Historia clínica. Marita aprende a bailar salsa
Por Patricia Cristancho
Cuando llegaba, las chicas ya me estaban esperando con la ronda hecha, dispuestas a comenzar su clase de gimnasia articular. Menos Marita, que miraba con cara seria desde un rincón al resto de las abuelas del Hogar de Día.
Música alegre para la entrada en calor... y Marita miraba de reojo. "Vení, Marita, vení a hacer gimnasia", la llamaba una compañera. "¡Qué va -respondía Marita con un gesto despectivo-. Ni soñando muevo las caderas como una descocada." "Vení, Marita, que es divertido", le decía otra. "¡Nooooo! -respondía Marita- La música está muy fuerte."
Nunca estaba conforme. Un día hacía mucho calor para hacer gimnasia, otro mucho frío. Que era el Día de la Bandera, que había que gastar la energía en cosas más serias. En realidad, nada le venía bien.
En una de las reuniones interdisciplinarias del hogar, se trató la actitud de Marita como un caso particular. Su malhumor, su apatía, su envidia hacia las habilidades ajenas y su resentimiento generaban conflicto con el grupo. Nos propusimos con el resto de los profesionales seguirla de cerca para intentar ayudarla.
Luego de varios intentos fallidos logré convencerla para que probara participar de la clase. Ya de por sí cualquier actividad física genera endorfinas , analgésicos naturales que mejoran el estado de ánimo. Pero, además, yo trabajo con ritmos afrocaribeños de mi región natal (como la salsa y el merengue), que son ideales para que las personas mayores sacudan su tristeza y su soledad. Era lo que Marita necesitaba para salir de su mundo de refunfuños. En el fondo se notaba que quería participar en la clase, pero deseaba que la convencieran.
En los primeros minutos de la entrada en calor me di cuenta de por qué Marita siempre había mirado de lejos la clase: la avergonzaban sus caderas anchas y sus muslos generosos. Como los ritmos afrocubanos son bien sabrosones y ponen tanto énfasis en la cadera, Marita se censuraba. Sin embargo, deseaba secretamente poder liberar sus caderas a una cadencia sensual.
Yo trabajo con la alegría. Esto es importante en todas las edades, pero lo es más aún en la tercera edad que concurre al Hogar de Día. Muchos viejitos viven solos y no se dan tiempo para la diversión y el placer.
También la sensualidad es un ingrediente importante en mi trabajo; la tercera edad de hoy día fue muy reprimida en su juventud, especialmente las mujeres, que se debían a sus hogares. A los abuelos les encanta que alguien los contagie, los empuje a explorar su cuerpo y animarse a gozarlo. La música y el baile son los mejores elementos para aprender a descubrirse.
Ya desde la primera clase traté de destacar positivamente las caderas de Marita, necesitaba sentir que eran sensuales. "¡Muy bien, Marita! -alentaba yo-. Miren, chicas, qué sabrosas las caderas de Marita. ¡Aay, qué rico! ¡Ya quisiera tener yo esas caderas! ¡Qué saborrr!" Ella descubría entre risas que tenía ritmo, que de verdad se movía bien. Las compañeras empezaron a mirarla con admiración. Marita se sentía una diosa madura.
Increíblemente, empezó a abrirse. Su cuerpo comenzó a soltarse. Ya no se escondía en los rincones. Se pintó los labios de un color clarito. Se volvió coqueta. El progreso fue notable. Empezó a relacionarse con las compañeras, hasta se ofreció a colaborar con las tareas del hogar a las que siempre se había negado.
En el transcurso del año, tanto los abuelos como el personal del Hogar de Día recibimos con mucha alegría el cambio de Marita. Y todos disfrutamos cada vez que la vemos gozar moviendo sus caderas al ritmo caribeño.
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