Julio María Sanguinetti: "Cada tanto nos llevamos mal los gobiernos, pero no las sociedades"
Dos veces presidente del Uruguay, el doctor Julio María Sanguinetti, a los 84 años, sigue gravitando en la alta política del país vecino. Es el Alfonsín de los uruguayos, que gobernó tras la dictadura militar de su país y que volvió al poder años más tarde, ya que la Constitución charrúa no permite la reelección inmediata. También fue factótum de la coalición que dio a luz al nuevo gobierno que encabezará Luis Lacalle Pou a partir del 1º de marzo, y que sucederá al Frente Amplio tras quince años en el poder. Conocedor casi de cualquier tema, cultor de la conversación amena y amable, Sanguinetti es un libro abierto que encuentra una explicación para cada cosa.
Sus nutridas cejas, que la historiadora Marta Canessa, su esposa, ha tratado inútilmente de peinar más de una vez, se arquean al recordar los veranos remotos. "De chico –rememora– iba a la playa en Montevideo. Todavía Punta del Este era algo incipiente". Ya padre, pero cuando sus hijos eran chicos, descansaban en Manantiales y después, en Rocha. "Para llegar a La Barra había un puente de madera y un aguatero venía en burrito con un tanque", recuerda.
Frente a la panorámica de Playa Brava que nos brinda un gran ventanal, Sanguinetti se apasiona al evocar la batalla del Río de la Plata, a 80 años redondos de ese capítulo periférico, pero clave, de la Segunda Guerra Mundial, que se dirimió en las aguas que tenemos ante nuestros ojos. "Yo estaba por cumplir cuatro años. Tengo recuerdos vagos de mi padre diciendo: ‘Vamos a la rambla que volaron al Graf Spee’", se estremece. A continuación, los tramos más destacados de la entrevista que se vio anoche en Hablemos de otra cosa, por LN+.
–Ahora el Río de la Plata sigue con otras batallas, no tan cruentas. Pero a una y otra orilla cambia el signo político.
–Cambió en los dos lados. Aquí hace quince años se había producido una vuelta de campana importante en la política uruguaya. Después de tres períodos del Frente Amplio se produce la reversión hacia los partidos tradicionales, que ganan con un nuevo gobierno de coalición.
–Nos gusta el tango, el asado, el mate y el fútbol. Pero ¿por qué somos tan diferentes los uruguayos y los argentinos?
–No somos diferentes. Los de afuera no nos pueden distinguir. Nos gustan las mismas cosas. Lo que tenemos es una diferencia política. Uruguay tiene una institucionalidad más sólida que la Argentina, cuya sociedad es mucho más creativa y dinámica. Nuestra sociedad, no sé si llamarla conservadora, pero es más atenida al Estado. No tiene el brío de la sociedad argentina. Debiéramos haber hecho un matrimonio de conveniencia. La diferencia viene desde el primer día. En 1816, tampoco la Argentina logra definir si es república o monarquía. Digamos que todavía no había Argentina, eran las Provincias Unidas del Río de la Plata. Y acá era republicano total. Y luego se bifurca en el devenir posterior. Acá se integra a las masas inmigratorias a fin del siglo XIX con la legislación social, que es justamente la construcción del Estado de bienestar. El peronismo, que levanta una bandera social con mucha legitimidad, al ser tardío, en una Argentina ya muy rica, tiene ese ingrediente de revanchismo y autoritarismo que tantas veces nos ha enfrentado.
–La leyenda de que Gardel era uruguayo irrita a los argentinos y Cristina Kirchner pareció vengarse cuando dijo que Artigas quería ser argentino.
–¡No existía la Argentina! Esa es la verdad histórica. Artigas lo que quería era, sí, las Provincias Unidas desde el primer día confederativas, nunca federativas.
–Entramos al gran capítulo de las diferencias entre el peronismo y Uruguay.
–Una distancia histórica muy fuerte que tuvo sus etapas. En los años cincuenta fue tremendo. Aquí había venido el exilio argentino como siempre. Y el gobierno peronista presionaba para que no hablaran. Radio Colonia y Carve entraban como bomba. Eso fue llevando progresivamente a una situación de enfrentamiento de los gobiernos. ¡Hasta exigían pasaporte! Luego vinieron unos gravámenes muy fuertes a los pasajes. Y eso termina en el 55. Por eso cuando se produce la Revolución Libertadora, acá hubo una explosión enorme.
–Sin embargo, el gobierno peronista de los 70 produjo un acercamiento amistoso con la firma del tratado del Río de la Plata.
–Eso se lo tenemos que reconocer a Perón, fue un gran gesto que generó una gran reconciliación. Firmamos ese tratado que nos rige hasta ahora y que nos permite convivir en el río.
–Tercera era peronista, el menemismo, años noventa.
–Menem, entrañable amigo de Uruguay. Como él había venido con los rallies, conocía todos los pueblos, hasta las estaciones de servicio. Se dirá lo que se dirá, porque la posteridad habla de un modo u otro de los políticos, pero Carlos fue muy amistoso para Uruguay.
–Cuarta etapa peronista, el kirchnerismo, doce años y medio.
–Con el kirchnerismo nos llevamos mal. Desgraciadamente no tuvimos buenos momentos.
–Paradójico, eran gobiernos afines el Frente Amplio y el kirchnerismo. Y, no obstante, fue el momento del cierre de los puentes por el tema de las pasteras.
–Tuvimos un conflicto enorme por las fábricas de celulosa. Que es un proceso de transformación muy importante en Uruguay. El año pasado el primer producto de exportación uruguayo fue la celulosa, más que la carne. Pero además no paró allí. Luego vinieron agresiones comerciales y al puerto. Fue muy complejo. Mi colega [Pepe] Mujica decía: "Voy allá y lo arreglo con un asado". Entonces iba, comía el asado y venía un decretazo. Se complicaba cada día más, aunque parecía que estábamos amiguísimos.
–Y empezó la quinta era peronista, con Alberto Fernández…
–Bueno, vamos a ver. No arrancamos bien con medidas que nos complican. Ya veremos cuando se haga el balance al fin de la temporada. Pero que indudablemente esto [el gravamen del 30% al turismo en el exterior] ha tenido una mala repercusión, no hay ninguna duda.
–¿Los queremos más los argentinos a los uruguayos que los ustedes a nosotros?
–Los argentinos en general quieren mucho a Uruguay, les gusta venir acá, se sienten en casa porque están en casa. Las sociedades siempre han tenido ese vínculo, con un mejor diálogo que sus dirigencias. Cada tanto nos llevamos mal los gobiernos, pero no las sociedades. No es solo a Uruguay, también a las provincias argentinas les choca un poco la arrogancia porteña. Pero no hay nada que le guste más a un uruguayo que Buenos Aires.
–¿Se divierten ose asustan con nosotros?
–Hay una sensación de que la Argentina es un mundo de gente brillante en todas las dimensiones, pero que es un país políticamente muy distinto al nuestro. No social ni culturalmente, porque somos lo mismo. Acá vivió Piazzolla años componiendo y creando. Y allá vivió Onetti. Y triunfaron desde Florencio Sánchez hasta la China Zorrilla. Y el uruguayo vive eso.
–El mundo está convulsionado. Tenemos mucha suerte la Argentina y Uruguay, ¿no?
–Cuidémoslo. Porque estamos viviendo una crisis muy fuerte de la democracia representativa por el gran impacto de las tecnologías y en las redes. Hoy, el ciudadano vive la ilusión de que se representa a sí mismo, conectado a un foro multiforme y contradictorio de voces que no significa luego una construcción de gobierno ni de opinión. Mire Chile: en la primera vuelta votó el 47%; en la segunda, el 49. A la mitad de Chile no le interesó quién iba a ser gobierno. ¿Quiénes son los que estaban en la calle?: los que votaron y estaban enojados y los que no votaron. Es decir, hay una ciudadanía de baja intensidad y es muy grave. Porque entonces ocurre un cambio muy fuerte.
–¿Qué le pasó a Macri?
–Varias cosas. Lo primero que le pasó es un tema institucional. Llegó y a los dos años tenía una elección. Odio esas elecciones porque impiden gobernar.
–Pero ganó esas elecciones.
–Sí, pero no hizo lo que tenía que hacer. Porque si subo las tarifas y recompongo la parte financiera pierdo la elección. Y me quedo de ocupante precario en la Casa Rosada.
–Es preferible perder las intermedias que las presidenciales.
–Es una opción de hierro que no se les debe plantear a los gobiernos. Yo lo primero que haría es borrar eso. En el estado de gracia que son los primeros seis meses de un gobierno, hay que aprovechar el capital político para hacer los primeros grandes deberes que normalmente ha dejado el gobierno anterior. Todo gobierno deja facturitas y si usted no las puede pagar, las prorroga. Y fue lo que le pasó a Macri: se empezó a endeudar y a endeudar por no hacer esas cosas que luego tuvo que hacer tarde. La segunda cosa que creo que le pasó a Macri también es que él tuvo la ilusión de que su gobierno iba a dar más confianza al mercado. No sucedió, y esto lo digo con dolor, porque la Argentina no ha aventado aún la desconfianza de los defaults, y el tema no es solo con los inversores extranjeros, también con los inversores argentinos. Acá estamos llenos de inversores argentinos. ¡Bienvenidos! Han hecho muchas grandes cosas en Uruguay y se lo agradecemos.
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