este giro implica oportunidades en un país que se encuentra en plena transición, gobernado por un régimen socialista islámico que asfixia el disenso y que ha sido acusado de abusos a los derechos humanos, pero que ha puesto en marcha reformas impulsadas por uno de los hijos de Khadafy, Saif-al-Islam.
El 95% de los ingresos de Libia vienen del petróleo. Como la mayor parte de su vasto territorio está ocupada por desierto, la producción agrícola es mínima y el país debe importar el 75% de los alimentos que consume. Los mayores socios comerciales de Trípoli son Italia y Alemania, pero hay muchos interesados en invertir. Las exportaciones argentinas a Libia aumentaron más del 500% entre 2002 y 2007.
El proceso de reinserción mundial de Libia se debió a su decisión de pagar compensaciones a víctimas de atentados terroristas en la década del 80 y a su renuncia a continuar con sus programas de armas nucleares, químicas y biológicas.
Un ejemplo categórico de esta nueva fase lo marca la nueva relación con Washington, antes considerado el gran enemigo. Francia también ha sellado acuerdos para ventas de armas y la instalación de una planta nuclear para uso civil, y la Unión Europea negocia una serie de acuerdos de cooperación. Libia, además, firmó acuerdos en esa materia con Rusia y otras ex repúblicas soviéticas. Ucrania, que depende de Rusia como abastecedor energético, espera beneficiarse con las oportunidades del giro libio, del cual la Argentina también puede sacar ventaja.
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