Cecilia Roth y Dolores Fonzi, dos mujeres que sueñan sin cesar
Yuval Noah Harari, en el epílogo de su celebrado libro De animales a dioses, escribió: “Los Homo Sapiens, sobre la tierra, hemos producido hasta ahora pocas cosas de las que podamos sentirnos orgullosos. Hemos dominado nuestro entorno, construimos ciudades, imperios. Pero ¿hemos reducido la cantidad de sufrimiento en el mundo?… Además, a pesar de las cosas asombrosas que los humanos somos capaces de hacer seguimos sin estar seguros de nuestros objetivos e insatisfechos”.
¿Hemos construido sueños que nos permiten vivir fuera de peligro? Me dispara esta pregunta aquellas palabras de Harari. Los sueños han sido la materia prima de los surrealistas, de ahí los toma David Lynch como elemento creativo para sus películas. Los mismos sueños que muchas veces se nos diluyen al despertar. O peor, desaparecen como por arte de magia cuando creemos que los estamos cumpliendo. Son los sueños que los personajes de Entonces la Noche (la obra de teatro que se estrenó hace pocos días en el Paseo la Plaza) quizás hayan intentado vivir. Sueños que se les escaparon en medio del deseo. Martín Flores Cárdenas, su autor y director, plantea una humanidad que está en riesgo. Las criaturas que protagonizan Cecilia Roth, Dolores Fonzi, Ezequiel Diaz y Guillermo Arengo respiran soledad. Buscan sin encontrar. Están suspendidos en su propia realidad. Y sueñan. Sueñan sin cesar. Aunque lo único que logran es sobrevivir. ¿Acaso sea lo único que podamos alcanzar?
Un niño que busca a su padre, desesperado, sin saber dónde ir, a través de su propia huella. Una marca personal que, en su inocencia, confía que reconocerá: “…Me pregunta cómo es mi padre, qué aspecto tiene. Y recién ahí caigo en la cuenta de que me resultaría imposible describirlo. Es que de tanto imaginarlo en los zapatos de otras personas ya no tengo muy en claro cómo es el tipo que estoy buscando. Sé que cuando lo encuentre lo voy a reconocer”. Su sueño es dar con el hombre que se fue sin ninguna explicación.
Y hay más seres extraviados: una mujer que parece estar viviendo un buen momento, de pronto se siente interpelada por alguien del pasado que vuelve a cobrarse alguna cuenta no saldada, algún recuerdo ya olvidado; un vagabundo que no encaja en su vida, que ya no reconoce, que no puede ver. “Si alguna vez estuve con él tuvo que haber sido hace mucho tiempo. El tiempo no sólo envejece a las personas. ¿Cómo lo reconocería ahora?”. Un sueño que ya fue, que vuelve sin resolución.
Un policía muy sensible a la injusticia. Así deberían ser todos, ¿no? El único libro que lee es La Biblia, la usa como una especie de consultora a la que preguntarle cómo debe actuar ante cada circunstancia de su vida. Le pregunta sobre el amor. Él ha visto todo. Su trabajo lo expone a ser parte de los hechos más descabellados. Se enfrenta a una banda de chicos que atacan a ancianos vagabundos porque sí, por diversión. “Se podría decir que la humanidad ha visto mucho a lo largo de su historia. Por mi trabajo, yo solito, podría decir que he visto todo”. El sueño de servir. De ser un buen policía.
Una prostituta que se entrega a quien le de lo que necesita. “Hoy va a ser una buena noche", repite dándose ánimo. Es joven. Hace frío. Atrae a un mendigo borracho que seguro no puede pagarle. Desconfía. Él, que parece estar acabado, le muestra su dinero. Todo vale, con tal de sobrevivir. El miedo la acecha, la noche la enfrenta a una jauría de perros feroces que pueden ser el símbolo de sus fantasmas, la analogía de sueños que no se cumplen, que no llegan, que la dejan sola.
Suena la música del lejano oeste en el escenario. Todo sucede después de la puesta del sol. San Shepard, Bukowski, David Lynch pintan (como antecesores del autor) la obra de Martín Flores Cárdenas, impregnan el espíritu de Entonces la noche. Un ambiente ambiguo, inquieto, casi espeluznante, de sueños incumplidos. Y me pregunto: ¿Es esta obra un extracto de nuestra esencia como humanos? ¿Hay algo más peligroso que esta humanidad insatisfecha, que no sabe lo que quiere?
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