No siempre hay que romperlos. El lado “bueno” de los mandatos
A diestra y siniestra, desde que se determinó que todo lo que viniera del pasado era obsoleto y sojuzgaba al ser humano, se dice en automático que hay que romper con los mandatos para ser libres y desplegar nuestra identidad. Así es que, como suele suceder, apareció un mandato que decía que había que romper con los mandatos. Y muchos obedecieron, por supuesto.
Podríamos pensar que no todo mandato es de por sí malo. El mandato de ser honestos, el de estudiar, o el de respetar a las personas... Solo algunos ejemplos de lo que serían mandatos “buenos”; es decir, cuestiones que la sociedad (generalmente a través de padres y educadores) inculca en los niños para que vayan por buen camino y eviten el malo. La intención de dichos mandatos no es la del mero domesticar, sino la de ofrecer recursos eficaces para la vida. Pueden fallar, pero esa es su intención.
Pero tanto se insistió en aquello de romper mandatos que muchos padres han dejado de ofrecerlos. Y así van las cosas: mal. Se termina abandonando el lugar destinado a la generación adulta, dejando sin tradición, referencia, instrucción y afecto a los más chicos. Y, además, se los deja sin aquello contra lo cual podrán rebelarse (si quieren) una vez que hayan crecido, para ir construyendo así la conciencia de su propia identidad.
No hace falta romper con los mandatos y menos hacerlo de manera automática e indiscriminada. Llegada la edad apropiada, con ir revisando qué se va a obedecer y qué no es suficiente. Todo mandato cuya obediencia pasa antes por la luz de la propia conciencia deja de ser mandato para transformarse en parte de lo que somos. En esos términos, los mandatos nos salvan de la soberbia de creer que el mundo humano se inauguró con la generación presente, despreciando todo lo que se ha acumulado en términos de cultura, sabiduría y eficacia desde tiempos inmemoriales.
A veces los mandatos son como un capullo que nos envuelve y protege, que sirve hasta que ya estamos listos para salir de él. Rasgar ese capullo antes de tiempo y sin comprender el sentido de su existencia es, por lo menos, peligroso, y frustra los procesos de maduración genuinos.
Sospechamos que la “manija” que se le ha dado a la ruptura de los mandatos como forma automática de liberación se funda en el propósito de debilitar a las personas y transformarlas en seres sin raíz ni red de contención, lo que los torna, sin dudas, más manipulables.
En esa línea, no es de extrañar el auge de grupos que se dedican a repetir consignas, que se rebelan contra todo sin tener propuestas sobre nada, que viven rompiendo lo que existe sin tener luego terreno sobre el cual construir. Huérfanos de mandatos, quedan en manos de otros imperativos disfrazados que les hacen sentir que son libres, cuando solo han cambiado de amo sin saberlo.ß
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