Comer solos, aun acompañados. Los rituales que fuimos perdiendo con los años
La comida no es solo “combustible” para el cuerpo, sino cultura y conexión: cuáles son las consecuencias de abandonar costumbres e intercambios en la mesa
Las palabras “compañero” y “compañía” vienen del latín: “companion” significa, literalmente, persona con la que compartimos el pan. Sin embargo, hoy no las relacionamos directamente con la comida. La compañía es una empresa; un compañero una pareja o alguien con quien trabajamos o estudiamos...
Hay muchas causas que pueden explicar por qué comemos solos. Y no me refiero a estar con otros, sino a la pérdida de ciertas costumbres que aparecen al comer entre varios. Un motivo puede estar en la tecnología: en las últimas décadas se adoptó en masa, sin demasiada reflexión, alterando nuestro comportamiento y haciendo que nuestras costumbres se adapten a ella. Se calcula que miramos nuestro teléfono 221 veces al día. Si comparamos el tiempo que tiene de existencia el scroll en la pantalla con la cantidad de tiempo que le dedicamos, parece absurdo. El punto es que el impacto de estar conectados al aparato de turno implica que, incluso formando parte de grandes grupos, tendamos a comer solos.
Por otro lado, la ración de comida que pedimos o compramos de manera separada, o la bebida envasada en forma individual, también reducen drásticamente el tiempo que les dedicamos a las comidas. Y ni hablar del impacto de esos desechos...
Lo que me parece importante destacar es que todo lo que hagamos que modifique nuestra relación con la comida de manera profunda e intrínseca nos afecta de maneras más complejas de lo que estamos dispuestos a ver. Tanto como individuos, como comunidad o a nivel global.
Lo que nos hace humanos
Pensemos que comer es lo que nos hace avanzar, activar, trabajar tanto en la búsqueda de alimento (aunque te llenes hoy vas a tener que comer otra vez mañana) como, más literalmente, en tanto fuente de energía. Lo que sucede desde hace siglos en la cocina y en la mesa es lo que nos hace humanos. Somos la única especie que porciona su alimento, que lo cocina elaboradamente. Somos los únicos que tenemos rituales específicos a su alrededor, teniendo en cuenta que ritual define a una acción repetida frecuentemente, con un valor simbólico o representativo para una tradición, cultura o credo. Gran parte de nuestro distanciamiento actual a la hora de comer, creo, se debe a los rituales que fuimos dejando de lado.
Todos esos que se llevaban a cabo a la hora de preparar nuestro alimento, de presentarlo de cierta manera en la mesa, de comportarnos al compartir esa comida con otros. Si sacamos todo eso, si desnudamos el acto de sus rituales desde el principio, solo queda el “combustible”. O sea, el acto de rellenar de energía la máquina y seguir andando.
Históricamente, el festejo del Día la Primavera estaba relacionado con la cosecha; el ritual de la carneada, por otra parte, era simbólico y respetuoso porque el que carneaba a la vaca era el que la criaba y luego la sacrificaba para comerla con su familia. Era quien se sentaba en la cabecera de la mesa en una reunión y quien cortaba la ofrenda.
Por otra parte, los rituales no son solo festivos. En el día a día, se mezclan con los modales o reglas en la mesa. Estas reglas varían entre culturas y el nivel de ofensa también. Codos en la mesa, eructar, comer con las manos, brindar chocando copas, comer de un plato individual o comunal, si nos sacamos un bocado que no nos gustó de la boca y cómo lo hacemos... Cuando comemos solos tenemos menos reglas, menos ceremonia, lo cual aveces es divertido y liberador. Pero claro, nos aleja de lo comunal.
Aprender a comer cosas nuevas es un hecho compartido que se copia, se observa de otros que nos rodean y guían. La variedad viene del trabajo colectivo: cada uno suma lo que tiene. Si comemos solos, nos preocupa menos la diversidad, o incluso elegimos la solución más rápida, simple y práctica. Que muchas veces, incluso, es no cocinar.
En cada situación o momento especial de nuestras vidas hay comida: casamientos, fiestas, funerales, reencuentros, cumpleaños. “Festival”, de hecho, viene de festín, que invita a comer mucho y bien. Nos juntamos para comer y compartir, partir el pan.
¿Cuántos de nuestros hábitos son culturales y cuánto realmente es nuestra decisión? ¿Qué pasa si dejamos que se borren nuestros rituales a causa de cambios tecnológicos que no provienen de una necesidad? ¿Cuánto dejamos de lado al no sentarnos a compartir ese ritual que nos acompaña desde que somos humanos?
Comer solos siempre, incluso comer solos rodeados de personas con las que no conectamos, no tiene un propósito útil. Por el contrario, es una consecuencia no deseada de cambios rápidos que nos afectan a todos. Comer en soledad de vez en cuando está bien. Pero uno no aprende y no enseña, no hay traspaso de modales, costumbres ni conocimiento. Y la comida no es combustible, es cultura y conexión. Por lo cual, al negarnos eso, negamos también quiénes somos.ß
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