"Quiero empezar una nueva vida", dijo la niña apuñalada 11 veces por un vecino
Aferrada a un peluche, sus palabras expresan pensamientos y una fe inusualmente maduros para su edad, aunque su cuerpo esmirriado y la candidez de su sonrisa rápidamente recuerdan que tiene solo siete años. Por el cuello de su remera blanca asoma, apenas, el borde de una cinta adhesiva clara. Se intuyen a través de la tela, casi imperceptiblemente, las vendas bajo las cuales se curan las once heridas que le dejó el filo del cuchillo con el que, hace 13 días, un ladrón casi la mata durante un robo en su casa de Florencio Varela. Hoy, con el alta médica y la milagrosa recuperación, ese drama comenzó a quedar atrás para Morena Ponce.
"Cuando el ladrón me cortó en la muñeca, yo no sentí dolor. Y quiero que esa cicatriz no se borre porque es un recuerdo de la fuerza que Dios me dio para defenderme. Un recuerdo de que él luchó por mí", dice a LA NACION en la habitación de la Clínica del Niño de Quilmes, que está a punto de abandonar.
Morena cumplirá ocho el próximo 19 de febrero, es flaca, alta y luce frágil, pero atesora una fortaleza indescriptible. "Quiero olvidarme de todo y empezar una vida nueva. También quiero volver a mi casa, porque en el hospital ya me estaba aburriendo", dice, y ahoga la risa.
El sábado 12, a la noche, reconoció a Iván Cáceres, de 21 años, un vecino suyo en el barrio San Francisco. Había entrado a robar en la casa en la que Morena vive con sus dos hermanos y su madre, Flavia Zayas. Cáceres la empujó contra un colchón y, tomándola por el cuello, le asestó 11 puñaladas; a la niña los embates le perforaron un pulmón y le desgarraron algunos músculos de los brazos.
Flavia Zayas, que es policía, escuchó los gritos. Cuando llegó al dormitorio, según relataron los familiares a LA NACION, su hija se desvaneció. Tras el ataque, el ladrón se escapó de la casa situada en ruta 53 y la calle 1336 con un magro botín: una tablet de Morena. La nena perdía mucha sangre; sufrió un paro cardiorrespiratorio. En la salita de emergencias del barrio, dos enfermeros lograron estabilizarla. Allí, aún no hay médicos ni ambulancias.
"Estoy contenta. Ahora tengo dos tablets, porque la profesora de la escuela vino a visitarme y me regaló una nueva. También vino un amigo del barrio. Además, tengo dos cuadernos nuevos. En uno puedo escribir historias de felicidad y en otro, historias de tristeza", dice Morena a LA NACION, ahora sentada en una sala de espera de la clínica, mientras su mamá realiza los trámites administrativos para completar el alta médica y ella bromea con su papá.
Sobre la remera con la estampa de un unicornio acaricia el peluche que le regalaron durante su internación, al que bautizó como Wilson. Nota que, afuera, un grupo de personas con varias cámaras se agrupaba en la puerta del hospital, en la calle Lamadrid. Mueve inquietas sus piernas largas y flacas coronadas en unas sandalias violetas; toca sus largos rulos desordenados, despliega una sonrisa inmensa.
"¿Quiénes son?", pregunta. "Son periodistas que quieren hablar con vos", le aclara su madre. "Mami, ¿yo soy una persona madura?", inquiere. "Sos madura, y también sos fuerte? ¿Querés ir a casa?", le dice Flavia. "Sí, porque acá ya tengo mucho calor".
Este cronista le pregunta qué hará cuando vuelva a su barrio. "Yo siempre quise practicar boxeo, pero no me dejaban. Y cuando pasó lo que pasó no pude defenderme. Así que ahora, si me dejan, quiero ir a boxeo", afirma Morena.
Abraza a los médicos de terapia intensiva que la salvaron y la cuidaron. Le cuentan de las remodelaciones que harán pronto en la habitación que ocupó durante una semana y media. Toma de la mano a mamá y a papá, baja con ellos los dos pisos por la escalera. Así, tomados de la mano, emprenden el camino a su barrio. A casa.
Del odio al perdón
Flavia Zayas también se toma unos minutos para hablar con LA NACION: "Todavía no puedo dormir bien en la casa donde sucedió todo; necesito tener las luces prendidas y las puertas de los cuartos abiertas. Tenemos que estar en paz para que sanen nuestros corazones y el cuerpo de Morena. Las cicatrices quedarán en nuestras almas. Estamos muy agradecidos de los miles de personas que nos ayudaron".
"Morena sabe todo lo que pasó. Que alguien entró a robar y la lastimó. Pero no queremos recordar esto como una desgracia, sino como una prueba. No tengo rencor. Siento dolor, y quiero perdonar a Iván Cáceres por lo que le hizo a mi hija. Si yo no lo perdono voy a llevar una condena. Y no quiero llenar a Morena de odio. Nosotros somos cristianos y estamos muy agradecidos a Dios", explicó.
Zayas contó que Morena participa todos los sábados en un grupo juvenil en una iglesia evangélica, a pocas cuadras de su casa, donde otros chicos la esperan ansiosos. Ahí comenzó a gestarse un proyecto para fundar un centro de rehabilitación y evitar que otros adictos vuelvan a atacar a los vecinos del barrio. Los padres de Morena resaltan que tras el ataque en la zona comenzaron a organizarse "pacíficamente" para exigir más seguridad y mejoras en el centro de atención primaria.
Notablemente conmovida, Flavia Zayas concluye: "Morena es el centro de nuestra vida. El joven que la atacó viene de una buena familia. Lo conocemos porque era nuestro vecino. Ahora debe enfrentar a la Justicia, aunque ya fue sentenciado por la sociedad. Nosotros oramos por él, para que se arrepienta. Al principio quería que en todas las cárceles del país se supiera lo que hizo esta persona con mi nena. Pero ahora solo quiero cerrar esta etapa".
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