Opinión. Un plan con demasiados interrogantes
El programa anunciado ayer contiene dos grandes apuestas de resultado incierto, además de una fuerte transferencia de recursos desde los ahorristas y acreedores (apresados por el corralito, el default y la devaluación) a todos los deudores en dólares, sin distinción de tamaño, patrimonio o responsabilidad económica.
Una de las apuestas es intentar pesificar la economía después de una década en la cual la sociedad adoptó el dólar como unidad de cuenta. Que la la gente se "desdolarice" de la noche a la mañana no será nada fácil, sobre todo cuando vuelve a rondar el fantasma de la inflación.
La otra gran apuesta surge de la presión del FMI y se traducirá en la liberación del tipo de cambio, que pasará a ser único y flotante. Si bien la medida será útil para comenzar a normalizar el comercio exterior, se producirá sin apoyo externo -en realidad, sería una condición para obtenerlo- y en el marco de una enorme desconfianza interna. Esta realidad puede condicionar fuertemente las cotizaciones, aunque las restricciones del corralito operarán como contrapeso. Del resultado de esta última apuesta dependerá mucho la anterior.
Por cierto que el plan gira alrededor de lo posible antes que de lo deseable. Pero, aun así, mantiene muchos puntos oscuros que surgen de la decisión política de que ahorristas y contribuyentes subsidien a los deudores, afectando derechos de propiedad.
Precisamente, los acreedores no financieros que hayan prestado dólares no tendrán ninguna compensación cuando los cobren a 1 peso, pese a que ya cotiza arriba de 2. Tampoco está claro cuánto deberá emitir el Estado para compensar al sistema financiero (lo cual puede echar por tierra el prudente programa monetario anunciado ayer), ni cuál será el mecanismo de ajuste de las tarifas de servicios públicos. De ello dependerá la inflación futura. Otras incógnitas son las características de los bonos optativos para quienes no pesifiquen depósitos o intenten adquirir bienes.
Con estos interrogantes, el plan de anoche es sólo un primer paso para comenzar a destrabar la economía. Pero difícilmente sea el último.
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