Una fuerza que se ganó el mote de “maldita”
El adjetivo retumbó ayer como hace pocos años: “maldita”. A pesar de los sucesivos cambios de ministros de Seguridad, la sombra de una policía bonaerense abusadora de su poder no se alejó de la fuerza provincial.
Eduardo Duhalde era el gobernador de la provincia cuando dijo tener la mejor policía del mundo, pero pronto esa misma institución se ganó el mote de “maldita” a fuerza de corrupción, torturas a detenidos, muertes de inocentes y negocios con los delincuentes que debía encarcelar.
El ex jefe de la fuerza Anastasio Pedro Klodzcyk fue la cara de esa institución devaluada y lejana a los vecinos. Se lo investigó por enriquecimiento ilícito hasta que falleció, pero su plana mayor, sus ahijados y protegidos siguieron en la fuerza.
Uno de ellos, el ex comisario Juan José Ribelli, está preso y es juzgado como uno de los partícipes del atentado contra la AMIA, además de estar procesado por estafas, extorsiones y enriquecimiento ilícito. El ex comisario Mario Rodríguez siempre se emparentó con esa época, aun en sus últimas intervenciones, cuando armó una ratonera a media docena de delincuentes que robaban en una planta de Andreani en Avellaneda. Los esperó y cuando salían no quedó uno vivo. Se sospecha que uno de los rehenes de los ladrones murió en el tiroteo.
Fueron las épocas donde los falsos tiroteos se llamaron “masacre”. Se recuerdan la de Wilde o la de Ingeniero Budge. En la primera una comisión policial persiguió a tiros a supuestos delincuentes. Los acribilló, pero entre ellos había dos inocentes. La segunda terminó con la muerte de tres adolescentes que tomaban cerveza en una esquina. Hubo condenados.
La violencia y la cada vez más fuerte sospecha de que la recaudación policial terminaba en la jefatura acabó con los restos de esa fuerza, para colmo ligada al crimen del reportero gráfico José Luis Cabezas, en Pinamar.
Duhalde nombró entonces a un reformador: León Arslanian, que intentó democratizar la policía, modificar viejos vicios e inició una purga que no fue lo suficientemente profunda. Duró hasta 1999 y fue reemplazado por el ex juez Osvaldo Lorenzo, que se fue luego de otra masacre, la de Ramallo, cuando mataron a rehenes tras el robo al Banco Nación. Efectivos de la bonaerense, una vez más, quedaron en la mira por participar de la planificación del asalto, por encubrir y por asesinar a inocentes por impericia.
En 2000, Duhalde se alejó de la provincia y comenzó a tallar la mano dura de Carlos Ruckauf. Se sucedieron nuevas masacres; una de ellas fue la de Los Polvorines, el 3 de agosto, cuando tres ladrones de bancos recibieron 180 tiros y un policía murió en un operativo supuestamente armado por la propia fuerza para mejorar su imagen, como denunció un efectivo, actualmente refugiado en EE.UU.
A esto siguieron los menores torturados en comisarías que hacían la denuncia por apremios ilegales y terminaban asesinados en dudosos enfrentamientos. La Corte bonaerense advirtió sobre esto y aún hoy la Justicia investiga la presencia de supuestos escuadrones de la muerte compuestos por uniformados que asesinan a menores delincuentes.
Los primeros encargados de la seguridad de Ruckauf, Aldo Rico y Ramón Verón, duraron poco. Juan José Alvarez, actual secretario de Seguridad de la Nación, asumió en la provincia y heredó al frente de la policía a Amadeo D’Angelo, la cabeza operativa de Verón cuando fue ministro. Duró hasta que un fiscal allanó su casa en una causa por cohecho.
A pesar de los intentos de los últimos dos gobiernos por acabar con ese estigma que persigue a la bonaerense, la recurrente aparición de viejos caudillos o de sus ahijados con los mismos negocios irregulares, la sucesión de muertes y de efectivos que actúan fuera de la ley no hacen más que retumbar el viejo adjetivo: maldita.
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