Coronavirus. Volver en medio de una guerra
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Volver a casa en medio de una guerra y en un mundo que cambió antes de que nos diéramos cuenta parecía una misión imposible. Con dos vuelos cancelados, volver al país era una meta lejana, hasta que recibí el mail del embajador argentino en Suiza, Luis Kreckler, con el anuncio de la salida de vuelo del domingo 29 de marzo.
Vuelo de Edelweiss operado por Swiss, fletado por el gobierno de Suiza y la embajada argentina, que en medio de la crisis mantuvo sin tregua el interés por la suerte de los compatriotas en suelo helvético.
El Airbus 340, con una mayoría de pasajeros médicos, en su mayoría jóvenes residentes de hospitales argentinos que viajaron a fines de enero para completar su ultima práctica en una institución europea, despegó de Zurich el domingo a las 10 de la mañana. Un aeropuerto desierto en una ciudad detenida; un tiempo entre paréntesis en el país más entrenado en medir el tiempo.
Ayer, a las 19.30, el avión tocó suelo argentino y un aplauso cerrado celebró esa mezcla de emoción y alivio que sentimos todos por estar de vuelta. Lo que vino después, anoche en Ezeiza, forma parte de un tremendo operativo montado por el gobierno de la Ciudad, con la mirada puesta en la curva de contagio. Objetivo: ganarle en velocidad al Covid-19. Que la curva ascendente sea una meseta, mantener la cuarentena y fortalecer los controles. Si es necesario, subir la penalidad. Nada será igual, nada es igual, y tenemos delante la lección europea: no hay tiempo que perder.
Personal de migraciones, voluntarios, legisladores y funcionarios del gobierno porteño forman parte de este operativo destinado a hacer de la emergencia una situación controlada, con viajeros en cuarentena, viviendo en hoteles de la ciudad y las reglas claras de un protocolo, dinámico por lo cambiante de la situación, destinado al "manejo de individuos provenientes del exterior asintomáticos". El instructivo, en una copia de cinco páginas, amaneció en la puerta de mi cuarto del hotel Feirs Park con un "set" de limpieza destinado a la higiene de las habitaciones. Un banco de plástico negro, donde los integrantes del operativo dejan la bandeja de la comida, es y será mi punto de encuentro con el mundo exterior en las próximas dos semanas. Cero contacto humano.
La única certeza en este escenario de cambio y de riesgo creciente es la velocidad y la firmeza en la toma de decisiones.
Estoy de vuelta un mes después de haber despegado en el mejor de los mundos rumbo a la feria de Madrid, inaugurada por los reyes de España en el predio ferial de Ifema el 25 de febrero. Aquel día de furor mediático, con la nube de flashes detrás de los reyes, resulta tan cercana y tan remota al mismo tiempo. La última celebración del arte contemporáneo en una año durísimo, con la cancelación de Art Basel Hong Kong, la cancelación sin fecha puesta de arteBA y la postergación de la feria de Basilea.
En los pabellones feriales camino de Barajas ya no hay lugar par el arte. El escenario del cambio son cientos de camas destinadas a paliar los efectos de la pandemia en una sociedad atacada por un enemigo invisible.
Pocos días atrás, Felipe VI con barbijo y guantes visitaba el hospital de campaña, decidido a librar una batalla sin cuartel, en una guerra despareja contra un enemigo invisible y demasiado veloz.
El 14 de marzo, el primer ministro de Francia Edouard Philippe anunció el cierre de bares y restaurantes; bajó las persianas de París y puso la marca del comienzo al confinamiento. Desde ese momento, la velocidad de la transformación ha sido vertiginosa. En dos semanas, Europa tomó conciencia, ¿tarde?, de que la cercanía en un territorio de fronteras porosas, pasaba de ser una ventaja a convertirse en un peligro serio.
Estuve en Madrid en la marcha del 8M. Materia de discusión, territorio de la polémica y objeto del clientelismo político, la marcha convocó a miles de mujeres y manifestantes que rodearon la fuente de Neptuno en el Paseo del Prado. El miedo parecía lejano. Anclado en el Norte de Italia. La altera roja estaba en Milán, en Bérgamo y en Brescia, con el ejército en las calles teñidas de luto.
¿No se había esperado demasiado? Macron habló de guerra sentado en el Palacio del Elíseo. Una semana después estaba en plena guerra en un hospital montado en Mulhouse. Con barbijo y rodeado de los jefes de las fuerzas armadas prometía mejoras para los médicos e inversiones en los hospitales públicos. Mientras las imágenes del TGV, tren de alta velocidad, trasladando pacientes lejos de París era la peor de las ficciones hecha realidad.
En esta guerra no hay tiempo para dudas, ni espacio para mentiras. El coronavirus no admite vacilaciones, tampoco relatos. Nadie está ganando nada. Todos perdemos.