El virus emocional de la culpa
Ala sombra de las noticias, circula un virus que no vino de Oriente: el virus emocional de la culpa. También tiene sus cepas y variantes, y aflige de formas diferentes a las personas. La culpa, por ejemplo, hace que los hijos teman contagiar a sus padres de Covid, y, si los contagiaron hace que sientan una congoja que puede derivar en heridas anímicas.
También está la culpa de los padres que, si adscriben una línea de pensamiento acerca de la escolarización presencial en pandemia, sufren la vivencia culposa de no ofrecer educación a sus hijos, que lloran porque quieren ver a sus amigos en el colegio. Pero, a la vez, están aquellos que temen que, por enviar a sus hijos al colegio, los condenen al contagio del temido Coronavirus y a desparramar sus efectos. El miedo a que las propias decisiones sean motivo de un mal ajeno está más extendido que el propio virus.
También existe la “proyección” de culpa, como en los casos en los que se sentencia a la hoguera social a quien porte virus en, por ejemplo, un edificio u oficina. Surge algo así como un “algo habrá hecho” que tranquiliza falazmente a las conciencias mezquinas, que olvidan que no todo contagio es fruto de una acción negligente y que los roles pueden invertirse. Diferenciamos el sentimiento de culpa, del hecho de ser culpables: mayor respeto a los protocolos, menor posibilidad de contagiar a otros, pero, aun así, como esa ecuación no está garantizada, la vivencia culposa da vueltas como un mosquito.
Recordamos a aquel muchacho que subió al barco lleno de pasajeros que retornaba del Uruguay teniendo síntomas de Covid-19, casi un año atrás. Bueno hubiera sido que sintiera la culpa antes y no después de armar tamaño desastre. Es que no siempre la vivencia culposa es “mala” ya que es uno de los frenos atávicos que tenemos para no herir a nuestros semejantes. Cierta “cepa” de la culpa es eficaz para sentir un eco de lo que el otro siente, y aborrecer así, empatía mediante, el hecho de generar daño. Si bien es verdad que es mejor tener conciencia, digamos que, a falta de la misma, la barrera culposa o, en última instancia, el miedo al castigo, sirve para que las conductas de los insensibles no generen daño social.
Parte de la culpa puede ser calibrada por la intención o actitud de aquel que, por ejemplo, contagió a otro. Si alguien a pesar de respetar todo protocolo, contagia a un conviviente porque no tuvo más remedio que ir al trabajo en colectivo, no debería sentir la culpa que podría sentir, por ejemplo, aquel que cancherea bajando su barbijo y organizando fiestas clandestinas.
El virus de la culpa durará más que el Covid. Para bien o para mal y según la actitud con la que se la mire, será en parte de muchas evocaciones cuando hablemos de estos tiempos intensos. Eso sí: si el veredicto es “culpable”, que sea con juicio justo.
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