Biruté Galdikas: "Las autoridades argentinas deben saber que en Borneo la orangutana Sandra es bienvenida"
Parque Nacional Tanjung Puting, BORNEO.-Basta seguir su trajín por la selva de Borneo, donde hace 45 años se expatrió, para entender por qué continúan apodándola El Tercer Ángel: en cuatro días, supervisó 8 de las 14 estaciones alimentarias para orangutanes distribuidas en la selva del
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parque nacional Tanjung Puting, el refugio que ella misma impulsó para preservar a esa especie. Monitoreó la salud de primates infantes en su centro de rehabilitación modelo, y navegó el río Sekonyer en busca de nuevas tierras para frenar la deforestación y extender las reservas. En un trozo de selva tropical cercado por una pared de cemento -otro de los dominios de la Orangutan Foundation International, que preside- empujó a 20 homínidos adolescentes a ejercitarse en los árboles. Atravesó kilómetros de plantaciones de aceite de palma hasta alcanzar por agua salobre otro reservorio de bosques nativos y allí liberar a una madre con su cría. El diluvio diario, el calor y la humedad constantes, el barro y los insectos, son apenas parte de un elenco que acompaña su febril marcha.
A Biruté Galdikas aquel apodo se lo impuso la comunidad científica. Fue cuando la bióloga canadiense completó el equipo que el célebre paleoantropólogo Louis Leakey había pergeñado para estudiar el comportamiento de los primates y sostener su teoría de la evolución humana. Aquella tríada legendaria que ambas integraron con Jane Goodall, instalada en la selva de Tanzania para estudiar a los chimpancés, y con Dian Fossey, mimetizada con los gorilas de montaña en las laderas del volcán Virunga, se convirtió en hazaña. El conocimiento científico que con sus investigaciones de campo produjeron las tres extendió las fronteras de la primatología moderna.
-¿Cómo nació su interés por los orangutanes?
-Era adolescente cuando vi las primeras fotos y quedé intrigada, pues orang-hutan significa en malayo "hombre del bosque". Tengo sangre lituana (tenía 2 años cuando mis padres huyeron de los soviets tras la II Guerra y se radicaron en Canadá) y la gente del Báltico tiene una conexión extraordinaria con los bosques. Mis padres la tenían con la naturaleza: en casa los pájaros silvestres comían de la mano de mi padre y mi madre me llevaba al High Park en Toronto y me mostraba las hojas de los árboles que servían para hacer té. En mi caso, se unió lo genético con lo cultural: Canadá se enorgullece de sus bosques, glaciares y osos polares. Para desarrollar una conexión fuerte con los animales, uno tiene que haber crecido en un ámbito donde se los respetaba.
-¿Por qué, entre todas las especies, la atrajo una tan ajena a su cultura?
-Fue una foto que influenció a mucha gente. Mostraba algo especial en su mirada. Porque cuando un orangután te mira, lo cual no es usual, ya que suelen evitarte, lo hace de una forma extremadamente profunda y transparente; es como si quisiera penetrar en tu alma. Ningún animal, ni siquiera los chimpancés, miran así. Y eso es porque son tan solitarios que, cuando te observan, es porque quieren descifrar quién sos realmente. Me ha pasado de observar a machos salvajes comiendo y sentirme incómoda. Me resultaba inquietante que un animal pudiera observarme tan profundamente.
-¿Cuánto le debe a Louis Leakey?
Fue decisivo. Sin él hubiera llegado, aunque hubiese tardado más. Era mi destino. Nací para estudiar a los orangutanes y vivir con ellos. Para defender la selva y evitar su extinción. Ni siquiera mi primer marido [Rod Brindamour, cofundador de Camp Leakey] creyó que me iba a quedar. Porque aun los primatólogos los estudian uno o dos años, y luego se van. Pero Leakey supo que yo me quedaría en Borneo. Mi ex marido, que amaba la aventura, tras ocho años quiso tener una vida normal.
-¿Cómo lo persuadió a Leakey?
Estudiaba en la UCLA y fui a una de sus ponencias. Él hablaba acerca de la posibilidad de hibridación entre humanos y neandertales. Para la ciencia estos no estaban vinculados con la evolución humana. Él sostenía que podrían haber sido domesticados y haber interactuado con los humanos. Y luego, cuando alguien le preguntó por los estudios en primates, dijo que acababa de recibir un telegrama de Dian Fossey desde Ruanda. Le decía que había habituado tanto a un gorila, que éste le desataba los cordones de los zapatos. Hablaba de ella con mucho orgullo y yo supe que él era quien me iba a ayudar a llegar a Indonesia a cumplir con mi propósito. Al finalizar lo abordé y, días después, empezó a realizarme tests para medir mi percepción.
-¿Leakey tenía una mente avanzada o era un rebelde?
Era un keniano con un Phd de Cambridge. Lo llamaban "el negro africano de tez blanca". Era como mis dos hijos menores [de su segundo matrimonio con su ex asistente Pak Bohap Bin Jan, nativo de Borneo], que son occidentales pero, al mismo tiempo, siguen siendo indonesios y dayak [una de las etnias de Borneo], porque es allí donde se criaron. Esa mezcla hace que tengan ideas no convencionales, frescas. Leakey era así. Sabía que no podía entender los fósiles humanos que había encontrado en Olduvai Gorge, en Tanzania, hasta que no comprendiera el comportamiento de nuestros parientes más cercanos. Y pensaba que las mujeres eran más intuitivas, pacientes, tenaces para obtener ese saber. Y no se equivocó. Jane Goodall era su secretaria y Fossey, alguien que se le acercó con genuino interés, como lo hice yo.
-¿Cómo convenció a su marido de que la siguiera?
-A él le parecía una gran aventura. Y él fue también determinante. Seguíamos a los orangutanes por la selva. Rod los fotografiaba. Él fue decisivo para que comenzáramos a rehabilitarlos y reintroducirlos. Su supervivencia era delicada cuando llegamos en 1971: había cientos de huérfanos por la caza ilegal, por la deforestación y la tala ilegal. Rápidamente comprendimos que si no cuidábamos la selva no habría más orangutanes. Impulsamos el parque nacional y fuimos muy felices durante ocho años en los que investigamos y trabajamos a la par.
-¿Fue difícil su adaptación?
-No. Nunca sentimos la selva como algo agobiante, pese a que la vida era dura. Pasamos miles de necesidades, porque al año de fundar el campamento Leakey falleció. Su fundación y NG nos sponsoreaban. Entonces comenzaron los problemas de financiamiento. Además, estábamos aislados; no había lanchas rápidas como ahora. Racionalizábamos todo; la logística de abastecimiento no era fácil. Pasábamos hambre.
-¿Cómo impactó su foto con dos orangutanes en la tapa de National Geographic?
-La editora decía que me iba a cambiar la vida y, de algún modo, fue así: mi trabajo tuvo mucha más visibilidad y legitimidad. Hasta entonces, el mundo científico, salvo por un estudio de John McKernan en la región malaya de Borneo, prácticamente no los había estudiado. Revelé cómo era su dieta, basada principalmente en fruta madura; su sexualidad; el apego entre madres y crías durante los siete años de crianza; el nomadismo de los machos; cómo se desplazan y construyen casi diariamente un nido nuevo en los árboles?Pero en 1980, cinco años después, hubo un segundo artículo que tuvo incluso mucho más impacto. Y a quien le cambió la vida fue a mi hijo Binti [la portada lo mostraba con tres años de edad refrescándose en una palangana junto a un orangután bebé que lo abrazaba por atrás]. Fue una de las tapas más populares en la historia de la revista. Pero tuvo un efecto impensado: poco después mi hijo rechazó a los orangutantes.
-Jane Goodall dijo que su dedicación a los animales impactó en su relación de pareja. ¿Le sucedió lo mismo?
-No. Rod estaba muy feliz con nuestra vida en Borneo. Simplemente, no se esperó que yo hiciera lo que decía que iba a hacer: jamás regresar a una vida normal en los Estados Unidos. El esperaba que hiciera mi investigación y volviera un par de meses cada año. Incluso el gobierno de Indonesia estaba en shock: cuando fui una molestia, por mi oposición a la deforestación, quisieron deshacerse de mí. Y, como le dije antes, al final Rod quería una vida normal.
-¿Debió elegir entre su marido y su vocación?
-Fue más complejo. Un psiquiatra que nos visitó en Camp Leakey nos dijo que Binti debía dejar la selva e interactuar con otros niños. No podía seguir criándose entre orangutanes. Sabía que al hijo de Jane Goodall lo habían enviado a un internado por esa misma causa. Fue doloroso, pero acepté que mi marido regresara por un tiempo con él a Canadá. Mi matrimonio se deterioró. Nos divorciamos. Conocí a mi actual marido.
-¿Tuvo que soportar muchos prejuicios?
-No, me ayudó a tener un Phd. En todas las culturas se respeta el conocimiento. Y aquí, donde hay muchos musulmanes, siempre traté de comportarme según las reglas del lugar. Eso es clave. Las dificultades fueron siempre más de índole económico. Hay que sostener esta organización. No quiero sonar mística, pero Dios, la madre Tierra o quien sea quiso que esta obra continuara. Años atrás estaba personalmente endeudada en 50.000 dólares. No sabía qué hacer. Y de la nada, recibí un llamado. Una voz me dijo: "Siéntese. Ha ganado el Tyler Prize for Environmental Achievement junto con Jane Goodall y George Schaller.
-Hoy se discute la inteligencia de los grandes simios. ¿Cuál es la diferencia más notoria entre humanos y orangutanes?
-La falta de lenguaje. Los orangutanes son similares a nosotros en un 97 %. Los gorilas en un 98% y los chimpancés y bonobós en un 98,4 %. La gente no comprende que los orangutanes están genéticamente más relacionados a nuestros ancestros que a nosotros, que a lo largo de nuestra evolución hemos cambiado de forma exponencial. Ellos no. Está probado que pueden aprender a utilizar el lenguaje al nivel de un niño chico. Tuve un estudiante que le enseñó el lenguaje de signos a una hembra. Y todavía hay muchísimo más que desconocemos. Esta especie no merece desaparecer sólo porque sea inteligente. Se debe tomar conciencia de que la supervivencia humana está ligada a la salud de la naturaleza. Y eso incluye la diversidad, no ya de una especie inteligente, sino de todas. Se extinguen tres especies por hora en el planeta, entre insectos y plantas. En 20 años, si sigue este ritmo de deforestación de los bosques nativos de aquí, los segundos más grandes después de la Amazonia, ya no quedarán poblaciones estables de orangutanes. Podrán sobrevivir individuos, pero su vida como especie no será viable.
-¿Quiere decir que su tarea es en vano?
-No, porque si no fuera por nuestra organización no sólo no existiría este parque: ellos se habrían extinguido. Antes la gente los mataba, se los comía o los compraba como mascotas. Hoy el comercio ilegal está más controlado, pero en Indonesia, como en el resto del mundo, la selva desaparece. Y sin bosques no hay vida. La selva muta por un desierto de monocultivo: las plantaciones de aceite de palma, que además agotan los suelos y el agua. Indonesia es el mayor productor y exportador de esa materia prima que, convertida en aceite vegetal, está presente en nueve de cada diez productos de supermercado: comestibles, cosméticos, medicinas, productos de limpieza, dentífricos, champús y hasta biocombustibles. La única forma de frenar la deforestación es boicoteando el consumo a nivel mundial mediante un buen etiquetado de productos. Nuestra labor es de hormiga: recaudamos fondos para comprar trozos de selva, y dictamos talleres de tolerancia cero a la matanza de orangutanes que van a las plantaciones a alimentarse porque se quedaron sin hábitat.
-¿Siguió el caso Sandra?
-Claro. Deberían reinsertarla en su hábitat. Aun habiendo vivido toda su vida en cautiverio aquí, en nuestro centro de rehabilitación en Borneo puede hacerse. Los orangutanes viven hasta 70 años, ella tiene 30 y puede aprender a trepar a los árboles. No se la forzará a la vida silvestre, si no está preparada. Pero podrá vivir en semi cautiverio en la selva. Las autoridades argentinas deben saber que en Borneo ella es bienvenida.
bio
Profesión: primatóloga
Edad: 69 años
Es la mayor estudiosa y conservacionista de orangutanes a nivel mundial. Fundó la Orangutan Foundation International (OFI). Tiene un Phd en Biología por UCLA y es profesora universitaria en Toronto y en Yakarta. Su autobiografía, Reflejos del Edén, acaba de editarse en español.
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