¿Cuándo el futuro fue cierto?
El futuro siempre fue incierto, es "lo que está por venir y ha de suceder con el tiempo", allí una de sus definiciones.
Hoy lo tremendo es que es el presente quien se ha convertido en incierto, cuenta de ello nuestro estado de permanente auto observación, "el piloto automático" como estado ha caído en total desuso, como tantas otras cosas que estamos aprendiendo a extrañar, de las que antes o desechábamos o no éramos siquiera consientes.
Al aislamiento se suma el estado de control y no me refiero al que tanta prensa dedica páginas y tiempo, el control estatal, no, me refiero al peor control que existe hoy, el autocontrol, mecanismo híper valorado en otros tiempos.
El autocontrol como sinónimo de quien sabe dirigir su vida era pregonado por padres y maestros, hoy es temor al descontrol, nos hemos convertido en el primer sospechoso para nosotros mismos, vivir en estado de alerta es una manera pobre de vivir, ser consiente a tiempo completo es una empresa tan agotadora como desgastante.
Intuir que un pequeño descuido puede llevarnos a la enfermedad o a la muerte. Limpiar, desinfectar, lavar, rociar, refregar, evitar son los verbos a ejecutar.
El autocontrol como sinónimo de quien sabe dirigir su vida era pregonado por padres y maestros, hoy es temor al descontrol
Abrazar, besar, reunirse, pasear, entrenar, nadar, correr, son algunos de los verbos prohibidos de ejecutar.
Salir es tan deseado como temido, algunos, los más audaces, logran transponer el umbral de la puerta, otros llegan hasta allí para comprobar que lo único que quieren es volver al encierro y sus rutinas, los zapatos afuera, la ropa al sol o para lavar, las bolsas con las compras desinfectadas antes de ser entradas, su contenido a flotar en agua con lavandina, las manos ajadas por exceso de jabón o detergente, lavandina o alcohol, nuevo cóctel pandemia, los envases a la basura.
Barbijos, guantes, anteojos, máscaras, sombreros, viseras, todo rodeado de las preguntas inversamente banales respecto de sus posibles consecuencias:
La bolsa de super me rozo el pantalón, ¿lo lavo o puedo rociarlo con alcohol? ¿Toqué el picaporte con la mano antes de lavarla o después? ¿Rocié las perillas de la luz? ¿Qué hago con la lechuga, la comida, fraccionada, el fiambre? ¡Me rasqué cerca de la boca! Corro y me lleno la cara de jabón blanco, alcohol en los labios, ¡arde!
Vivir con miedo es vivir la mitad.
Morir de una cuasi gripe no tiene nada de épico, es una vulgaridad dentro de un cúmulo de domésticas prioridades, lo tremendo es sentir que lo que nos mantiene vivos, el aire, puede matarnos así, tan livianamente.
El coronavirus nos volvió a enfrentar con nuestra edad biológica y esta sensación de vulnerabilidad
Escribo desde mi edad de riesgo y desde el desamparo en que este virus nos dejó, el virus nos quitó un terreno que creíamos ganado, la vana sensación de que habíamos logrado correr los márgenes de la vejez y por lo tanto de la muerte.
Se terminó el "me siento como si tuviera 20 años menos".
El coronavirus nos volvió a enfrentar con nuestra edad biológica y esta sensación de vulnerabilidad, nos convierte en descartables para un capitalismo que sí podrá respirar aliviado en esta "purificación" de las cargas del estado, viejos y pobres.
* La autora es socióloga
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