Sin proponérselo, Fabián Ferrari se convirtió en el guardián de la historia del pueblo bonaerense a 30 km de Lincoln.
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A Fabián Ferrari siempre le gustó juntar cosas. Aquella pasión por coleccionar que reconoce ya sentía de chico se materializó con los años en el museo del pueblo al que llegó a vivir con su familia a los cinco años.
Arenaza, es una pequeña localidad de la provincia de Buenos Aires a poco más de 30 kilómetros de Lincoln con unos 2000 habitantes que, como muchos de los pueblos de los alrededores, tiene iglesia, plaza, polideportivo y cancha de fútbol, además de la clásica y pintoresca estación de ferrocarril en desuso. Pero también tiene un museo, de esos que abren sólo los fines de semana o si se visita el pueblo en otro momento, llamando al delegado municipal que no es otro que el propio Fabián, orgulloso de mostrar la colección de casi 5000 objetos que conforman este templo poco común y de los que él es guardián. Fabián arrancó con solo 85 objetos hace más de 20 años y hoy se convirtió en quien busca rescatar del olvido la memoria de los habitantes de la zona.
Allí donde casi termina el pueblo, en una casa que se cree existe desde la fundación, en 1904, y que antes de ser sede del Museo Histórico de Arenaza fue escuela, siete salas albergan los más variados objetos de la vida cotidiana: entrar a cada una de ellas provoca una nostalgia automática.
El museo se inició como un proyecto escolar en la Escuela Primaria Nº12, con la idea de mostrar elementos que la institución ya no usaba, como los primeros bancos, mapas y tinteros. A Fabián lo convocaron para hacer una muestra de fotografías antiguas del pueblo porque en su haber tenía una colección personal considerable, y con sus jóvenes veinte y pico de años, muchas ideas. Tan buena fue la respuesta de la gente −que incluso empezó a acercar sus propios objetos−, que esto impulsó a un grupo a hacer un museo histórico comunitario. Todo el año 1997 trabajaron buscando objetos y elementos y el 6 de diciembre de ese año se fundó el museo que funcionó hasta 2001 en la vieja estación.
Cuando recibieron el edificio abandonado, sede actual del museo, algunas de las habitaciones tenían el piso de madera tan deteriorado que se veía su sótano, y otras sin techo dejaban ver las estrellas. Asesorados por el Museo de la Ciudad de Buenos Aires, avanzaron con la obra de recuperación gracias a socios, vecinos y mecenas, y en marzo de 2001 se mudaron al nuevo espacio. Con el tiempo se asociaron también a FADAM, la Federación Argentina de Amigos de los Museos.
Pasión temprana
“Empecé a coleccionar objetos desde que tengo siete u ocho años, porque siempre me gustaron las antigüedades y la historia”, dice el coleccionista. Y cuenta que sus primeros objetos fueron botellas que encontró enterradas, como las de gres donde se envasaba la cerveza o viejos envases de hojalata de té, café, yerba, dulces y aceites que atesoraba como un descubrimiento. “Con los años fue creciendo mi colección, que hoy está expuesta en las distintas salas del museo: desde que tengo recuerdo la familia y conocidos me obsequiaban antigüedades, y cuando empecé a trabajar y a tener mi propio dinero iba los sábados a los remates y volvía con infinidades de cosas”, relata.
“Me encanta explorar, investigar, buscar, tomar fotos de lugares, de viejas taperas, porque cada lugar, por más sencillo que sea, tiene una historia por contar”, dice Fabián. Suele pasar que cuando la gente está limpiando un galpón o una vivienda lo llaman a él para que busque el material que puede servir en el museo. Saben que es el experto. Si no lo hacen, él no se resiste y pregunta. “A veces hay que negociar para que una pieza especial no se pierda y termino comprándola para que quede en el acervo del museo”, explica. Las novedades aparecen todas las semanas: un elemento de la vida cotidiana, una fotografía, un libro, alguna boleta de un viejo comercio o herramientas de labranza. Cada una encuentra su lugar en el museo.
En el tiempo libre que le depara su trabajo ad honorem en el museo, el coleccionista, −además bombero voluntario y delegado municipal− anda también explorando los pueblos y ciudades vecinas. En Junín, Lincoln, Roberts, Pasteur o Las Toscas la gente sabe del accionar del Museo Histórico de Arenaza y le hace llegar cosas. Saben que, al ser un museo polifacético, reciben toda clase de objetos. Desde Buenos Aires o Mar del Plata gente que ha vivido en Arenaza envía cosas. Hace pocos meses, una persona que vive en Australia le envió fotos de un comercio que su abuelo tuvo en la localidad en 1917, y desde Suiza recibió, sorprendido, material fotográfico antiguo de otra familia. Todos lo hacen para que la historia no se pierda, y saben que pueden ir al museo cada vez que quieren donde todo está prolijamente rotulado con el nombre del donante. “Cuando alguien me trae algo trato de hacerle preguntas para que me cuente sobre ese objeto, porque por más simple que sea hay detrás algo por descubrir”, dice Fabián.
De paso, Fabián se ha convertido en un fanático de las fotos antiguas que tienen que ver con las familias del pueblo, eventos sociales, culturales, deportivos, de actos escolares, oficios o trabajos en el campo. En eso, el Instagram @museoarenaza le sirve como una extensión o sala virtual, donde también publica imágenes de objetos que pertenecen al museo. Hace poco publicó una foto de los bolseros del ferrocarril –con una descripción detallada de la cuadrilla, sus funciones y modo de trabajo−, y una usuaria comentó: “Creo conocer al señor de la camisa celeste, es un tío mío, Juan Paganini”.
Organización temática
Además del patio, son siete los ambientes que funcionan de impecables salas de exposición: hay un sector dedicado a los medios de comunicación con distintos tipos de radios y reproductores de música, objetos musicales, telefonía, cine, fotografía; otro armado como una peluquería de época, cabina de madera de la Unión Telefónica con foto de la telefonista que ahí trabajaba conectando al pueblo, un despacho de bebidas y almacén, además de sectores dedicados a las instituciones (escuelas, capilla, sociedad italiana, industrias, establecimientos agropecuarios y el ferrocarril). La medicina está representada con instrumental médico, mesas de parto, cirugía, sillón odontológico, libros de medicina y una farmacia con decenas de frascos y todos sus elementos.
Vida cotidiana con los utensilios que utilizaba diariamente una familia, juguetes de antaño, moda y vestidos de novia. Hay retratos de familias, con hombres de bigote serio, saco y pañuelo, y mujeres con rodete y vestidos oscuros. También una herrería y taller con herramientas y maquinarias utilizadas en otros tiempos, entre muchísimas otras cosas. ¿Un objeto curioso? El registro de prostitutas de Arenaza de entre 1923 y 1936, con nombre de la casa donde ejercían, foto, datos personales, y libreta sanitaria.
Felizmente rodeado de esos ambientes, Fabián suele digitalizar fotografías, investigar y leer en busca de las historias de los objetos; consulta gente mayor y luego vuelca sus descubrimientos en papel. “El pueblo tiene mucho por contar de sucesos que pasaron y han quedado en el olvido”, dice. “En estos días estoy investigando sobre un asesinato ocurrido en 1920, tengo la documentación, certificados de defunción, y datos del asesino: pronto estará lista para que la lean los seguidores del museo”, anticipa.
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