Matar al padre. El trágico plan final de los hermanos Da Bouza
El 25 de marzo de 1998, Ramón Da Bouza, exfuncionario de Economía y gerente de Techint, fue ejecutado de dos tiros. Sus dos hijos mayores dijeron que habían sido víctimas de un robo, pero el propio peso de las pruebas los condenó; el juicio reveló que el homicidio fue el epílogo de una relación marcada por la crueldad paterna
Era narcisista y muy inteligente; también lo definían como sádico y golpeador. Hace ya más de 20 años, tres disparos y gritos destrozaron la calma de la noche en el edificio de Chacabuco 584, en San Telmo. Sobre el piso del living y en medio de un charco de sangre terminó -con dos balas en su cabeza- ese que había sido un gerente exitoso, pero que ahora era un hombre gordo de cejas caídas, ojeras y cuello grueso: Así terminó Ramón Da Bouza, economista, exfuncionario de Hacienda durante el gobierno de Raúl Alfonsín y calificado ejecutivo de la empresa constructora Techint.
Con frialdad, en el 5° O de aquel edificio, sus propios hijos le arrebataron la vida; hacía media hora que había empezado el 25 de marzo de 1998. Hasta un rato antes habían compartido la cena, con dos cervezas y una botella de vino blanco. Quisieron hacerlo pasar como un homicidio en ocasión de robo con una burda puesta en escena. Pero se descubrió muy rápido que había sido un parricidio.
Dos años después, el 22 de diciembre de 2000, el Tribunal Oral en lo Criminal N° 20 halló a Santiago y Emanuel Da Bouza -de 25 y 28 años, respectivamente- culpables de homicidio agravado por el vínculo y les aplicó una pena de prisión perpetua que deberían cumplir en la cárcel de Devoto.
La Corte Suprema de Justicia ratificó estas condenas en 2002 y, según pudo confirmar LA NACION, ambos salieron del penal en noviembre de 2014. No obstante, cuando todavía estaban presos y les faltaba poco tiempo para acceder al beneficio de la libertad condicional, Santiago Da Bouza pudo recorrer distintos estudios de televisión, dando entrevistas. Para ese tiempo ya se había licenciado como contador público en el Centro Universitario Devoto (CUD), del que se había convertido en presidente.
Su cara, el pelo largo atado en una cola de caballo y la seguridad que transmitían sus palabras revelaban la presencia de alguien bien distinto de aquel joven que detenido como coautor de un crimen cuyos detalles y motivaciones, tantos años después, prefería educadamente eludir. Era, pues, un hombre muy diferente de aquel joven de clase alta que trabajaba para el Indec y vivía solo en un departamento de Recoleta desde los 19 años. De ese joven que, a los 23, presionó el gatillo de la pistola calibre 22 que había comprado dos semanas antes de matar a su padre.
En uno de esos reportajes previos a la libertad condicional, en un programa vespertino de Canal 13, Santiago recordó que el día de su ingreso a Devoto, en el Pabellón 12, los presos lo recibieron con una salva de aplausos; luego se enteraría de que esa "bienvenida" celebraba el hecho de que hubiese pasado diez días prófugo tras haber matado a su padre. También dijo que, luego de eso, se había "refugiado" en el CUD desde el principio para continuar la misma carrera que estudiaba afuera.
Quería llamar la atención pública sobre el problema de la violencia intrafamiliar, que en su caso había desatado una tragedia irreparable. Cuando los periodistas le pidieron que contara qué clase de crueles vejaciones había ejecutado Ramón Da Bouza para que sus propios hijos hubiesen decidido darle muerte, Santiago evitó meterse en la cuestión. "Prefiero recordar lo positivo. Mi padre era muy inteligente y me ayudó a encontrar el camino del conocimiento. De lo negativo prefiero no explayarme. No es este el contexto para entrar en los detalles".
"La tragedia familiar que marcó mi vida". Así la llamó ante las cámaras. Matar al padre. "La terapia me ayudó a convivir con esto, porque yo no me lo perdonó", admitió, sin más. "Yo nunca fui violento, ni adentro de la cárcel ni afuera. Pero hubo un solo hecho de violencia que marcó mi vida y no tengo dudas de que fue originado por mi padre. La violencia comenzó cuando yo era muy chico. El gran error fue no haber pedido ayuda. Lamentablemente solo hablábamos de esto con mi hermano; mi padre sentía que nuestras vidas le pertenecían".
Locura, drogas y muerte
Emanuel y Santiago Da Bouza programaron con tiempo el homicidio de su padre. Dos semanas antes del 25 de marzo de 1998, Santiago compró la pistola Bersa. También, una larga soga. Tenían anotaciones con el plan criminal. Después de matar a su padre uno de ellos se disparó en la pierna; la idea era simular que habían sufrido un robo. Tras escuchar las detonaciones, una gran cantidad de vecinos del edificio emplazado en la intersección de Chacabuco y México llamó a la comisaría 2».
La policía rodeó el lugar. Y poco tiempo después de llegar al edificio, tal como consignaron los periodistas de LA NACION durante la cobertura del caso, los detectives intuyeron que no había sido un asalto, sino un drama familiar.
Ambos hermanos declararon que se había tratado de lo que hoy se conoce como una "entradera", y que los ladrones habían escapado por la terraza con una cuerda que les había permitido descender hasta un conventillo lindero; sin embargo, los federales notaron que esa cuerda estaba apenas amarrada. Con el correr de los días, un análisis de laboratorio sobre la misma soga determinó que no estaba ni siquiera estirada: nadie se había colgado de ella.
En el baño del departamento apareció oculta el arma homicida. Las pruebas de parafina dieron negativo para Emanuel, que fue capturado pocas horas después del crimen en la casa de su madre. "Creí que la idea de matar a mi padre era una locura, que se le iba a pasar", declaró al ser detenido; así, sin nombrarlo, le atribuyó la autoría del plan -y del homicidio- a su hermano menor.
Santiago -que, según testigos del juicio, consumía dos gramos de cocaína diarios- estuvo prófugo dos semanas, se tiñó el pelo y visitó a amigos y familiares durante su fuga; se movía en trenes y colectivos. La policía realizó una decena de allanamientos inconducentes antes de poder, finalmente, detenerlo a él también.
El menor de los hermanos compró el arma, presuntamente habría disparado, y también fue el único que habló públicamente sobre esa noche para arrojar un poco de luz; Santiago vivía por aquellos días en un departamento cercano a la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, donde estudiaba para ser contador. Por la mañana, trabajaba en el Indec. Había tomado la decisión de alquilar un departamento propio.
Quería alejarse de su entorno familiar y tener cierta privacidad. "Mi padre nunca entró en mi departamento", dijo tiempo después ante la prensa, para graficar la distancia abismal que lo separaba de él. Lo cierto es que los jóvenes se llevaban bien solo con su madre, Patricia Polo Devoto, divorciada de Ramón Da Bouza luego de tres años de matrimonio.
Durante el juicio los testigos señalaron la peligrosidad y la conducta retorcida del padre asesinado por sus hijos. En aquella entrevista televisiva, Santiago Da Bouza dijo: "Declararon las cuatro exmujeres, los hijos, todo su entorno. A nadie le sorprendió lo que pasó. Se contaron siete intentos de homicidio de mi padre; uno, a la tercera mujer, por un pan de manteca".
El debate giró en torno de los posibles atenuantes que, finalmente, no fueron tenidos en cuenta por el TOC 20 a la hora de la sentencia. No obstante, las rondas de testimonios fueron esclarecedoras: no fue un homicidio por codicia, sino por venganza y por desprecio.
A Ramón Da Bouza, además de dispararle dos veces, lo desfiguraron a golpes con un adorno, un tarro metálico de lechero. En el juicio sus propios familiares "hundieron a la víctima en el mayor de los descréditos" al narrar "la tortuosa relación que mantenía con sus hijos", según publicó LA NACION el 20 de diciembre de 2000.
Ramón Da Bouza había trabajado duro para pagarse sus estudios cuando era joven y recorrió ministerios y organismos públicos antes de llegar a ser gerente de Análisis Financiero de Nuevos Proyectos de Techint SA. A la hora de su muerte cobraba 5000 dólares por mes y vivía en un departamento de 150.000, pero eso parecía no alcanzarle. Según se ventiló en el juicio, era alguien que sentía placer por el sufrimiento ajeno.
Los testigos dijeron también que intentó suicidarse dos veces en presencia de sus hijos más pequeños, que tenían 13 y 17 años. Y aseguraron que atacó en diferentes oportunidades a tres de sus parejas, con ferocidad, sin motivos. De hecho, una de esas mujeres recordó que tras el divorcio la extorsionaba con la cuota alimentaria y abusaba sexualmente de ella. Por su parte, los homicidas señalaron que su padre era una persona autoritaria y sobreexigente "que nunca reconocía los logros".
Susana Torres, psicóloga que atendió a Ramón Da Bouza entre 1993 y 1997, dijo que se trataba de un hombre "neurótico, obsesivo, con ambivalencias y cierta crueldad". Un hombre capaz de golpear con el puño cerrado en el estómago a su hijo de seis años.
Durante la investigación, una secretaria del empresario reveló la existencia de un libro autobiográfico que el gerente de Techint SA guardaba: Novela familiar, se titulaba. Su análisis posterior reveló que Da Bouza era "sádico y narcisista; arrogante, soberbio, egocéntrico y con tendencia a degradar a quienes tuviera en frente porque eso le provocaba placer".
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