Aunque quebrado por el reencuentro con su familia, ironizó sobre el cautiverio
"Por lo visto, soy bastante caro", dijo Perretta sobre el rescate que pedían los captores
Fuertes emociones reflejaban ayer a la mañana los rostros de Ariel Perretta y de sus padres, Roberto y Virginia, en la puerta del chalet familiar, en Ciudad Evita.
A pocas horas de ser liberado en una precaria vivienda de la localidad de El Talar, en el partido de Tigre, el joven de 24 años relató que, durante su cautiverio de 16 días, intuía que su situación iba a tener un desenlace favorable. "Pensé que iba a terminar de otra forma. Creí que mi papá iba a pagar, aunque no sabía cómo iba a hacer, ya que pedían una suma que no tenemos ni vamos a tener", dijo.
Por momentos, Ariel, protegido por un rosario que lleva colgado del cuello desde la niñez, se veía muy tranquilo, como si no hubiera estado más de medio mes encadenado y recibiendo la comida de parte de un encapuchado. Sin embargo, cada que vez que mencionaba a su familia o cuando un vecino se le acercaba para saludarlo, el muchacho se quebraba.
A pesar de lo vivido, Ariel no parecía haber perdido el sentido del humor, especialmente cuando se le preguntaba por el rescate inicial de US$ 3 millones que pedían sus captores. El joven, a quien en el barrio conocen como "El Polaco" ironizó: "Por lo visto, soy bastante caro, seguro que es por la facha".
Sobre el mensaje que dejó grabado como prueba de vida, confirmó que se había referido en él al resultado de un partido de River, tomado al azar. "Lo encontré en un diario. En realidad, yo soy fanático de Almirante Brown y le dije a mi viejo que estaba contento por un partido que habíamos ganado."
Emociones diversas experimentaba Ariel mientras dialogaba con la prensa, antes de compartir un asado con su familia y amigos. "Siento una sensación rara. Nunca quise verles la cara. Sólo tenía contacto con el muchacho que me daba de comer y me higienizaba."
Respecto del trato que le dieron los secuestradores, Perretta dijo que fue bueno y que lo alimentaron bien. "Me dieron milanesa y guiso. El muchacho que me atendía nunca me agredió ni me faltó el respeto, como yo tampoco a él, pero claramente yo no estaba en el Sheraton", volvió a ironizar.
Previamente a esas declaraciones, durante la madrugada de ayer, en el amplio chalet familiar, numerosas personas esperaban ansiosas de que regresara de su cautiverio. Eran las 2.40 cuando un automóvil gris metalizado estacionó a pocos metros de la entrada principal. Ariel Perretta, vestido con campera y gorra de la policía, caminó abrazado por su padre y entró en la casa. Cuando la puerta se cerró, hubo aplausos y gritos: la pesadilla había terminado.
Con barba y más delgado
Pocos minutos después se volvieron a escuchar aplausos y una voz femenina que le decía: "Te queda bien la barba". Se oyeron carcajadas para festejar el comentario. El joven que acababa de recuperar la libertad volvía a su casa barbudo, delgado y emocionado. Atrás habían quedado los tristes y largos días de espera.
Durante los pocos metros que caminó desde el automóvil hasta la puerta de entrada de su casa, no emitió palabra. Parecía tener la mirada perdida. Su padre no dejó de apoyarle la mano derecha sobre el hombro derecho.
La gorra azul que tenía puesta cuando se bajó del automóvil tenía la leyenda "Investigaciones". La campera, también azul, tenía un escudo del Ministerio de Justicia y Seguridad. Los familiares habían comenzado a llegar a la casa de los Perretta poco después de las 23 de anteanoche, cuando se confirmó la liberación del joven. Cerca de las 2 arribó un Renault 12 negro, cuyo conductor, Diego, bajó con una bolsa con cuatro botellas de cerveza. Estaban preparando el brindis.
La espera se hacía larga. Mientras aguardaban a que Ariel llegara, dentro de la casa los familiares y amigos miraban televisión para tener alguna información más sobre la investigación. Sabían que estaba bien, pero querían conocer detalles.
A las 2.35, un Chevrolet Corsa blanco estacionó a metros del chalet. Adentro había dos policías de civil. Uno de ellos se bajó del auto, observó los movimientos y habló a través de su handy. Cinco minutos después llegaba el Volkswagen Golf gris metalizado con Ariel. A las 3.10 las visitas se fueron. La felicidad quedó en la intimidad necesaria.
"Esta mañana [por la de ayer] me desperté muy feliz. Volví a tomar mate después de 16 días y me recibieron con una docena de facturas", comentó sobre su primera noche en la casa que lo vio nacer, y de la que se había ausentado en contra de su voluntad.
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