Lo que los atletas olímpicos nos enseñan sobre nuestra salud mental
Simone Biles dijo que se bajaba porque era demasiado. “Desde que entro al tapiz, estoy yo sola con mi cabeza, tratando con un demonio en mi cabeza. Debo hacer lo que es bueno para mí y concentrarme en mi salud mental y no comprometer mi salud mental y mi bienestar”.
Luego Djokovic, el consagrado tenista de Serbia, al respecto dijo que ella y otros deportistas de elite debieran manejar la presión enorme que tienen sobre sí en los momentos límites. El problema es que, tras decir eso, perdió un partido y revoleó la raqueta en un ataque de furia, desertando luego de la competencia de dobles.
Más tarde, la nadadora argentina Delfina Pignatiello, ganadora de medallas en competencias previas, tras no poder revalidar aquellos logros modificó cuentas y se apartó de sus seguidores en las redes por causa de las feroces críticas que recibió por parte de los odiadores de siempre. Sus palabras fueron: “(…) estoy en una situación que me sobrepasa. Me siento muy lastimada y necesito priorizar mi salud mental y bienestar”.
¡Lo bien que hizo! Como dice la canción: “a la gilada ni cabida”, y no es cuestión de abrirle las puertas a quienes proyectan violentamente en otros sus propias frustraciones y venenos.
Tanto Simone como Delfina hicieron lo que hicieron no por alguna falencia psíquica sino por ser sanas y saber cuándo decir que sí y cuando decir que no. Lo que hicieron y vivieron no se relaciona con debilidad sino con sensibilidad, y por eso no vale hablar de ellas en términos patológicos, sino todo lo contrario.
No es la idea hacer apología de la derrota deportiva o de la deserción, sino tener en cuenta que no hace bien tomar a los atletas como objetos al servicio de las propias expectativas, y que ninguna persona es más valiosa en términos de humanidad por el solo hecho de ganar competencias.
Para quienes saben leer entre líneas y no se rigen solamente por el medallero de la vida, cada situación humana tiene su epopeya y, tal vez, su propia claudicación. Pasado el tiempo, lo que queda es la actitud, no tanto los resultados mensurables en clave de ranking. No vale la pena robotizarse y dañarse psicológicamente con tal de ganar competencias, y merecen nuestra gratitud estas dos jovencitas que, al mostrarnos su humanidad, nos ofrecen la oportunidad de conectarnos con la nuestra.
En tal sentido, conmueve la reflexión de Simone Biles tras el alboroto suscitado cuando se corrió de competir en algunas disciplinas por lo que estaba sintiendo en su interior: “El torrente de amor y de apoyo que he recibido me ha hecho darme cuenta de que soy más que mis resultados y mi gimnasia, lo que nunca creí antes de verdad”.
Si el precio para darse cuenta de esa verdad fue perderse alguna medalla, bien lo valió. Esa habrá sido su victoria.