Una herida grave de la democracia
El primer golpe de la noticia de la aparición de Nisman muerto me aplastó contra la almohada, mientras un escalofrío me recorría el cuerpo. Lo íbamos a recibir pocas horas después en la Cámara de Diputados para que informara los fundamentos de su conmocionante denuncia. La versión oficial inmediata, previa a cualquier estudio, fue que se trataba de un suicidio "porque estaba la llave puesta del lado de adentro de la puerta", y me molestó profundamente. Diputadas de mi bloque habían tenido comunicación permanente con el fiscal para coordinar la reunión legislativa y sólo había en él convicción y deseos de cumplir con su deber. Nada cercano a una depresión.
Por la noche, la versión oficial fue derivando hacia la teoría del "suicidio inducido", lo que pareció confirmar nuestra primera impresión: a Nisman lo mataron, ya sea por su mano o por la de un tercero.
Estamos, así, frente a una herida grave de la democracia argentina y por ese tajo se van la paz, la tranquilidad y la seguridad de todos y cada uno. Nelson Mandela decía que los deseos de paz, seguridad y tranquilidad son la preocupación principal de todos los habitantes. La gente de a pie, a la que representan los políticos y los fiscales y a la que deben servir los jueces y los ministros, se imagina hoy con miedo e impotencia frente a un potencial futuro de horror, en el que podrían gobernar las mafias del "vale todo". El miedo y la indignación son malos consejeros en la vida individual, pero más lo son en la colectiva.
¿Qué hacer? Hay dos caminos: uno es el chiquito de mirarse cada uno a sí mismo o a su partido, para defenderse o para echar la culpa afuera; otro es el camino grande de sentir lo que siente la mayoría y pensar en la tierra donde desarrollaremos nuestras familias. El primer camino está empedrado de justificaciones, excusas, medias verdades, acusaciones a los demás, victimización, búsqueda de enemigos personales. El segundo empieza por una convicción: la Argentina es mucho mejor que toda esta basura en la que nos encontramos.
Es necesario cambiar la idea de que "este país no tiene arreglo" por la idea de que "vamos a hacer lo necesario para cambiar y arreglar nuestro país". ¿Qué hacer? Generar confianza haciendo que funcionen bien las instituciones. Cuidar al equipo de Nisman y dejarlo trabajar, cuidar las pruebas, designar un nuevo fiscal intachable para todos, aclarar qué hacía un secretario de Estado en la escena del crimen, respaldar a fiscales, peritos y jueces serios, como lo acaba de hacer, en demasiada soledad, el presidente de la Corte.
Cuando un gobierno transita demasiado tiempo por la ilegalidad y el engaño deliberado, negando la realidad, genera efectos. Se destruyen las instituciones que, en los momentos de crisis, son el único recurso para generar confianza y tranquilidad. A pesar de la destrucción institucional del kirchnerismo, tal vez aún no sea tarde para que se dé cuenta de que se puede salir del horror poniendo al frente de cada institución personas irreprochables, garantizando que actúen con decisión, coraje, transparencia y respaldo.
El autor es presidente del bloque Unión Pro en la Cámara de Diputados
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