Un buen momento para ejercitar la capacidad de adaptación
El año pasado los chicos fueron acostumbrándose a la virtualidad, al principio parecía que era por corto tiempo, cuando fueron dándose cuenta de que iba para largo ya estaban habituados. Ellos tienen una flexibilidad y capacidad de adaptación mucho mayor que la de los adultos, que les permite acomodarse a las circunstancias salvo en condiciones muy desventajosas como la falta de conexión o de pantallas que dejó a muchos de ellos afuera del sistema escolar pese a los titánicos esfuerzos de sus docentes para llegar a ellos con cuadernillos, llamados y visitas.
Los chicos nos observan para saber cómo son las cosas. Somos brújula para ellos. Ya el bebé nos mira para saber si algo es peligroso, es bueno, si compartimos o no su entusiasmo y alegría o su miedo, y así van construyendo su propia imagen del mundo y entienden la realidad. Somos sus principales referentes y también somos filtro para atenuar algunos temas o para que no les lleguen cuando vemos que no pueden hacer nada y sólo se angustiarían. Nuestras reacciones tanto pueden ayudarlos a adaptarse a las circunstancias como llevarlos a la angustia y/o la desesperación.
En estos días muchos nos vimos desbordados, enojados, preocupados, asustados, no pudimos filtrar y no medimos el efecto que podía causarles a nuestros hijos lo que veían o escuchaban. Por eso es tan importante volver a la calma nosotros antes de abordar temas con ellos. Nosotros los sostenemos a ellos, no les traslademos nuestro miedo, preocupación, ansiedad…
Teniendo claro nuestro valor como moduladores de los estímulos que entran en casa podremos ofrecerles cierta calma, algunas ideas dentro de este contexto complejo: hablemos de “lo que sabemos”, “en este momento”, “por ahora”, “hasta nuevo aviso”, “hasta que reevalúen la situación”, “en cuanto sepa te cuento”, transmitiendo la tranquilidad de que cuando llegue algún cambio de curso vamos a saber (o a averiguar) qué hacer y cómo hacerlo. Más allá de lo que nos incomoda o complica la situación esta vez el duelo, la frustración, el enojo son de los chicos, y nuestra tarea es acompañarlos a procesarlos, sin minimizarlo (no pasa nada, son quince días) ni tampoco agrandarlo con nuestras quejas y reclamos: escucharlos, comprender, avalar lo que sienten y buscar juntos alternativas para transitar estos días de incertidumbre.
Si son chiquitos juguemos con ellos para que puedan descargar en ese juego sus preocupaciones; si son un poco más grandes conversemos y también podemos comprometerlos en acciones como escribir cartas de lectores o sumarse a causas seguras. Los tranquiliza sentir que colaboran para hacer saber lo que no les gusta o para intentar que cambie la situación.