Hace 11 años, la vida de Sebastián Armenault cambió para siempre. En aquel momento tenía 40 años y llevaba una vida normal. Estaba divorciado, tenía dos hijas que vivían con él y trabajaba en una cerealera. Un amigo lo invitó a correr a los Bosques de Palermo para mantenerse en forma. Dio una vuelta al lago, menos de 2 kilómetros, y nunca más paró.
En diálogo con LA NACIÓN, Armenault recuerda: "Me dolía todo. No entendía para qué correr si no había una pelota. Yo había jugado toda mi juventud al rugby. Entonces, me dije ´el límite está en mi cabeza no en mi físico´".
"Cuando terminé de dar la vuelta al lago de Palermo tuve dos sensaciones. La primera fue '´¿qué hago corriendo acá un sábado? Me dolía todo y estaba mareado -cuenta el deportista-. La otra sensación era que había ganadp porque había superado mis límites. Ahí encontré el para qué".
Kilómetros solidarios
Armenault le tomó el gustito a correr. Primero fueron carreras de 5, 10 y 21 K. A los dos años llegó su primera maratón (42 kilómetros) en Buenos Aires. "Salgo de mi casa para subirme al auto y en ese trayecto me acordé de mis primera vuelta al Lago de Palermo, de los dolores que tuve. Me parecía una locura y me volví a mi casa -se emociona Armenault-. En el living vi las fotos de mis hijas y me dije ´dale Seba confiá en vos´".
Además, se llevó 50 pesos en el bolsillo porque tenía miedo de no poder terminar la carrera. "Mi mayor temor era quedar varado lejos de donde había dejado el auto en la largada". Armenault terminó esa maratón, pero fue en busca de más. "Cuando crucé la línea de llegada entendí la diferencia entre tener que hacer y sentir hacer. Cuando lo sentís, los miedos y los obstáculos los superas", define.
"El para qué" de Armenault era sumar kilómetros para lograr donaciones. Así corrió ultramaratones (carreras entre 150 y 350 kilómetros) en los lugares más extremos e inhóspitos del mundo. Desde el Desierto de Sahara, una mina a 900 metros bajo tierra en Alemania, pasando por el Amazonas, la selva de vietnamita o el Polo Sur. Todo con fines solidarios, como embajador del programa Huella Weber. Lleva corridos 25.000 kilómetros y ya entregó productos como materiales de construcción, zapatillas y desfibriladores por unos 6.000.000 de pesos.
"En general siempre termino entre los últimos en las carreras, pero mi triunfo es hacer cada vez más kilómetros para las donaciones, no batir récords. Yo quiero llevar mi mensaje de superarse es ganar".
Carreras extremas en los 7 continentes
En la maratón del Polo Sur corrió 8 kilómetros de más hasta completar 50. "Eramos 34 corredores. Yo no tenía el mejor equipamiento para correr con 32 grados bajo cero –recuera Armenault-. Intenté tomarme ún té, pero cuando llegó del termo a la taza ya estaba helado. Entonces encontré unos papeles de diario y me los puse en el pecho como me había enseñado mi abuelo cuando era adolescente e iba a la escuela en invierno".
El deportista solidario terminó los 42 kilómetros en el hielo del Polo sur y mientras el resto de los deportistas descansaba, él siguió hasta completar los 50. "Sentía el papel del diario en el pecho y era mi abuelo que me estaba abrazando y dando fuerza para conseguir más elementos para donar", confiesa Armenault.
El deportista es el primer argentino en correr por lo menos una maratón en cada uno de los 7 continentes. Su primera carrera extrema fue apenas tres años después del inicio en los Bosques de Palermo. Participó de los 100 kilómetros del Sahara. Cinco etapas entre las dunas y hasta una de noche con frío extremo y muy poca visibilidad.
"Yo siempre corro en solitario porque voy entre los últimos. Para mí cada evento es un retiro espiritual. Estas vos, tu alma y la nada. En un momento te olvidás de los paisajes y te empieza a pasar toda la vida por la cabeza –sostiene Armenault-. Por ejemplo, en algunos trayectos en el desierto hablé con mi viejo muerto. Momentos en que quería llorar, gritar aunque nadie me oyera o reírme de toda la arena que había a mi alrededor. Otros en que me quería ir a mi casa. Pero sigo porque tengo un objetivo que es ayudar a los que más lo necesitan sumando kilómetros que se convierten en productos para ellos".
Las dificultades de las ultramaratones no pasan sólo por correr en lugares extremos. Cada deportista se lleva su propia comida para lo que dure la carrera. La organización solo les provee agua y lugar para dormir. "Durante la carrera me alimento con comida de astronauta que cargo en la mochila, que puede llegar a pesar unos 12 kilos –explica Armenault-. Lo que más me gusta es el compañerismo de los campamentos. Entre todos nos ayudamos a calentar el agua para diluir el alimento para recuperar fuerza para el otro día".
Un hombre común que corre
Armenault se define como "un hombre común que tiene un sueño y trata de cumplirlo". "Cualquiera que sienta y quiera puede llegar a superarse dentro de su medida y sus posibilidades. El error es compararnos con otras personas. Si arrancás a correr con 45 años y querés ganar la maratón, seguro no lo vas lograr y te vas frustrar". De hecho, el deportista confiesa que no hace dieta. "Como pizza, uso azúcar y soy fanático de la gaseosa", sorprende.
Para apoyar la idea de "hombre común", Armenault no entrena como un deportista de elite. Lo hace unas cuatro veces por semana durante unos 90 minutos. "Lo hago así porque tengo que dedicar tiempo a mis hijas y otras actividades –explica-. Además, porque si digo que cualquiera puede hacerlo y después yo entreno en doble turno todos los días, no sería leal".
Para lo que queda del año y el 2019, el runner no piensa detenerse. Va a sumar kilómetros solidarios en el Ironman de Mar del Plata en diciembre (natación, ciclismo y running) y el año que viene tiene planeado escalar el monte Kilimanjaro, el pico más alto de África.
La carrera de su vida
Armenault se emociona cuando recuerda cuál fue la carrera que más lo marcó en la vida. No fue la más extrema en el Desierto del Sahara, la selva vietnamita o en el Polo Sur. La que siempre recordará tiene una historia detrás.
El desafío se lo propuso un hombre que lo llamó a su casa por sorpresa y sin conocerlo. Pepe, de Mar del Plata, tiene un hijo de 8 años que tuvo leucemia. El hombre quería correr ida y vuelta de su ciudad a Miramar (108 kilómetros) para celebrar en caso de que su nene se recuperara.
Pasaba el tiempo y Pepe no volvía a llamar a Armenault. "Esto quería decir que el nene no se había recuperado –recuerda el runner-. Eso me daba mucha angustia porque no sabía cómo hacer para enterarme lo que había pasado". Un año y medio después del primer contacto lo volvió a llamar Pepe con la buena noticia y lo invitó a correr, tal como habían quedado.
Se conocieron en el lugar de largada frente al estadio mundialista. Se saludaron y arrancaron. Cada 10 kilómetros paraban para elongar y comer algo. "Nos fuimos conociendo en el camino –recuerda Armenault-. Pero en la soledad de la ruta se logra una conexión muy fuerte".
Cuando estaban llegando a la meta, el hijo de Pepe los esperaba. Entonces, Pepe recorrió esos últimos metros solo. El chico lo esperaba con la remera de Superman. "Ese nene estaba frente a un superhéroe de carne y hueso. Era su padre que había superado sus límites gracias al amor", recuerda Armenault.
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