En 2018, cumplió el sueño de acercarse al espectáculo tras asociarse con Ricky Pashkus para producir obras, como la exitosa Kinky Boots, en Argentina y España. “Pude concretar mi pasión”, dice
La empresaria Florencia Masri (49) va de una conversación a otra, de grupos de chat a otros, de un idioma a otro sin confundirse, sin perder el hilo, el entusiasmo, la paciencia ni tampoco la sonrisa. “Puedo ponerme el sombrero de productora y, en un segundo, el del real state… Fluyo de un tema a otro”, admite. Florencia es presidenta de Falcon Properties, una empresa inmobiliaria con base en Manhattan, Estados Unidos, que creó su padre hace 40 años y que administra edificios y desarrolla proyectos inmobiliarios. Desde 2018, Florencia es, además, el timón de Rimas Producciones, la compañía artística que nació cuando ella y su hijo Alejandro Zaga Masri se asociaron con el director teatral y coreógrafo Ricky Pashkus. Además, maneja otro trust: su gran familia. Es madre de Sofía (25), Alejandro (23) –hijos de su matrimonio con el empresario mexicano David Zaga)–, Paloma (14) –que tuvo con el abogado franco-americano Marc Rossell–, Mateo (10) y los gemelos Felipe y Tomás (7) –frutos de su actual historia de amor con el financista argentino Juan Martín Molinari–.
MANDATOS Y SUEÑOS
Ser actriz y cantante era el sueño que Florencia tenía de chica. Hoy, cuenta: “Mi mamá [María Carmen Pascual; murió en 2009], que había sido bailarina, me anotó en ballet, y yo no tenía ninguna aptitud para la danza. Quería participar en comedias musicales o en Festilindo. Pero mis padres no lo consideraban ni apropiado ni correcto”. Florencia no logró convencerlos ni siquiera por ser hija única.
–¿Y qué querían tus padres para vos?
–Mi camino era ser empresaria y seguir los pasos de mi papá, Elías Masri [murió en 2020 por Covid]. A fines de la década de los 70, él apostó al mercado inmobiliario de Manhattan y fundó Falcon Properties. Fue un visionario.
–Fue imposible conmover a tu mamá...
–Es que el mandato era continuar la compañía familiar porque, fundamentalmente, yo era hija única. Cuando tenía 15 años, nos mudamos a Nueva York. Salvo por algunos pocos años en los que volví a Buenos Aires, mi base ha sido Estados Unidos. Allí, trabajé en la empresa familiar, tuve a mis hijos y estudié. Hice Artes y Ciencias, en la Universidad de Columbia, con un major en Estudios Franceses, no Economía, como papá hubiera querido. [Se ríe]. Creo que él estaba convencido de que lo mío con los escenarios era un hobby, un capricho, y que, cuando me enfocara en lo importante, se me iba a pasar.
–¿Cómo desembarcaste acá y te asociaste con Ricky Pashkus?
–Antes de la pandemia, una amiga mía presentó a Alejandro [Zaga Masri, su hijo] con Ricky. Alejandro es actor de comedia musical [cursó, entre otros lugares, en el se sin tanto dinero, pero con talento y mínimas condiciones técnicas. Otros requieren un gasto más importante en equipo artístico, escenografía, vestuario, coreografía, guion... La inversión la hacemos desde Falcon Properties. Es un riesgo, pero tanto en la primera como en la segunda puesta de Kinky Boots nos fue muy bien.
–¿Cuál fue tu mayor desafío en este rol de empresaria artística?
–Soy tan apasionada como metódica. Aprendí eso de papá, que fue mi maestro más sabio, pero también el más exigente. Él estaba pendiente de cada cosa, controlando todo. Así como digo que es difícil convivir con alguien así, digo que yo también aprendí naturalmente a controlar mi entorno. Entonces, he tenido que trabajar mucho en soltar, especialmente a mis hijos. Alejandro decidió venir a trabajar conmigo en Rimas, pero, para mí, fue importante que tuviera la libertad para elegir.
–Vas y venís entre Nueva York, Madrid y Buenos Aires. ¿Repercute eso en la pareja?
–Cuando conocí a Juan Martín, él vivía en Argentina y yo, en Nueva York. Estuvimos saliendo a la distancia. ¡La nuestra es una historia de amor con muchas millas! Como yo, él tiene tres hijos de otro matrimonio [Brenda, 26; Milagros, 19; y Juan Pablo, 16]. Nos casamos en 2010 en Nueva York e hicimos otra celebración en 2011 para amigos, que vinieron de diferentes partes del mundo. Cuando nació Mateo, nuestro primer hijo, él empezó a organizar su trabajo para instalarse en Nueva York. Mudarse es un término relativo para nuestra familia. Tenemos las valijas siempre listas. Ahora estamos organizando un viaje a Mendoza para probar uvas para un proyecto de vinos que armamos juntos.
–¿El celular es un problema para la relación?
–Juan Martín dice que él puede desconectarse más que yo. Pero, lo cierto es que, si tenés negocios para hacer, tenés que involucrarte.
–¿Cómo hacen con tantos hijos?
–A veces, cuando estamos en Buenos Aires, somos tantos que hemos tenido que alquilar un departamento porque todos juntos, acá, no entramos. La logística requiere energía y concentración. Tengo un chat con David, mi ex marido, para hablar de temas vinculados con Alejandro y Sofía. Pero ellos ya están más grandes. Tengo otro con Marc, el papá de Paloma. Con mis hijos más chicos, llevo una agenda con Juan Martín; y otra con la niñera y el chofer. Mis viajes de trabajo nunca duran más de cinco días. ¡A mí me gusta estar y no perderme nada de ellos! Ayer llevé a los tres más chicos y algunos amigos a futbol y, mientras tanto, hice llamadas de trabajo en el auto. Me gusta buscarlos en el colegio, llevarlos a los cumpleaños, alentarlos en los partidos de hockey sobre hielo. Para mí, es importante tener una relación con cada uno de ellos, como si fueran hijos únicos. Primero, soy madre; después, empresaria.
Producción: Vicky Miranda