Una ceremonia emotiva que eludió buena parte del protocolo
Se paró ante el ejemplar de la Constitución Nacional ubicado en el Salón Azul del Congreso Nacional. Los ojos se le pusieron vidriosos, al borde del llanto, e hizo una reverencia ante la Ley Fundamental que deberá respetar y hacer respetar a los argentinos.
Así, Néstor Kirchner ingresó como presidente electo al Palacio Legislativo para salir, una hora y media después, convertido en el nuevo jefe del Estado, al cabo de una asunción presidencial en la que el protocolo no pudo contener situaciones que no estaban contempladas en los manuales de ceremonial.
Pero la asunción de Kirchner fue una ceremonia atípica porque, por primera vez en la historia institucional argentina, la primera dama es, además, legisladora nacional y por esa razón no ocupó el palco del primer piso que habitualmente se reserva para la familia del Presidente.
Vestida con un impecable conjunto blanco, la senadora Cristina Fernández siguió atentamente el discurso de su marido desde una banca en el recinto de la Cámara baja.
Ese sitial lo consiguió gracias a su colega peronista y comprovinciano Nicolás Fernández, que le pidió al senador Pedro Salvatori (Movimiento Popular Neuquino), el primero en llegar al recinto, que se lo cediera a la "primera ciudadana", como le gusta que la llamen, a la que el protocolo le había reservado una incómoda silla plegable.
A pesar de lo trascendental del momento, Cristina Kirchner no se privó de hacerle mohínes de enamorada a su marido desde su banca, como cuando el flamante jefe del Estado comenzó a hacer malabares con el bastón de mando para ocultar el error de haberlo tomado por el extremo inferior y no por el mango.
Fuera de protocolo
Tampoco estuvieron en el palco reservado para el Presidente su madre, María Juana Ostic, y sus hijos, Florencia y Máximo, quienes, fuera de lo previsto por el protocolo, ocuparon unas sillas ubicadas a la derecha del estrado de la presidencia junto a Karina Rabollini, esposa del vicepresidente, Daniel Scioli.
Un poco más a la derecha, con los gobernadores y dando la espalda durante toda la ceremonia al presidente de la Corte Suprema de Justicia, Julio Nazareno, estaba Eduardo Duhalde, que siguió la asunción del nuevo jefe del Estado abrazado a su esposa, Hilda González, como si se tratara de una pareja de recién casados mirando una obra de teatro.
El protocolo también fue olvidado por la decena de legisladores que abandonaron sus bancas para saludar a varios de los presidentes latinoamericanos que ocuparon el palco bandeja que está a la izquierda de la presidencia de la Cámara de Diputados.
El ranking de aplausos lo ganó, con amplitud, el presidente de Cuba, Fidel Castro, que fue recibido con una prolongada ovación que se extendió en el cántico que bajó desde los palcos: "Olé, olé, olé, olé, Fidel, Fidel", reiterado.
Como un jugador que sale a reconocer el campo de juego antes de un partido, el líder cubano fue el único jefe del Estado en visitar el recinto de la Cámara baja cuando todavía se encontraba vacío. Alertado por el circuito cerrado de televisión, el presidente del cuerpo, Eduardo Camaño (PJ-Buenos Aires), se corrió hasta el hemiciclo para mostrarle a Castro las bondades del edificio.
Pero también el presidente brasileño, Luiz Inacio Lula da Silva, fue eje de una gran recepción. No pudo evitar saludar a un emocionado Víctor de Gennaro, líder de la CTA, que con gestos evidentes se hizo notar desde el otro extremo del hemiciclo.
El tercer lugar del ranking de los aplausos fue para el jefe del Estado venezolano, Hugo Chávez, que se destacó por hablar ante cuanto micrófono se le cruzara en el camino, para dolor de cabeza de su custodia.
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