A un año del primer caso: los sueños truncos de una familia que se contagió entera de Covid-19 y perdió al padre
Luis, Claudia y Luna se infectaron cuando vivían en la villa 1-11-14; él no logró vencer la enfermedad; también contrajeron el virus otros seis miembros
Claudia Monje mira las fotos del lunes 2 de marzo de 2020 y no se reconoce a través de ese abismo. Es como si varias generaciones se interpusieran entre la mujer que sonríe junta a una niña de guardapolvo, y esa persona que es hoy. Como si fuera apenas un pariente lejano de ella misma. Esa mañana, junto a su marido, Luis, se había levantado temprano para llevarla a Luna al colegio. Empezaba primer grado y después de tanto esfuerzo parecía que, ese día, al fin las cosas comenzaban a acomodarse. Como su hija fue prematura, llegar al primer día de clase fue un esfuerzo extra para los padres y para toda la familia. Pero allí estaban los tres. No había barbijos, ni alcohol en gel y los chicos todavía se saludaban con un abrazo. “El coronavirus era algo de lejos. Algo que pasaba en Asia, en Europa, pero no acá en la 1-11-14”, explica.
Hacía apenas un mes, se habían mudado otra vez a la habitación que ella tenía en la villa, como una opción temporaria para estar más cerca del colegio de su hija, en Monte Castro, y para no tener que viajar dos horas en colectivo desde La Tablada hasta el Hospital Roca, el Piñero, o el Gutiérrez, donde la niña seguía los tratamientos. Luis era abogado y también herrero. Estudió de adulto y se recibió justo cuando nació Luna. Tenía 50 años. No pudo ejercer, porque después del nacimiento prematuro, el panorama se complicó y tuvo que asegurarse el ingreso. Igual tenía un sueño que quería cumplir en la villa: ofrecer asesoramiento jurídico gratuito a las mujeres que sufrían violencia en sus casas y a las madres que no recibían la cuota de alimentos de sus exparejas. Sin embargo, todos esos sueños quedaron truncos. Porque un día, hace un año, el coronavirus llegó a su puerta y entró sin golpear.
Cuando se decretó el aislamiento social preventivo y obligatorio (ASPO), Claudia, Luna y Luis ya debían estar contagiados. No lo sabían. Tenían mucho miedo porque la niña es asmática. Se enteraron que otra familia, en el mismo pasillo que ellos, se había confinado. Nadie decía nada, cuenta Claudia, porque era como estar malditos. Y entonces, Luis empezó con dolor de garganta. Dos días después, mejoró. “¿Lo tendremos?”, se preguntaba. Llamó al 107, pero le dijeron que no. Si no había fiebre, no era. Claudia comenzó con síntomas. Los escalofríos la hacían temblar. Tenía diarrea, dolor de garganta y migraña. “Pensaba, hoy me voy a morir. Porque no podía aguantar el dolor. El pecho me latía”, recuerda. Todos los días llamaban al 107, pero les decían que sin fiebre no se trataba de Covid-19. Luis no aguantó y se fue a la guardia del hospital Piñero. No lo hisoparon. Se quedó a la fuerza tres horas, pero no tenía respuestas. Finalmente, le dijeron que era una bronquitis. Al día siguiente, su cuñado lo llevó al hospital Grierson, en Villa Soldati. Le dijeron que era estrés y le dieron un relajante muscular. Lo mandaron a la casa.
Una noticia
El 21 de abril, Luis se puso la mochila y le dijo a Claudia que estaba mejor. Y que se iba a ver un trabajo, porque ya no tenían dinero. A mitad de camino, la llamó para decirle que había cambiado de opinión. No podía respirar, se iba al hospital Durand. “Lo vi de espaldas, con su mochila y no lo volví a ver nunca más”, cuenta Claudia, antes de estallar en un llanto incontrolable. Ese día la llamaron del hospital para que ella y Luna se hisoparan. Las dejaron internadas. Toda la familia dio positivo. Pero Luis estaba más complicado. Lo entubaron. “El médico me llamaba una vez por día para decirme el parte. Yo entendí que estable era que estaba bien. Pero nueve días después me dijo: ‘Claudia, lo siento mucho. No creí que iba a darte esta noticia. Luis falleció'”.
Claudia lo vivió como una trompada en medio de la noche. Toda su familia tenía coronavirus. Ella, Luna, sus dos hermanos, sus cuatro cuñados. La cadena era enorme y no se detenía. Y ahora, llegaba la peor noticia. Luis no iba a volver. “Estallé en llanto y le rogué a los médicos que nos dejaran verlo, pero no se pudo. Luna no entendía nada. Le expliqué como pude que su papá no iba a volver, que ahora era una estrella que nos cuidaba desde arriba”, rememora.
El impacto fue tan grande que Claudia tardó casi cuatro meses en salir de la cama. Luna casi no participó de las actividades del colegio. Fueron hasta la habitación de la 1-11-14 y sacaron unas pocas cosas y se instalaron en La Tablada, en la casa de su suegra. En la villa todo era desolación. Los casos proliferaban como si fuera un hervidero. Todos los que conocía estaban infectados. “Yo no tenía fuerzas. Físicamente no podía caminar más de una cuadra. Es un agotamiento que me dura hasta ahora. No se pasa”, relata.
“Éramos otras”
Sin embargo, varios meses después hubo algo que la impactó. Luna no lloraba. No podía sacar su tristeza. Entonces, se dio cuenta de que la vida de su hija había cambiado tanto, que no había podido hacer el duelo. Necesitaba conectarse con otros chicos, con sus maestras, con sus terapeutas. Por eso, empezó a participar de los zooms y las terapias virtuales. Y se puso como objetivo no bajar los brazos, aunque no tuviera fuerzas, para que su hija pudiera volver a clases en marzo.
“Fue muy difícil. Este año, volvimos a ese primer día de clases, pero éramos otras. Nos faltaba tanto Luis.... Pero a la vez, sentíamos que habíamos sobrevivido a algo mucho más grande que nosotras mismas. Luna es una guerrera. De algún lugar saca energía y jamás se queja”, dice la madre. Ni siquiera cuando tienen que viajar dos horas en cuatro colectivo desde La Tablada hasta Monte Castro. Claudia lleva en su cartera un rociador de alcohol, que pulveriza en los asientos del colectivo, en el pasamanos, en las ventanas. También se lo ofrece a los otros pasajeros. Antes de llegar a la escuela, recambia el barbijo de Luna y le entrega uno limpio. “La gente me mira como si fuera exagerada. Y yo pienso si tan rápido pueden haberse olvidado de todo”, explica. “Hasta que nos podamos dar la vacuna, es la única forma de vida que tenemos”, afirma.
Hace dos semanas, Claudia casi estalla de bronca e indignación. “Estaba tan enojada”, indica. Fue cuando se enteró del vacunatorio vip. “No puedo creer que estas cosas pasen. Todos estamos esperando la vacuna. No puede ser que haya gente que se ponga primero en la fila. Después de todo lo que pasamos, es nuestra única oportunidad de recuperar algo de nuestra vida anterior”, concluye.
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