Tras el crimen, los vecinos de Villa Anita retomaron sus rutinas
Admiten que después de las 21 no se puede salir a la calle por los asaltos
A Pablo Quiroga, sargento 1º de la Gendarmería Nacional, lo mataron en un barrio llamado Villa Anita, no muy lejos de la estación Moreno del ferrocarril Sarmiento. Cerca de las cinco de la mañana, en un asalto que aparentemente no estuvo planificado, un grupo de delincuentes que presuntamente se desplazaban a pie atacó al suboficial, supuestamente con fines de robo. Le dispararon tres veces con un revólver y se llevaron su pistola reglamentaria y sus pertenencias.
Quiroga encontró la muerte a seis cuadras de su casa. En la esquina de Tupungato y Guatemala, junto al extenso paredón de un supermercado y los grandes árboles de las quintas de la zona. No hubo testigos, más allá de algunos vecinos que declararon haber oído los disparos y nada más.
Entre el olor de la madera quemada, el ruido de machetes y una avioneta que pasa cada tanto y propala mensajes políticos desde un parlante, los vecinos han vuelto a su rutina cotidiana tras la conmoción que los atrapó en el inicio del fin de semana.
Todos saben lo que ha sucedido y no parecen sorprendidos. "El barrio es tranquilo durante el día, pero de noche tenemos que encerrarnos", dijo a LA NACION una vecina llamada Elizabeth.
En la misma línea se expresaron tres madres que esperaban a sus hijos en la puerta de la Escuela 46, situada en la misma calle en la que ocurrió el crimen: "Acá nadie sale después de las nueve de la noche", coincidieron, para reflejar cómo la zona se vuelve, con la oscuridad, tierra de nadie.
Frente a la Sociedad de Fomento de Villa Anita, Elba, una vecina que vive en la zona desde hace 30 años, explicó que las paradas de colectivos son el punto álgido de los robos al voleo que se reiteran en este barrio de clase media donde se imponen las quintas lujosas e inmensas y las casas simples, pero de grandes terrenos. "Siempre hay que ser precavido por aquí", agregó Enrique, un jubilado que cortaba el pasto en su vivienda.
Sobre la calle Tupungato, al mediodía, una fila interminable de guardapolvos blancos se ve cerca de la escuela del barrio. Las familias van apuradas y muchos intentan evitar el diálogo sobre el tema del homicidio. Ana Lía, una joven madre que caminaba con sus chicos, concluyó: "Salimos a hacer trámites sin el teléfono por los motochorros, porque siempre anda algún ladrón dando vueltas por acá".
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