Una multitud colmó la Plaza de Mayo
Según la policía, más de 8000 personas llegaron a las inmediaciones de la Casa de Gobierno, pese a la intensa lluvia
El ruido metálico y la bronca fueron los mismos. El batir de las cacerolas volvió a invadir Buenos Aires con la protesta contra el corralito, contra la clase política y contra la Corte Suprema. En comparación con las protestas cívicas recientes que apuraron la caída de dos presidentes, se destacó una ausencia: la espontaneidad y la sorpresa.
La mayor parte de las casi 8000 personas (según datos extraoficiales de la policía) que colmaron anoche la Plaza de Mayo sabía desde hace dos días que estaría allí. También el Gobierno estaba alerta: miles de policías custodiaban desde temprano la Casa de Gobierno, el Congreso, embajadas y bancos de toda la ciudad.
"No queremos otro viernes negro", había advertido el vocero presidencial, Eduardo Amadeo.
La hora marcada por las organizaciones vecinales que promovieron por Internet y por cadenas de correo la organización de la protesta era las 20. Con rigurosa puntualidad, miles de personas comenzaron a concentrarse pacíficamente en las esquinas centrales de casi todos los barrios de Buenos Aires.
Al acercarse la madrugada, la concurrencia seguía en paz, sin intimidarse por la lluvia que arreció desde las 22 y que a las 23 se intensificó.
La Plaza de Mayo comenzó a llenarse de a poco, con las columnas de vecinos con cacerolas y botellas plásticas que marchaban desde todos los sectores. Las vallas policiales impedían a los manifestantes pasar más allá de la Pirámide de Mayo. La gente se agrupó sobre las calles aledañas y frente a la sede del gobierno porteño.
"El pueblo está acorralado cuando son los políticos quienes merecen estar tras las rejas", se quejó Soledad Fuentes, cerca del vallado policial. Mientras, miles de personas seguían llegando, con banderas argentinas y algunas pancartas que los identificaban como organizaciones de distintos barrios de la ciudad, casi todas formadas después del cacerolazo que empujó a Fernando de la Rúa fuera de la Casa Rosada, en la madrugada del 20 de diciembre.
El Congreso fue otro punto de encuentro. "¡Que se vayan todos, que no quede uno solo!", gritaban unos 400 vecinos de San Cristóbal que llegaron temprano a Entre Ríos y Rivadavia. Más tarde, ese número se multiplicó.
Hacia el Norte, una manifestación de 3000 personas bajaba por Santa Fe, desde Palermo. "Esto es una autocrítica de la clase media -dijo Berta Díaz, vecina de Barrio Norte-. Durante años no hice nada y dejé que esto se transformara en un caos."
A su paso, algunos vecinos pintaban con aerosoles las puertas de los bancos de la avenida Santa Fe. "Ladrones", "Devuelvan la guita", decían algunas de las pintadas.
Pese a que la protesta fue convocada por la denominada Asamblea Interbarrial de Buenos Aires, la mayoría de los manifestantes desconocía a los organizadores y sólo decía buscar un canal pacífico para descargar su descontento frente a las medidas económicas y a la falta de transparencia de la política.
"No nos vamos a salvar quedándonos en casa calladitos como pasaba hasta hace poco", argumentó Gloria Bastos, cerca del Congreso.
El reclamo se repetía a lo largo de la ciudad. En Caballito, Almagro, Floresta y Belgrano el repiquetear de las cacerolas se confundía con el humo de algunos neumáticos incendiados.
Pasadas las 22 empezó a llover y la protesta perdió un intensidad. Aún confluían grupos de vecinos para pedir con ruido y unos carteles un cambio de rumbo político y económico. "Duhalde corrupto", "Que renuncie la Corte" y "Muerte a todos los políticos", se podía leer en cartones pintados a mano.
Por las calles que rodean la Plaza de Mayo se hicieron ver algunos jóvenes en motocicleta, con mochilas en la espalda, con las características de quienes la policía y el Gobierno identifican como promotores de violencia en los últimos actos de protesta cívica.
Pasadas las 22.30, unos 50 representantes del barrio de Almagro llegaron frente a la Jefatura de Gobierno con una enorme bandera argentina, mientras 10 jóvenes con bombos y redoblantes marcaban el ritmo.
Otros manifestantes buscaban resguardo del agua en las inmediaciones, particularmente bajo la galería de la Catedral y la sede del Banco Hipotecario, mientras un puñado de jóvenes se trepaba peligrosamente a los andamios que cubren el frente del Cabildo. "Asamblea Popular, ya", pintaron en una de las paredes del edificio histórico.
A las 22.45, varios manifestantes comenzaron a pasar papeles de mano en mano, con una consigna: "A las 11 se canta el Himno". Para ese entonces, la policía empezó a pedir documentos.
Cerca de la medianoche, la policía debió dispersar con gases lacrimógenos en la Avenida de Mayo y 9 de Julio y en el Cabildo a un grupo de no más de 100 manifestantes que arrojaron piedras.
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