“Quisiera salir con un muñeco con mi cara, como si fuera un ventrílocuo”, nos dijo Martín Garabal cuando empezamos a pensar ideas para la portada de esta edición de Brando. Y allí entró en escena Gustavo Garabito. En tiempo récord, nos fue enviando fotos del proceso de confección del títere que muestra en sus manos nuestro entrevistado. Egresado de la escuela de titiriteros de la ciudad de Avellaneda, Libertablas, y la escuela taller del Teatro San Martín, lleva confeccionados más de 1000 muñecos y es un referente de la escena.
Su historia es atrapante. Nació en el barrio San José, de Temperley, una zona humilde al sur del Gran Buenos Aires y desde chico tenía una marcada sensibilidad artística. A los 5 años, pidió ir a aprender dibujo. Lo llevaron a una sociedad de fomento, donde le proponían calcar figuras de próceres. “Yo necesitaba otra cosa”, argumenta. En paralelo, con los cables telefónicos de colores que le regalaban los botelleros de la zona, empezó a hacer pequeñas esculturas que les regalaba a sus amigos.
En la adolescencia, después de trabajar como repositor en un supermercado, consiguió trabajo en el gremio metalúrgico. “Entré al taller de un señor que se llamaba Roberto Vázquez”, recuerda. “Ahí no solo aprendí tornería: también me formé un poco en política y en conciencia social. Roberto fue como un padre, me abrió las puertas de otra familia. Los quiero mucho, porque no solo me formaron, también me alejaron de todo lo malo de la calle”.
El relato de Gustavo se corresponde con miles de casos que marcan el fin de los 90. Él era el único sostén de su familia (su mamá y sus dos hermanos menores) y las pocas veces que conseguía trabajo, lo estafaban. En un momento, uno de sus hermanos consiguió trabajo y él le pasó la posta.
“Busqué un trabajo más liviano, de lavaautos”, recuerda. Y, al mismo tiempo, unos amigos que vivían en Banfield, en la zona del club Juventud Unida, le propusieron cuidar a su bebé recién nacido. El detalle es que Laura Morales y su pareja tenían una compañía de teatro de títeres. Así que mientras ellos hacían las funciones, Gustavo cuidaba al bebé. Pero, de a poco, se fue encantando con el mundo de los muñecos. “Un tiempo después, me terminé incorporando a la compañía”, evoca. “Me enseñaron a titiritear, y ahí descubrí que tenía una habilidad nata para la confección. En realidad, la tornería me había dado muchos elementos, como la tridimensión, para poder desarrollarme en el oficio. Hasta ese momento, en la compañía compraban los títeres a proveedores externos. Cuando armé el primer títere tallado en gomaespuma y se los mostré, cayeron en que era de mejor calidad que los que ellos estaban comprando”.
Tres años después, se abrió del grupo y empezó a fabricar a gran escala y vender títeres en ferias artesanales. “Quería estudiar, pero sentía que me faltaba formación cultural para entrar a una escuela. Así que me puse a leer, en los tiempos muertos que me dejaba la feria, y a formarme con otros artesanos. Con el tiempo me di cuenta de que no había progreso económico en la feria. Me metí a estudiar en la escuela de titiriteros de Avellaneda y me centré en eso. Vivía en comunidad, pagaba un alquiler que incluía la comida. Me armé mi propia beca”.
Cuando egresó de Avellaneda, empezó a trabajar en Escaleno, el taller de Jorge Crapanzano y Rosa Leo, creadores de los muñecos de los Muvis, Canal K, los Rocketos, Utilísimos, entre otros. Y entró en la escuela taller del Teatro San Martín, dirigida por Adelaida Mangani (compañera de Ariel Bufano, madre de Vicentico Fernández Capello).
“Ahí me profesionalicé un montón, cambié mi estética y todos mis conocimientos. Fue un salto enorme, como pasar a la Universidad del Títere. Aprendí a forrar los títeres, hacer mecanismos, trabajar con materiales como el látex, trabajar a distancia. Fue impresionante”, celebra. De ahí a la tele, en algunos programas, por ejemplo, con Mariana Fabbiani. Y la fascinación por la manipulación en el ámbito audiovisual: “¡Me gusta más que el teatro!”.
Garabito, cuyos trabajos se pueden ver en instagram (@titeres_garabito_puppets), piensa en el títere como un objeto integral. “Puede ser un retrato hermoso, pero hay que darle vida y, a veces, eso no es sencillo. Los que somos titiriteros vamos a buscar que sea liviano, que se mueva bien, que no te acalambre la mano, que no se te resbale, que vos hagas así y metas la mano. Siempre hay que llevarlo al máximo de la calidad. Por eso, mis títeres se van siempre con garantía de por vida”.