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”El cuento fue escuchado años atrás en algún grupo de estudio que se perdió en la memoria, al punto que no conocemos su autor ni su origen.
Sencillo y sin demasiadas vueltas, el relato hace referencia a lo que ocurrió en algún monasterio del Oriente, en el cual los aprendices de monjes estaban terminando su formación para alcanzar el grado monacal anhelado.
Sentados en derredor de sus maestros, los discípulos se disponían a escuchar las instrucciones de la última prueba, tras la cual, habrían alcanzado la meta.
“Esta última prueba consiste en atravesar el Salón de los Mil Demonios” dijo sin vueltas el maestro, señalando la puerta de un salón que estaba a pocos metros. “Deben entrar por esa puerta, y caminar por el salón hasta alcanzar la puerta de salida que está del otro lado. Pero no será algo sencillo, porque el salón está habitado por mil demonios, los peores demonios imaginables”.
Ante la mirada entre sorprendida y asustada de los discípulos, el maestro prosiguió: “esos demonios son los peores, porque son sus propios demonios, esos que habitan en su interior. Ustedes deberán atravesar el salón más allá de ellos, sabiendo que no pueden retroceder ni pueden tampoco pedir ayuda a nadie…deben continuar solos para poder llegar a la meta”.
Por último, y a modo de cierre de la descripción de la prueba, el maestro dijo: “solo les damos un consejo: pase lo que pase, aparezca el demonio que aparezca, nunca dejen de mover los pies”.
Hasta allí el relato. No sabemos cómo les fue a los aspirantes, pero sí sabemos qué nos pasa a nosotros con nuestros “demonios” a la hora de transitar los caminos de nuestra vida, atravesando “salones” en los que esos demonios, pero también algunos ángeles, hacen de las suyas.
En este punto se nos aparece la figura de Gonzalo Montiel, el hombre que pateó el último penal en el Mundial de Catar. Las imágenes son inolvidables, si bien, en los hechos, la ceremonia de colocar la pelota, caminar hacia atrás para tomar envión y luego patear, fue similar a los millones de penales que se patearon y patearán a lo largo de la historia del fútbol.
Pero todos sabemos que no fue un penal más. El hombre fue, puso la pelota en el suelo, miró al arco y tras dar unos pasos, impactó en la pelota, hizo el gol y cambió la historia al agregar una estrella a la camiseta de la selección nacional.
Tanto en el relato del Salón de los Mil Demonios, que termina con la idea de nunca dejar de mover los pies, como con la evocación de un penal pateado por un hombre que no perdió foco, aunque sabía perfectamente que lo estaban mirando miles de millones de personas, vemos elementos que pueden servirnos para el botiquín de primeros auxilios anímicos cuando hay algún momento de dificultad en el que la mente puede hacernos resbalar si no sabemos cómo manejarla.
Una moraleja posible es que no toda situación mental se soluciona con otra situación mental. La humildad de la acción es esencial a la hora de ir viviendo la vida, aun cuando los temores, exigencias, mandatos negativos, y tantos otros “demonios” mentales danzan con ánimo de enjabonar el piso.
“No es suficiente”, “si no te sale bien serás un fracasado”, “no merecés que te vaya bien”, “hagas lo que hagas, no podrás cambiar la naturaleza de las cosas” y millones de frases del estilo suelen inundar los cuadros ansiosos, los bajones emocionales y los temores que dificultan el día a día. No se trata de refutar a esos “demonios” (ya refutarlos es darles entidad) sino mover los pies hacia la meta o, simplemente, mirar la pelota, y patear, sin que la cabeza se disperse en imágenes que distraen del objetivo.
Muchas veces la vida aparece como compleja y enmarañada. Sumemos a eso que nuestra cultura ha dado mucha entidad a la “virtualidad” psicológica, en ocasiones desmereciendo el mundo de los actos, como si estos fueran solo “superficiales”.

A lo largo de los años hemos visto a muchas personas que atravesaron situaciones duras “moviendo los pies” en el día a día, yendo a buscar a los hijos al colegio, preparando el almuerzo, lavando la ropa…, formas de mantener la “llamita piloto” en los momentos bravos, anclando en la acción, sin dejar que los demonios se salgan con la suya.
Paso a paso, así fue acercándose la puerta de salida del salón, sin tampoco dejarse abducir por el demonio del apuro ansioso de llegar a la meta final.
Sabemos que la mente es compleja, pero también sabemos que la sencillez de caminar no es poca cosa. Recordar “mover pies” y evocarlo al bueno de Gonzalo Montiel cada vez que los demonios de la cabeza nos perturban más de la cuenta puede ayudar mucho.
Algún demonio nos dirá que eso es algo mínimo dada la entidad de los problemas que existen, pero será cuestión de hacer foco, que en algún momento la salida llegará y, ¿quién sabe? tal vez el gol llegue y habrá motivos para celebrar.




