El análisis. Concluyó el tiempo de las distracciones
Los números de una manifestación serán siempre motivo de polémica. Pero la pregunta que corresponde hacerse es si hay otro conflicto u otro dirigente capaz de reunir la enorme multitud que ayer rezó una especie de misa cívica en la plaza del Congreso. No los hay, seguramente.
La agenda de la seguridad ha sido otra vez impuesta por la impronta de una sociedad que vive una fuerte psicosis social, acosada por asaltantes, perseguida por secuestradores.
El Gobierno debería hacer una introspección y reconocer que durante un año y tres meses estuvo mirando otra película, aturdido por la necesidad de acumular poder. La historia enseña que la resolución de los conflictos sociales es la mejor fórmula para almacenarlo. Sólo en los últimos días trató de atemperar la convocatoria de Juan Carlos Blumberg recurriendo a viejas soluciones. Las fuerzas policiales estuvieron, en casi todos los últimos años, en la órbita del Ministerio del Interior. Y el desembarco de la Gendarmería en el Gran Buenos Aires es la salida clásica ante una escalada del delito, ensayada por gobiernos de todas las extracciones. Cabe una conclusión.
La Argentina contiene una sociedad sensibilizada ante la muerte violenta, quizá como consecuencia de los años en que la vida no valió nada. La administración debería tener en cuenta, entonces, que ya casi no tiene márgenes de paciencia social como para que otro secuestro tenga un mal desenlace. Blumberg debió sortear los intentos de utilización que hicieron ambos extremos de la cimbra política. Quisieron abrazarlo los que no comulgan con el gobierno de Néstor Kirchner.
La oposición política no cuenta hoy con un dirigente ni con una estructura en condiciones de convocar a las multitudes que rodean a Blumberg. La izquierda lo combate porque no repite el credo ortodoxo de sus ideas. La ideología de Blumberg es definitivamente inasible. Su poder y su liderazgo existen porque sintetiza los miedos de una sociedad llena de temores. Punto. Cualquier otra deducción política, partidaria o electoral es un mero divertimento intelectual.
Blumberg no sería el mismo Blumberg si alzara banderas partidarias o electorales. Los que analizan los movimientos del ingeniero, de un lado y del otro, olvidan con frescura que se trata de un padre al que le mataron a su único hijo. La especulación, el resquemor y la desconfianza ocurren a partir de ese hecho dramático, que Blumberg ha evitado absorber aún, metido como está en el ojo de un huracán.
Más inútil es todavía la confrontación entre el dolor del pasado y el dolor del presente. El dolor es el dolor, y es fácil entenderlo cuando existe cierta sensibilidad en los espíritus. El sacerdote Guillermo Marcó dijo que, al fin y al cabo, es idéntico el sufrimiento de las víctimas de bandas armadas, como las de la década del 70, y las de un secuestrado actual.
La política define enemigos inevitables. Sorprende cuando un gobierno busca, hasta casi encontrar, enemigos que no tiene. Es cierto que Blumberg cometió una inexplicable descortesía cuando el viernes último canceló a última hora una cita con Kirchner. Hablaron por teléfono y Blumberg le dijo al jefe del Estado que era mejor postergar el encuentro, porque él aparecería "comprado" por Kirchner.
El Presidente es el Presidente, y Blumberg no es más importante que él, aun después de ratificar ayer su capacidad de convocatoria.
Blumberg se mostró anoche con rabia contenida. Explotó en dos momentos. Primero fue cuando confesó que habían intentado obstaculizar la concurrencia de la gente a la marcha y, luego, cuando se quejó de que las organizaciones de derechos humanos no lo acompañaron.
Esta última parte fue otro error dentro de aquel debate inútil entre el pasado y el presente. La primera parte es más interesante. El gobierno de Kirchner sospecha de Blumberg, aunque nunca lo dice de manera oficial y explícita. De hecho, lo ayudó para la formación de su fundación y nada le niega cuando éste algo le reclama. Blumberg le respondió hasta ahora con lealtad, a tal punto de haberse diferenciado de la carta de Susana Garnil por las imputaciones al Presidente.
Un favor a Kirchner
Ayer, Blumberg le hizo otro favor político a Kirchner: no lo nombró en el acto. Al Presidente no le hubiera ido bien en medio de esa multitud si su nombre salía de boca del ingeniero. Blumberg lo sabía y calló esa alusión. Pero el gobierno desconfía de Blumberg por dos razones esenciales: nunca lo controlará totalmente, como nadie ha logrado hacerlo hasta ahora, y nadie tiene como él, en la Argentina actual, capacidad para convocar a la gente común. Demasiados riesgos para la política, que todo lo piensa en términos de proyecto de poder.
La multitud de ayer ha tenido el mérito adicional de que se congregó a pesar de la intensa campaña contra los supuestos móviles políticos de Blumberg. Sin embargo, el propio ingeniero debería tomar nota de que el mejor Blumberg aparece cuando reza el credo laico de la Constitución, cuando expresa sentimientos colectivos que están más allá de la política y de las ideologías y cuando no impugna ni respalda a figuras políticas, que sólo deben ser juzgadas por el resultado de sus gestiones.
Cuando caía la tarde de ayer en la plaza del Congreso, el gobierno se encontró con otras noticias de estupor: la multitud aplaudía medidas pedidas por Blumberg que la propia administración anunció hace más de tres meses (como la reforma política) y que durmieron -y duermen- entre internas palaciegas y retraso indescifrables. El tiempo gastado en tales distracciones parece haber concluido.
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