Walter Sinesio Moreno fue condenado a prisión perpetua, junto a dos policías y un exgendarme, por planificar el homicidio de Jorge Ormeño, dueño de una agencia de autos de Villa Unión, La Rioja, para robarle un millón de pesos en 2008; cuatro años antes dirigió la investigación del caso de Annagreth Würgler, la joven helvética que recorría la ruta 40 en bicicleta y fue vista por última vez camino al Parque Nacional Talampaya
A veces, el asesino no es quien mata, sino el que decide, planea el homicidio y envía a otro a ejecutarlo.
Este fue el caso de Walter Sinesio Moreno, el juez de Instrucción de Villa Unión, La Rioja, que el 9 de abril de 2008 convocó a su despacho al comerciante Jorge Ormeño para ofrecerle un negocio irresistible: la compra de cinco autos; solo tenía que llevar un millón de pesos en efectivo.
Ormeño no lo sabía, pero su amigo, el juez, le había tendido una trampa.
La noche que lo mataron, el dueño de la agencia de venta de autos Elenet salió de su casa a la 1.05 para reunirse con Moreno en los Tribunales. Allí, tal como le había prometido, el juez le presentaría a un funcionario del Ministerio de Hacienda de La Rioja que le vendería un lote de cinco Ford Mondeo a precio de saldo.
A baja velocidad, Ormeño recorrió las pocas cuadras que separaban su casa del inmueble donde funcionan los tribunales de Villa Unión. Tomó por la avenida Nicolás Dávila y estacionó su camioneta Ford Ranger XLT color champagne, dominio GUG-848, en el patio, a un costado del despacho del juez. Fue la última vez que lo vieron vida.
Casi siete horas después, el cuerpo de Ormeño fue hallado dentro de su camioneta en el barranco situado en el paraje Zanja de la Viuda, en el kilómetro 3734 de la ruta 40.
Tenía el brazo izquierdo atado con una cinta en el volante y las piernas atadas con cinta sobre el pantalón. Su cuerpo había sido empapado en nafta. Costaba reconocer el cuerpo debido a la cantidad de hematomas. En su indagatoria, uno de los cómplices del juez relató que lo habían pasado por encima con la camioneta por lo menos, en dos oportunidades.
Después lo subieron a la cabina de la Ford Ranger, ataron un brazo al volante, arrojaron combustible sobre el cuerpo y empujaron la camioneta barranca abajo para simular un accidente de tránsito que terminara con el vehículo incendiado para que se borraran todas las pruebas.
Sin embargo, el plan se frustró. El juez y sus cómplices debieron abandonar precipitadamente la zona de la Zanja de la Viuda cuando advirtieron que se acercaba un vehículo. Contaban con que por ese lugar nunca pasaba nadie. Les fallaron los cálculos.
La otra parte del plan pergeñado por el juez incluía sembrar pruebas en la casa de una vecina de la localidad de Vinchina y obligar a un testigo a que dijera que había visto al comerciante en compañía de la dueña de la propiedad. Además, se plantaría en una habitación de la pensión La Gringa el chip del teléfono que el juez había usado para llamar a Ormeño y convocarlo a la reunión en su juzgado, la noche del crimen.
La maniobra para desviar la investigación se completó con un pedido de 10.000 pesos que el juez le hizo a Juan, uno de los hermanos de la víctima, para poder salir a perseguir al conductor de una camioneta que, según el magistrado, había sacado de la ruta el vehículo del comerciante.
Cambio de planes
Los testigos y la autopsia pusieron al descubierto la mentira del juez y su macabro plan para asesinar a su amigo, un hombre que solía cambiarle cheques –y con el cual, quizás, tenía alguna deuda–, y quedarse con el millón de pesos que le había hecho llevar a los tribunales para la falsa compra de autos. El plan de un hombre movido por la codicia y convencido de que los conocimientos de su profesión –y su propio cargo– bastarían para garantizarle la impunidad.
Según el testigo Mario García, el juez había planeado el crimen en los últimos días de marzo de 2008, antes de Pascuas. Pero el ataque se pospuso porque García se negó a participar. Entonces, el magistrado se vio obligado a buscar otros cómplices para que concreten el crimen que había urdido.
“Moreno vino a verme a mi casa, en Patquía y me dijo: ‘A partir de ahora no trabajas más. Hay un millón de pesos para repartir. Tenés que apretar a un tipo’. Me contó que el hombre al que le iba a robar era Jorge Ormeño. Que los miércoles llevaba un maletín con un millón de pesos, aproximadamente. Tenía que hacer la inteligencia y había que ir a la casa y sacarle el maletín”, relató el testigo.
Ante la negativa de García para participar en el ataque, el juez y un amigo viajaron el 7 de abril de 2008 a Chilecito. Luego de una reunión que comenzó en la casa de Mario Isidro Barrios, en el barrio Pomán, y que concluyó en la terminal de colectivos, Moreno y Barrios, alias Bolsa y exgendarme, acordaron que este último sería parte del ataque y debería viajar a Villa Unión al día siguiente.
El 8 de abril, el juez firmó una orden del día para que el policía Mario Alcides Rodríguez se hiciera cargo de la guardia en el edificio de Tribunales. Y dispuso que otro efectivo de la comisaría de Villa Unión, Enrique Narváez, ordenara que los móviles de la seccional realizaran operativos de vigilancia en el área rural. Así, el magistrado liberó la zona de tribunales para concretar su plan criminal.
Estos movimientos preparatorios para el homicidio del vendedor de autos quedaron al descubierto mediante el cruce llamados telefónicos realizados por los investigadores policiales y judiciales que se ventilaron en el juicio oral que terminó con las condenas del juez Moreno, los policías Narváez y Rodríguez y el exgendarme Barrios por el asesinato de Ormeño.
Las comunicaciones fueron consignadas en las 489 páginas de la sentencia dictada por los magistrados Mario Emilio Pagotto, Nicolás Eduardo Juárez y Rodolfo Rubén Rejal, en la que condenaron a Moreno, a Barrios y a Narváez a prisión perpetua como coautores materiales del asesinato del agenciero, y a Mario Alcides Rodríguez, a 11 años y ocho meses de cárcel como partícipe secundario del crimen.
La intuición de la esposa
La noche que lo asesinaron, Ormeño miró el partido entre Boca y Atlas de México en su agencia de venta de autos. Regresó a su casa y le comentó a su esposa que tenía un negocio en vista. Le dijo que un amigo de confianza lo había contactado con gente del Ministerio de Hacienda por la compra cinco Ford Mondeo.
Antes de la medianoche, Ormeño le dijo a su esposa: “Me va a llamar un amigo para que nos juntemos con esta gente”. Entonces, su mujer respondió: “No te metas con gente del gobierno que vos no los conoces”. Pero Ormeño insistió: “Me los presentó un amigo de confianza, no tengas miedo, que es gente de confianza de este amigo. Ya me va a llamar para que nos juntemos”.
Mientras arreglaba su cama, Ormeño expresó: “Este no me llama, lo voy a llamar yo”. Así, a las 0.28, desde su celular, el 03825-15670695, marcó el número de teléfono de su amigo Moreno. Pero el juez no contestó. Ormeño ignoraba que, en ese momento, el juez realizaba un cambio de chip en su celular para que no quedaran registradas las llamadas.
Tres minutos después, sonó el celular de Ormeño. El comerciante habló durante 19 segundos con su interlocutor y se preparó para ir al encuentro de su amigo que lo esperaba en tribunales.
Al salir de su casa, Ormeño le dijo a su esposa: “Ya hablé con esta gente; me voy a Tribunales a juntarme con ellos porque me están esperando”.
El ataque criminal
Después de estacionar en el patio de Tribunales, Ormeño ingresó en el despacho del juez. Dentro de la oficina encontró a su amigo, Moreno. No tuvo a tiempo de reaccionar: le dieron un golpe en la zona lumbar que lo dejó al borde del desmayo. El juez observó cómo Barrios, Narváez y Mario Alcides Rodríguez redujeron a Ormeño y le ataron las muñecas y los tobillos con cinta de embalar.
Durante la investigación se determinó que el juez Moreno compró esa cinta el 29 de marzo de 2008 en el Centro Integral de Compra San Luis.
Con Ormeño indefenso, los cómplices del juez le cubrieron la cabeza con un buzo mientras el magistrado y el policía Mario Alcides Rodríguez vigilaban y controlaban las adyacencias del edificio, según describieron los magistrados en la sentencia.
Luego, los acusados subieron al comerciante a la caja de una Toyota Hilux que el juez le pidió prestada a un vecino de Villa Unión. Barrios tomó el volante de la camioneta y, acompañados por Orlando Rodríguez, se dirigieron hacia la zona de Banda Florida.
Al llegar al kilómetro 3754 de la ruta 40 abandonaron el camino y, 400 metros más allá, bajaron a Ormeño de la camioneta y comenzaron a pegarle hasta que le provocaron lesiones que le causaron la muerte. Eso ocurrió entre la 1.10 y las 3.45.
Después de matar al comerciante, los asesinos cargaron el cuerpo en la caja de la Ford Ranger de la víctima y se dirigieron al kilómetro 3734, al Paraje Zanja de la Viuda.
La simulación del accidente
Según la reconstrucción del homicidio realizada por los investigadores policiales y judiciales, los asesinos colocaron el cadáver en el asiento del conductor con las piernas cruzadas en dirección al asiento del acompañante, la pierna derecha por debajo de la izquierda y atadas con cinta de embalar. La pierna izquierda también fue atada a la palanca de cambios.
La espalda quedó apoyada sobre el respaldo del asiento y el hombro izquierdo sobre la ventanilla de la puerta del conductor, que tenía los vidrios bajos. La mano izquierda de Ormeño estaba sujeta al volante con cinta de embalar.
“Quedó claro que los imputados quisieron quemar el cadáver y el vehículo para tratar de hacer desaparecer todo vestigio. Los autores pudieron utilizar otro medio y evitar, de este modo, la horrible muerte y padecimiento de la víctima”, indicaron los jueces en la sentencia.
Al fundar el veredicto, los magistrados indicaron que el juez Moreno utilizó de sus facultades para requerir de la comisaría de Villa Unión la orden interna número 01/08, mediante la cual se dispuso que a partir del 8 de abril de 2008 debían cubrir la guardia en el edificio de Tribunales el sargento primero Narváez y el sargento Rodríguez.
Durante el juicio, el testigo García declaró que Moreno le dijo: “Lo hicimos. Yo estuve ahí”.
Con estas pruebas, los integrantes del tribunal oral que juzgó a Moreno consideraron el que el juez “fue el gestor intelectual de la muerte de Ormeño. Le comunicó su idea y su plan al testigo García; compró nafta en un bidón para rociar la camioneta de la víctima y su cadáver e incinerarlos, para hacer desaparecer las huellas y rastros del ilícito. También compró los guantes de látex y la cinta de embalar en una farmacia y convocó a los policías Narváez y Rodríguez para que participaran en el ataque”.
El crimen de la turista
Cuatro años antes, el juez Moreno investigó la desaparición de la turista suiza Annagreth Würgler, que había llegado a la Argentina en julio de 2004 para recorrer la ruta 40 en bicicleta, desde Jujuy hacia el sur. El 29 de agosto, después de pasar la noche en un camping cercano a Pagancillo, La Rioja, se dirigió al Parque Nacional Talampaya. Fue la última vez que la vieron.
Por ese caso hubo un condenado: Alcides Cuevas, dueño de la camioneta en la que Annagreth iba a hacer la excursión a Talampaya. Pero siempre se sospechó que en el homicidio participaron más personas. Esa hipótesis se fundó en eventuales irregularidades registradas durante la instrucción del caso que estuvo a cargo, justamente, de Moreno.
El cuerpo de Annagreth nunca fue encontrado. Un monolito levantado en las proximidades del Parque Nacional Talampaya, en la ruta 40, coronado con la bandera suiza pintada en un extremo, recuerda el paso por el lugar de la bióloga nacida en Berna. Cuevas, condenado a 18 años de cárcel por el crimen, quedó en libertad hace un lustro.
En La Rioja muchos estaban convencidos de que Cuevas era inocente y fue, en realidad, el chivo expiatorio de los verdaderos homicidas. Las sospechas sobre Moreno no solo se asentaban en las irregularidades durante la pesquisa. Cuatro años después de la desaparición de la turista Suiza, el día que el magistrado fue detenido en el hotel Imperio de La Rioja apareció una bicicleta similar a la que usaba Annagreth. No obstante, el caso nunca se reabrió. Ese 20 de abril de 2008, Cuevas estaba preso.
El juez Moreno no terminó de cumplir la condena por el homicidio del empresario que le cambiaba los cheques. Antes de que se cumpla un mes del decreto del aislamiento social y preventivo obligatorio por la pandemia del coronavirus, un tribunal de Ejecución penal de La Rioja le concedió el beneficio de la prisión domiciliaria y le permitió salir de la cárcel. El argumento fue que tenía a su madre muy enferma y debía hacerse cargo de cuidarla. Él, que había sido capaz de planear uno de los más brutales crímenes de la historia criminal argentina.
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