Sobrevalorar nuestra palabra: el alivio de callarse, al menos un rato, y escuchar
Cada tanto viene bien callarse y escuchar. No importa que tal vez los otros, a nuestro criterio, digan muchas zonceras o disparates. Es un buen experimento por un ratito cerrar la boca y dejar que los oídos hagan su trabajo a pleno sin interrumpirlos, a ver qué pasa.
No decimos nada nuevo. Es parte del botiquín de “psicofrases” que aconsejan aprender de la escucha para no entrar en la beligerancia discursiva que nos tiene a todos cansados. Vale, sin embargo, reiterar el concepto para salir de esa tendencia a sobrevalorar nuestra palabra y ningunear la ajena. También puede ser un alivio saber que estaremos callados un rato, dejando de pensar en nuestra intervención brillante o rotunda, para relajarnos en la escucha plena. El fenómeno que se produce es que, siendo que hacemos foco en el decir ajeno, a veces encontramos matices nuevos en esas palabras y nos damos la oportunidad de tomar contacto con la dimensión emocional que subyace en lo que se está diciendo.
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Es obvio que habrá que encontrar el momento y la situación adecuada para jugar este juego. Sabemos que no siempre es posible, pero será interesante esmerarse y abrirse a la escucha en situaciones en las que acostumbramos no hacerlo.
Recordemos que lo verdadero de las cosas no requiere defensa alguna
En otras palabras: la verdad se defiende sola y, en todo caso, debemos hacer lo que podamos para no alejarnos de ella. Lo verdadero no dejará de serlo porque nos llamemos cada tanto a silencio para dejar que el otro diga lo suyo y, tal vez, agregue algún matiz impensado a nuestra idea de las cosas.
El entrenamiento militarizado del discurso cotidiano nos hace creer que “el que calla otorga”, y eso genera una tensión tal que termina distorsionando los intercambios. Acá lo que sugerimos es que, de vez en cuando, usted se calle y escuche, aunque parezca que eso sea otorgar. Que se relaje y se deje habitar por la palabra ajena, algo que no siempre es tan terrible. Hemos señalado en tal sentido que la cantidad de discusiones entre personas que están de acuerdo es sorprendente. Sí, lo repetimos: muchísima gente discute aun por lo que está de acuerdo, tan acostumbrada está a polemizar, contradecir, cruzar y ningunear la palabra ajena.
Sin darnos cuenta, la exigencia de siempre tener que decir algo termina generando cansancio, crispación, tensión y hasta estrés. También es verdad que hay quienes nunca hablan, si bien ocurre muchas veces que los “callados” no escuchan tampoco, sino que están rumiando sus propias respuestas y comentarios que no se animan a compartir. No es la boca la que trabaja, pero sí lo hace su mente que da vueltas y vueltas de forma atronadora.
Que trabajen los oídos entonces, para abrirle la puerta a esas sorpresas que suelen ocurrir cuando la lengua descansa un poco, que mal no le hace.
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