Día del Padre. Cuando cada uno es ejemplo del otro
Los Giménez Zapiola, cuatro generaciones de una familia en la que priman los recuerdos y el afecto
Si a Alfredo Giménez Zapiola, abogado, de 59 años, le preguntan de qué cosas hablaba con su padre cuando era chico, pensará un rato y luego dirá que entre ellos nunca hubo un diálogo de lo más abundante. Pero dice que los recuerdos son más elocuentes que las palabras: en todas las postales de su vida está presente la figura de ese señor que la semana próxima cumplirá 86 lúcidos años, y del que guarda algunas imágenes indelebles.
Por ejemplo, cuando compró el primer auto de la familia, un Hudson color gris humo que cada mañana, junto con sus cinco hermanos, hacían arrancar a los empujones. Ellos, en pijamas, muertos de sueño y de risa; él, engominado, apretando con fuerza el embrague, pensando que otra vez llegaba tarde a Tribunales.
También recuerda las "fiestas junias", o el cumpleaños de su progenitor, que entonces duraban tres o cuatro días e incluían una tarde de cine en el Gaumont y la comida en El Palacio de la Papa Frita. El colmo de la diversión eran las siestas de verano, cuando los siete iban al Club Náutico de San Isidro, trepados a la Lambretta, una motoneta italiana de corto aliento que era el orgullo de los Giménez Zapiola. El padre manejaba; la madre, en el asiento de atrás con el menor de la familia en brazos; uno iba abrazado a la barriga del conductor; otro, al manubrio; otro, en la rueda de auxilio, y Alfredo hacía equilibrio en el guardabarros, descalzo, y miraba de a ratos la sonrisa del hombre más tierno del mundo.
A ese estado de felicidad casi permanente se irían sumando los intereses compartidos: la vocación por el derecho, el rugby, el golf, Boca y, por sobre todo eso, la fe.
Cada vez que Alfredo hijo tenía un partido, Alfredo padre estaba firme en la tribuna. Durante 16 años jugaron regularmente al golf los sábados y domingos, rito que cerraban con un copetincito en el bar del club. "Siempre tuve la teoría de que las cosas importantes de la vida no hay que hablarlas mucho. Uno las dice una vez y después no las anda ventilando -explica Alfredo hijo, sentado en el living de la casa de su padre, que con el rabillo del ojo vigila a su bisnieto Alfredito, un ciclón de cinco años que en el lapso de media hora tiró una taza de café, pateó la mesa ratona, desarmó un globo terráqueo que adornaba una repisa y amenazó con destruir el reloj de la tatarabuela.
"Valoro su honestidad, porque creo que nunca me mintió, pero sobre todo debo decir que de él aprendí a ser afectuoso con mis hijos. Yo también traté de hablar menos y estar más, siempre estar", agrega, mientras su primogénito Alfredo -de 34 años, ingeniero civil, rugbier, golfista y fanático de Boca- escucha y asiente, tratando de que no se le piante un lagrimón.
Hace un año se fue a vivir a Chile por trabajo, y aunque partió con su familia, extraña la compañía de su padre, pese a que chatean todos los días. Ahora vino por unos días a la Argentina; aprovecharon para darse una panzada de cariño: sufrieron juntos el Boca-River, jugaron al golf, y ayer por la tarde vieron todos los partidos de rugby en casa del abuelo.
"Papá conmigo siempre fue un fenómeno, un ejemplo que trato de seguir todo el tiempo. Es un amigo, un confidente. Todo lo importante que me pasa en la vida lo hablo con él", dice, y quien no contiene la emoción es Alfredo hijo, que saca un pañuelito bien planchado para secarse los ojos.
Tradición en jaque
- Una ley provincial instituyó que el 24 de agosto es el auténtico Día del Padre en la provincia de Mendoza, en conmemoración al nacimiento de Merceditas, hija del general San Martín, considerado el padre de la Patria. El gobierno local y los comercios, sin embargo, no hacen cumplir la norma: como en el resto del país, se celebra el tercer domingo de junio, siguiendo la tradición de los Estados Unidos.
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