Uno de los pueblos más pintorescos y castizos de los alrededores de la capital española.
Cuando Narciso García Ortego anunció que convertiría una antigua propiedad familiar en un restaurante para turistas, no faltó ni un vecino de Chinchón –ni uno solo entre los aproximadamente 4.000 que por entonces vivían en el pueblo– que lo tildara de chiflado. Eran los primeros años de la década del 60 y, como muchas otras localidades rurales dispersas en las afueras de Madrid, el lugar todavía sufría los estertores sociales y económicos de la posguerra. ¿Qué persona en su sano juicio podría acercarse a este rincón perdido y yermo sólo para probar su pollo asado?
Sin embargo, menos de una década después, el pueblo ganaría fama internacional como set de filmación de producciones hollywoodenses, entre ellas, Una historia inmortal de Orson Welles. Al actor y director de Ciudadano Kane se le atribuye la frase: “Quiero ser enterrado en Chinchón”, aunque, cuando falleció, su familia eligió llevar sus cenizas mucho más al sur, a la ciudad andaluza de Ronda. Lo que sí es un hecho es que, allá por 1966, durante el rodaje de Una historia inmortal, Welles frecuentaba diariamente el por entonces flamante Mesón Cuevas del Vino, el único restaurante del pueblo, el de don Narciso. Según recuerdan, Welles pedía siempre lo mismo: guiso de judías y chorizo, un churrasco de 700 gramos y, para acompañar, un vino tinto de la casa.
"He estado toda mi vida aquí. Antes, éramos cuatro o cinco en el pueblo, el resto vivía y trabajaba en el campo. El turismo lo cambió todo. Hoy, somos casi 6.000 habitantes. "
María Feliciana, dueña de un almacén
Hoy, Chinchón es una escapada de fin de semana imbatible, fundamentalmente para los madrileños que buscan huir de las hordas de viajeros que se agolpan en destinos más publicitados como Segovia, Ávila o Toledo. Pero la fascinación con Chinchón va más allá de su atmósfera apacible y campechana. Este pueblo, “el único con una iglesia sin torre y una torre sin iglesia”, tiene varios méritos y atractivos, entre ellos: una historia que se remonta a la dominación romana primero y mora después; un castillo del siglo XV en el que, hasta hace unos 300 años, vivían los condes y su corte –actualmente, se usa como espacio para eventos–; una obra original del mismísimo Francisco de Goya; y un casco urbano que fue declarado Conjunto Histórico Artístico en 1974, sobre todo, por su singular Plaza Mayor.
Como en toda comunidad rural, la plaza es el epicentro y el corazón del lugar. Se trata de una verdadera joya medieval, escenario de múltiples fiestas y celebraciones, que quedan enmarcadas para la foto por sus 234 pa verdes. En febrero, se realiza una feria medieval muy popular y, en diciembre, se instala un gigantesco árbol navideño. Se trata, además, de una plaza de toros tradicional que sigue activa. Eso sí, de lunes a viernes, queda tomada por los autos, porque se usa como predio de estacionamiento público. Los sábados y domingos, en cambio, el único vehículo que circula es un simpático tren turístico miniatura, y las mesas con sombrillas de bares y restaurantes invaden sus laterales.
“He estado toda mi vida aquí. Antes, éramos cuatro o cinco en el pueblo, el resto vivía y trabajaba en el campo. El turismo lo cambió todo. Hoy, somos casi 6.000 habitantes. Hay mucha inmigración árabe y rumana, pero eso está muy bien”, dice María Feliciana, de 65 años, dueña de un almacén. Chinchón vive de la hospitalidad, y se nota. Sin embargo, no ha perdido sus costumbres ni sus mañas. Las casas, de paredes de piedra, conservan sus balcones castizos, sus tejados originales y sus pesadas puertas de madera con herrajes de hierro. Sus calles, empedradas y serpenteadas, tienen veredas tan angostas que uno termina inevitablemente caminando por el medio, entre autos, motos y bicicletas. No hay publicidades ni avisos, excepto los carteles, por lo general pintados a mano, que indican el nombre de un hospedaje, local o restaurante. A la hora de la siesta, el pueblo parece fantasma; no hay mucho que hacer más que emprender la caminata hacia lo más alto del pueblo, ahí donde se levanta la iglesia.
La mejor panorámica está allí: se ve la Plaza Mayor rodeada de un mar de tejados que, a su vez, da paso a los olivares y las vides; todavía más allá, las sierras naranjas y ocres se funden con el horizonte. Todo invita a sentarse a la sombra de un árbol y concentrarse, por unos minutos, en el sonido de los árboles y los pájaros.
A metros de la torre está la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, cuya construcción original llevó casi un siglo –una y otra vez, los condes de Chinchón se quedaban sin fondos– y luego fue asediada y saqueada tanto por tropas francesas como durante la Guerra Civil Española. Entre ambos ataques, Camilo Goya, hermano de Francisco, ofició de capellán. Fue gracias a un pedido de él que el artista se comprometió a pintar un lienzo para vestir el altar central: una obra de más de tres metros de altura que completó en 1812. Para cuando empezó la guerra civil, La Asunción de la Virgen ya se había trasladado a Ginebra, junto a otras obras de valor, de donde regresó en 1939.
Tradiciones chinchonesas
Varias casas y casonas del pueblo fueron recicladas en los últimos años, gracias a una apuesta cada vez más fuerte al turismo de categoría. Entre ellas, la encantadora Casa de la Marquesa, un hotel rural boutique en una callecita tranquila, detrás de la Plaza Mayor, que la holandesa Carla Coenders y su marido inauguraron después de cuatro años de reformas. “Vivíamos en Madrid y quisimos emprender en hotelería en alguna localidad cercana. Chinchón fue el último lugar que visitamos y nos enamoró desde el primer momento”, cuenta Carla, y apunta que este pequeño oasis de tan solo cinco habitaciones con jardín y pileta se diseñó sobre la base de un edificio antiguo que no tenía luz ni agua, ni siquiera cloacas.
Hay otros lugares que, por el contrario, han intentado mantenerse intactos a lo largo del tiempo. Ese es el caso del mesón y museo de don Narciso, hoy a cargo de su hija, Yajaira García Nieves. Subiendo desde la Plaza Mayor por la Calle de Benito Hortelano, el aroma a jazmín invita a doblar a la izquierda y atravesar el largo pasillo que lleva hasta el interior de la estancia. Enseguida, da la bienvenida otro olor bien distinto, el de las antiguas caballerizas. El salón comedor principal, custodiado por enormes barricas intervenidas con las firmas de clientes famosos, cuenta como atracción principal con el horno giratorio a leña más grande de España: tiene unos 125 años, y es de lo más joven del mesón, que remonta su construcción a finales del siglo XVIII.
"Mi padre fue un visionario. Chinchón no era nada, la plaza estaba deteriorada... Aguantó meses sin un solo cliente, hasta que empezó el boca en boca. En 1977, el rey le dio la medalla de plata al mérito turístico."
Yajaira García Nieves, mesón Cuevas del Vino
“Mi padre fue un visionario”, sostiene Yajaira y, acto seguido, intenta resumir una historia con bifurcaciones potencialmente infinitas: “Mi familia tuvo esta propiedad toda la vida, desde mi tatarabuelo. Solía ser una casa de labranza: aquí se hacían aceites y vinos que se vendían en pellejos de macho cabrío. Se cosechaban cereales, uvas y aceitunas. Tenía todo tipo de animales para la faena, mulas y caballos, y hasta su propia herrería. Con la Guerra Civil, se dejó de hacer vino por varios años. Mi padre, un médico sin demasiada vocación, decidió reacondicionar el espacio y abrir un restaurante. Rehabilitó lo mínimo necesario. Chinchón no era nada, la plaza estaba deteriorada... Aguantó meses sin un solo cliente, hasta que empezó el boca en boca. Mi padre confió en su mesón y en el pueblo como destino. En 1977, el rey le dio la medalla de plata al mérito turístico. Estuvo hasta el último día de su vida acá”.
Por sus más de 250 años de historia, el Mesón Cuevas del Vino es también un museo y su principal atracción es la que le da nombre al restaurante. La cueva donde los antepasados de la familia fermentaban el vino está 12 metros bajo tierra y alberga unas 53 tinajas hechas a mano; cada una puede guardar en su interior casi 5.000 litros de vino, aunque no fue lo único de lo que se llenaron en toda su existencia. Es que, en este subsuelo laberíntico, de varios recintos, todos recubiertos de piedra, se encontraron en su momento fusiles, balas y otras municiones que escondieron los republicanos durante la guerra. “Todo el mundo se escondía en las cuevas”, explica Yajaira, quien tuvo un abuelo luchando en cada bando de la contienda. A medida que el mesón empezó a tomar vuelo, don Narciso decidió acondicionar e iluminar con luz tenue algunas partes de las cuevas como salón comedor o barra para picoteo. Quedarse ahí a comer es toda una experiencia.
El mesón también es legendario por su carta, que desde el inicio se pensó como un homenaje y un rescate de platos tradicionales: tortilla de patatas guisada, sopa castellana, judías chinchoneras, huevos a lo pobre, pollo asado con tomate, bacalao al ajo arriero, y postres como tarta de queso y tocino del cielo. Pero los hits de la casa siempre fueron el cochinillo y el cordero asado en horno a leña, que, aunque ahora son el plato típico de Chinchón, no lo eran hace unas décadas, aclara Yajaira, sino que fue su padre quien los trajo después de probarlos en Segovia. “Además, todos los animales para las comidas se criaban y faenaban acá, pero, por cuestiones de sanidad, hace décadas que trabajamos con proveedores locales. Lo que sí sigue siendo de la casa es nuestro vino porque, si bien hacemos la preparación en bodegas externas, mantenemos nuestras viñas de Tempranillo y Malvar en las afueras del pueblo”.
El vino es un legado chinchonés que sigue vigente gracias a cuatro bodegas centenarias: Val Azul, del Nero, Cooperativa San Roque y Cinco Leguas. Por eso, en agosto pasado, el pueblo fue incorporado a las Rutas del Vino de Madrid, una propuesta de turismo enológico que une localidades como Morata de Tajuña, San Martín de Valdeiglesias, Valdelaguna y Colmenar de Oreja. Un camino más de los tantos que conducen a Chinchón.
DÓNDE COMER
- Mesón Cuevas del Vino Calle de Benito Hortelano 13. T: +34 91 894 0206. El restaurante tradicional por excelencia. Comidas caseras y abundantes, en un ambiente muy especial. Lunes, miércoles y jueves, 12 a 16.30. Viernes y sábado, 12 a 17 y de 20 a 0. Domingo, 12 a 17.
- Mesón El Duende Calle Grande 36. T: +34 91 894 0807. Más pequeño y un poco menos cuidado que el anterior, pero con una magnífica parra en su patio que lo hace ideal para comer afuera y resguardarse del sol sin perder la sensación de estar afuera. Martes a domingos, 11 a medianoche.
- La Casa del Pregonero Plaza Mayor 4. T: +34 91 894 0696. Un restaurante que, aunque le bastaría con el hecho de que está en la Plaza Mayor, ha decidido brindar una excelente propuesta gastronómica, con foco en cocina mediterránea y europea. Menú degustación de 14 pasos (con reserva). Lunes, 12 a 17. Miércoles a domingo, de 12 a 0.
- Café de la Iberia Plaza Mayor 17. T: +34 91 894 0847. También en Plaza Mayor, tiene el patio interior más lindo del pueblo. La comida, fundamentalmente española y a la parrilla, es muy buena. Lunes a viernes, 12 a 17 y 19 a 23. Sábados y domingo, 12 a 23.
DÓNDE DORMIR
- Casa de la Marquesa Calle Morata 9. T: +34 91 894 1171.Son 4 habitaciones dobles y una cuádruple. Jardín y pileta. Desde € 65 la doble.
- Parador de Chinchón Calle de los Huertos 1. T: +34 918 940 836. El Parador de Chinchón –perteneciente a la red que los agrupa– es un antiguo convento agustino, con amplias habitaciones y un jardín bellísimo. Desde € 125 la doble con desayuno.
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