A 40 años del conflicto armado, recordamos a las 16 mujeres que participaron: se ocuparon de asistir a los médicos; sólo hubo en 2013 una medalla de reconocimiento oficial
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Este 2 de abril se cumplen 40 años del inicio de la guerra de Malvinas, un conflicto armado en el que la Argentina pretendía recuperar las islas que fueron usurpadas en 1833 por la corona inglesa. Es sabido que, desde la declaración de la independencia de 1810, los territorios que antes habían sido colonizados por los españoles, desde ese momento serían transferidos en su totalidad al estado argentino, incluyendo las Islas Malvinas.
En la última dictadura militar, el dictador Leopoldo Galtieri lanzó la orden de recuperar las Malvinas: envió a cientos de soldados de escasa experiencia a pelear y destinó a un grupo de mujeres civiles y profesionales de la salud para asistir a los médicos de guerra. De ellas, 16 veteranas de Malvinas, poco se supo: durante 30 años fueron silenciadas y negadas de la memoria colectiva.
Recién el 14 de marzo de 2013, fue reconocida la primera tanda de veteranas -fueron 16- y les entregaron una medalla. Fueron las primeras mujeres en la historia del país en recibir medallas al valor en calidad de veteranas femeninas de guerra.
Excluidas de la memoria colectiva
La antropóloga María Pozzio, investigadora del Instituto de Ciencias de la Salud de la Universidad Nacional Arturo Jauretche, recuperó la voz de las mujeres veteranas a través de la investigación “La experiencia de las mujeres en Malvinas: de la Sanidad Militar al reconocimiento”. En diálogo con OHLALÁ recordó momentos claves.
“Cuando Argentina recupera el Puerto Argentino, se decide enviar a los cirujanos del Hospital Militar Central (HMC) a Malvinas. Fueron ellos quienes enseguida reclamaron por sus instrumentadoras quirúrgicas con quienes trabajaban en el hospital diariamente. Sin mucho tiempo para pensar, las convocan y embarcan en el buque Irízar, que fue uno de los barcos de la Marina Argentina que estaba adaptado como buque hospital”, cuenta.
Silvia Barrera, una de las instrumentadoras que fue entrevistada muchos años después, recordó a Pozzio lo que pasó por su mente antes de viajar y lo que sucedió finalmente en el desarrollo de los días de guerra.
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Micromachismos y supersticiones
“La idea de que las mujeres en los barcos traen mala suerte es una típica superstición de la marina, y con ellas no hubo excepción”, destaca Pozzio.
El 8 de junio de 1982, las mujeres debieron presentarse a la madrugada para ser trasladadas en avión, luego en jeep y finalmente en helicóptero hasta el buque Irízar. Luego de más de 12 horas de viaje, Silvia recuerda un recibimiento muy hostil. “Era la primera vez en jeep, la primera vez en helicóptero, en buque, la primera vez en todo. El jefe de cubierta, muy machista él, nos ve bajar horrorizado, los marinos dicen que las mujeres y los curas traen mala suerte y hacía poco habían hundido el Belgrano... así que lo primero que nos hacen es un simulacro de evacuación, porque ustedes traen mala suerte nos repetían y nosotras recorriendo el buque con el mapita. Después se aflojaron y hasta nos cedieron camarotes, porque no había; nada estaba preparado para nuestra llegada”.
La noche anterior, Silvia se había cortado el pelo, se había peleado con su novio y recibió las explicaciones de su padre militar acerca del modo más rápido para sacarse y ponerse los borceguíes. Ella estudió instrumentación quirúrgica en un hospital del Gran Buenos Aires y dos años antes de ir a la guerra entró como agente civil a desempeñarse en el Hospital Militar Central (HMC). El 2 de abril, junto con un grupo de compañeras, se inscribió como voluntaria en el Hospital como gesto de “patriotismo”. Al cabo de dos meses sería enviada a la guerra.
Según lo expresa Silvia, los soldados llegaban “cubiertos de una tierra arcillosa, que no se quitaba fácil, había primero que limpiarlos, sacarles la suciedad que tenían para ver dónde estaban heridos”. Esto les resultaba difícil, pues ellas, como instrumentadoras, no tenían formación para tratar con el paciente. “Para nosotras, el paciente entra a quirófano casi dormido”, explica.
Cuando se anuncia la retirada y la inminente rendición, el papel de las mujeres cobra renovada importancia: si bien ellas fueron para curar, desde ese momento también tendrían el rol activo de cuidar de esos soldados, contenerlos, y escuchar sus súplicas y sus pedidos desesperados de regresar junto a sus familias.
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Reconocimiento nacional
En palabras de una de las compañeras de Silvia, según lo registra Pozzio: “Los soldados se extrañaban al ver mujeres, pero también los reconfortó, porque además de atenderlos, los escuchábamos. La mirada femenina acompañaba y contenía, sobre todo en ese contexto”.
Al regresar al continente una vez finalizada la guerra, el grupo de veteranas fue aislado por un tiempo en un hotel en Comodoro Rivadavia para evitar que pudieran contar lo vivido a su regreso al Hospital Militar Central. Más tarde, se conoció aquella ‘maniobra’ como parte del plan de “desmalvinización” que se intentó instalar luego de la derrota.
Tuvieron que pasar tres décadas para que ellas fueran reconocidas oficialmente. Eso sucedió el 14 de marzo de 2013, cuando el Ministerio de Defensa de este entonces, Arturo Puricelli, entregó medallas al valor en calidad de veteranas femeninas de guerra a este grupo de mujeres civiles y profesionales de la salud que estuvieron allí. Unos años más tarde llegaría el reconocimiento para veteranas de la Fuerza Aérea.
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