Boca-River: "Conozco los recovecos para moverme en el barrio", dice una vecina
Son las 8.30. Dos mujeres salen apresuradas de un edificio de Olavarría al 600. "Vamos que tenemos que ir al hospital", le dice una de las señoras a la otra. "Es que aprovechamos toda la mañana para hacer los trámites y compras. Después del mediodía, adentro de casa", cuenta una de ellas, Blanca Soto, de 50 años. Cuando promedie la tarde y se acerque la hora del Superclásico, varias cuadras alrededor de la cancha de Boca quedarán aisladas por vallados que, aunque todavía es temprano, se encuentran en varias esquinas del barrio desde el viernes, cuando el club disputó el partido contra Racing.
"Se viene un día muy colorido. Ya estamos acostumbrados", augura Elsa Delgado, otra vecina. Su casa está a 200 metros de la Bombonera. Mientras conversa con LA NACION, le envía un mensaje a la madre de uno de sus nietos. El pequeño debería ingresar al jardín a las 13. "Pero no creo que lo lleve porque cuando salga, a las 16, va a estar todo vallado", piensa la mujer en voz alta.
Hace años que Ricardo Hidalgo recorre los caminos de La Boca. Además de ser sodero, el vecino vende café en la calle. "¡Hoy es un desierto!", exclama. En cualquier otro día de la semana se toparía con muchas personas transitando por la zona, pero esta mañana es diferente. Cuenta que no hay cestos de basura alrededor de la cancha y que las autoridades porteñas estuvieron pidiendo a los vecinos de la calle Brandsen, por ejemplo, que retiraran los autos estacionados en la calle. "Es un día especial", agrega.
Quien no está muy conforme con el partido que se disputará desde las 21.30 es Jaime Stembaun, de 70 años. "Me molesta porque con el cierre de las calles no puedo sacar de casa a mi esposa Delia que está en silla de ruedas", dice enojado. Otra vecina susurra casi al mismo tiempo: "Yo conozco los recovecos por dónde moverme en el barrio". María, que vive en Brandsen 680, también está malhumorada: "Cuando ponen las vallas no dejan pasar a quienes vivimos por acá. Ni les importa que use bastón".
A medida que transcurre la mañana, los locales comerciales abren sus persianas. Eso sí, la mayoría atenderá al público solo durante algunas pocas horas. "Martes 22. Abierto hasta las 13 por el partido", anuncia una pequeña pizarra en la pollería de Diego. "Se pierde mucha venta", dice Yesica Noguera, una de las empleadas.
Para el peluquero Ramón García no significa una gran pérdida. En general, cuenta, trabaja con clientes del barrio que pueden ir a su negocio ubicado a un cuadra de la cancha en otro momento. "Me perderé entre tres y cuatro clientes de paso", calcula, con mucha tranquilidad. Apenas la policía cierre las vallas que están en la esquina de Brandsen –que se calcula que será entre las 15 y las 16– el hombre volverá a su hogar.
Lo mismo hará Gabriela Pallotta que cerrará la fábrica de pastas La Boquense una vez que el barrio quede blindado. "No tiene sentido dejar abierto. Mis vecinos salen a hacer las compras ahora y luego ya no queda más movimiento que el propio de los que vienen a la cancha", explica.
Rodolfo Cáceres lee con atención la notificación que le fue enviada por la Agencia Gubernamental de Control (AGC) porteña. Entre las 17.30 y hasta una hora después del partido no puede vender alcohol. Tanto el almacenero como otros comerciantes se preguntan por qué se suele ver tanta gente embriagada antes y durante el partido.
El tradicional barrio se va adaptando, una vez más, a una nueva fiesta deportiva.