Corazones fatigados
No es fácil pertenecer a un pueblo castigado por la improvisación. Al imponerle ese castigo se lo condena no sólo a la incertidumbre, sino también a la desconfianza.
Donde todo cambia siempre de sentido nada puede tener valor perdurable. Se volatiliza el presente, y el significado, que parecía un atributo de las cosas, las abandona, las deja inermes, expuestas a mutaciones que terminan por extenuar y desmoralizar a todos los que tienen trato con ellas.
Sí, de eso se trata en última instancia: de desmoralización. Los hombres y las mujeres vivimos hablando hoy de lo que no queremos y nos imponen, de medidas inesperadas e inconstantes que nos acorralan y nos golpean.
Hablamos como si las palabras pudieran infundir a lo que pasa algún consuelo y alguna claridad. Una consistencia y una transparencia que el corazón, fatigado a fuerza de padecer y cinchar y caer y volver a intentar, ya no es capaz de darles.
Buscamos, hablando y razonando, un techo bajo el cual encontrar algún modo de menguar tanto padecimiento. ¿Qué quieren de nosotros los que nos gobiernan y representan? ¿Quieren vernos proceder como ciudadanos cabales mientras ellos debilitan las condiciones que podrían permitirlo?
Ya no es nuestro lo que es nuestro a menos que nos resignemos a que lo administren con mano férrea y entendimiento brumoso los que no han tenido el pulso necesario para sostener el timón de la República en un rumbo de dignidad, de solidaridad, de transparencia y de progreso.
Nos resistimos a llamar política a esta burda administración de la crisis. Nos resistimos a confundir la democracia, que sin duda queremos, con la ineptitud y la desaprensión, el delito impune y la mezquindad hipócrita, con la supremacía de lo corporativo y lo fragmentario sobre el conjunto.
Caminamos por las calles de este país castigado y nos sumamos a las colas en que hoy parece consistir la condición cívica, hartos de tanto tumbo, de tanto titubeo, de tanta medida tan nueva como efímera, tan perversa como oscura.
No vamos a homologar el sentido de la palabra política con lo que de su ejercicio ha hecho una dirigencia inepta. Ni vamos a confundir su incapacidad e irresponsabilidad con la democracia.
Vamos a resistir haciendo nuestros esos dos conceptos en nombre de un futuro mejor. Vamos a aprender; estamos aprendiendo. Vamos a fundar, con el dolor acumulado y la esperanza tenaz, una sociedad que no humille a su gente. Sí, estamos aprendiendo a ser ciudadanía. A ir perfilando la dirigencia que esté a la altura del desafío moral y práctico que la hora impone.
Venimos de lejos queriendo ser Nación. Lo viejo y lo perverso van a ceder. Es la misma estabilidad y continuidad institucional la que los agota. Y al país lo haremos dentro de la ley con la piedra firme y clara de la decencia y el trabajo.