Emisiones cero, parques por doquier, energía limpia, altas tasas de reciclaje... Si esto fuese un concurso, una de las primeras respuestas a esta serie de conceptos sería nombrar cualquiera de las ciudades nórdicas: Copenhague, Oslo, Estocolmo. Aparecerían también las canadienses, centroeuropeas como Ámsterdam y Berlín alguna estadounidense como San Francisco. Pero hay otras urbes, aunque todavía sin la fama de las mencionadas, que están inmersas en plena transformación verde. Son la cara B de la sostenibilidad y trabajan para convertirse en ecosistemas circulares en los que se reutilicen los residuos, predomine la energía renovable, el tejido social sea más equitativo y la cultura de consumo más razonable.
Uno de estas urbes que se encuentra en plena transformación es la ciudad inglesa de Peterborough (que tiene unos 185.000 habitantes) donde unos 16.000 hogares se abastecen de energía gracias a una planta que procesa el 90% de la basura no reciclable. Su receta de las 7 R (reutilizar, repensar, rediseñar, remanufacturar, reciclar, recuperar y reparar) ha convertido al lugar en un laboratorio que no deja de dar frutos exitosos. Katie Thomas, una de las responsables del área de sostenibilidad del Ayuntamiento, destaca iniciativas como Green Backyard, un jardín público donde se celebran talleres y actividades ecológicas; Community Fridges, una red de frigoríficos urbanos para que los comercios dejen sus excedentes y puedan recurrir a ellos las personas necesitadas; o la reciente campaña Refill, que insta a los establecimientos a dejar que los ciudadanos rellenen gratis sus botellas de agua. "Queremos alejarnos de la cultura actual de usar y tirar", explica Thomas, "y crear comunidades donde la gente pueda compartir sus habilidades y apoyarse unos a otros". Peterborough trabaja para alcanzar la circularidad total de aquí a 2050.
Otro lugar a destacar es la capital del Estado de Texas, Austin (950.000 habitantes), que funciona como un gran taller con una misión clara: alargar al máximo la vida de los objetos para reducir la cantidad de basura a procesar. Para ello cuenta con una variada caja de herramientas: "Por ejemplo, tenemos un programa para que las empresas intercambien bienes que ya no usan; jornadas de reparación en las que instructores enseñan a los ciudadanos a arreglar aparatos electrónicos o remendar ropa o un directorio en el que figuran sitios de compraventa de segunda mano", enumera Natalie Betts, responsable de reciclaje y economía de su Ayuntamiento. Todo ello para elevar la tasa de reciclaje del actual 42% al 90% antes de 2040.
Para Kore –que significa cero desperdicios en maorí– es el nombre del singular programa que ha involucrado a más de 84.000 personas de diferentes etnias y que muestra el empeño de la ciudad neozelandesa de Auckland (1,4 millones de habitantes) por reducir su huella ecológica. "El objetivo es mantener en circulación recursos aún valiosos y alejarlos de los vertederos", detalla Kate Palmer, de la administración de la metrópoli. "En total participan unas 200 comunidades. La más aplicada ha reciclado hasta el 75% de sus desechos".
En tanto, Barcelona (1,6 millones de habitantes) intenta devolverle la calle a los viandantes y para ello busca crear supermanzanas, unas islas peatonales dentro de la propia urbe libres del tráfico de coches. La actuación, que ambiciona elevar del 15% al 62% las zonas peatonales, es una de las incluidas en el plan de movilidad barcelonés, cuyo fin es reducir el uso del vehículo privado para adecuar su calidad del aire a lo que exige Bruselas. A las supermanzanas, una actualización de lo que propuso el arquitecto del ensanche Ildefonso Cerdá, se suman medidas como la ampliación de la red ortogonal de autobuses y de bicisendas.
* La autora de esta nota es Jaime Ripa (El País)
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