Coronavirus en la Argentina. Lavandina, cloro y trajes amarillos: cómo es la titánica desinfección en la Villa 31
La mañana huele a cloro y lavandina en la Villa 31, en medio de la dura lucha contra el coronavirus. El equipo de desinfección de la cooperativa Cristo Obrero recorre las calles y los pasillos del barrio con unas máquinas que se oyen como una cortadora de césped, pero usan la potencia del motor para rociar las paredes con una mezcla esterilizante. Aunque, desde la Organización Mundial de la Salud, cuestionan esta práctica. Indican que no es del todo efectiva para anular al Covid-19.
El grupo avanza. Todos usan trajes amarillos que los cubre desde las botas de trabajo hasta la cabeza. Usan máscaras que filtran el oxígeno, guantes rojos y anteojos. El objetivo es reducir el ritmo de los contagios, aún con el recuerdo fresco de los positivos en un merendero.
"Vamos, vamos", grita Jimena Aballe, que dirige el equipo, mientras encienden los motores y las trompas que salen de las máquinas empiezan a expulsar la mezcla y generan un estela desinfectante.
"Todo esto lo hacemos nosotros, con plata de nuestro bolsillo, el Gobierno apenas nos da un poco de lavandina. Todos tenemos miedo. Mi marido es paciente cardíaco, pero todos amamos el barrio, por eso lo hacemos, si no nadie lo va a hacer", dice Aballe, con lágrimas, en medio del caos sonoro que generan los motores.
El equipo traza un recorrido que cambia todos los días. Salen a desinfectar todas las mañanas de lunes a sábado. Los delegados de manzana también aportan la información acerca de quién tuvo coronavirus, así van a desinfectar la casa.
Tal es el caso de Nicolás, de 20 años. Él vive en la casa de su novia, junto con la familia de ella. Todos dieron positivo por Covid-19 y ahora él se quedó solo en la casa. El equipo de desinfección le tocó la puerta, entró y roció todo el interior de la casa con lavandina y cloro.
"Me quedé solo. No tengo miedo por mí, sino por la familia. Hay uno en terapia intensiva. Ahora bañaron la casa en lavandina. Todo esto ayuda. Yo estoy en cuarentena estricta y no salgo ni para hacer las compras", dice Nicolas a LA NACION, desde adentro de su casa. No puede ni asomarse porque los vecinos saben de su situación y también lo controlan. El temor se extiende por cada rincón de la Villa 31.
Luego, la tarea continua. El equipo sigue avanzando por los pasillos de la villa. Los vecinos se asoman para ver qué sucede porque el ruido es ensordecedor.
"Muchas veces nos aplauden desde los balcones porque saben que estamos haciendo esto para cuidarnos entre todos. Si no lo hacemos nosotros no lo hace nadie", dice Aballe.
Las máquinas que usan son las que se utilizaba Acumar para fumigar la vera del Riachuelo. Mientras algunos cargan con ese equipo sobre los hombros, otros empujan unos tachos de basura que contienen la mezcla de cloro y lavandina. El recorrido dura unas cuatro horas.
"No paramos, no tomamos ni agua durante las cuatro horas porque no podemos quitarnos todo el traje. Es agotador, pero es necesario, cada día hay más casos, familias enteras con coronavirus, comedores que se cierran. A cada paso hay un caso. Nos sentimos muy abandonados. Como te dije, todo esto lo hacemos nosotros con nuestro esfuerzo", relata Aballe.
Ya son las 12 y el equipo comenzó a sacarse los trajes. De a poco asoman los rostros detrás de las máscaras y los mamelucos. Todos suspiran. Por primera vez en horas reciben el aire fresco en los rostros. Las máquinas ahora están sobre el suelo. Mañana se las volverán a cargar sobre los hombros para desinfectar otras calles, otros pasillos. La tarea es titánica y está lejos de terminar. Por ahora, las mañanas seguirán oliendo a lavandina.
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