Detrás de las urgencias, los grandes desafíos globales
El mundo ya no está partido en dos. No hay un bloque soviético y uno occidental, no hay un centro de gravitación capitalista ni otro comunista, como los que dominaron la vida política, económica y social del planeta en la última mitad del siglo XX.
Hoy hay fragmentación y ambigüedad. Hay dos superpotencias enfrentadas, no por la ideología sino por la lucha por el poder económico, militar y tecnológico; sin embargo, esa rivalidad está lejos de regular el mundo, por ahora.
Después de entusiasmarse, al inicio de este siglo, con un boom de integración, el planeta se atomiza y a los líderes les cuesta cada vez más encontrar soluciones conjuntas a los desafíos globales, desde el cambio climático hasta la desigualdad y las migraciones o las guerras regionales. Es, según los especialistas, una recesión geopolítica.
Tampoco existe ya el envión de Asia que aceleró el auge de las commodities y ayudó a despertar las economías de América Latina. La región está aletargada, casi no crece; apenas lo hará 0,2% este año contra un 3,9% de los otros países emergentes del mundo.
El contraste es agudo y así también se insinúa el futuro: los pronósticos describen una región que no despega y apagan cualquier sueño de regreso de la bonanza que tanto entusiasmó a los latinoamericanos en la primera década y media de este siglo.
Fragmentación, recesión geopolítica y desaceleración global son, ya de por sí, escenarios peligrosos para una Argentina desesperada por encontrar apoyos internacionales para aliviar el peso de su deuda, recuperar algo de crecimiento económico y revertir, a largo plazo, los males que hacen temblar la estructura del país: pobreza desbocada, desempleo obstinado, educación y salud en baja y producción de poco valor agregado.
Los pronósticos describen una región que no despega y apagan cualquier sueño de regreso de la bonanza que tanto entusiasmó a los latinoamericanos en la primera década y media de este siglo
A esas amenazas se les suman hoy otras igual de riesgosas: el desgaste democrático de la región, la rebelión callejera en países vecinos, la impaciencia social ante la sordera e impunidad de los líderes, la conectividad total que acelera tiempos y reacciones y polariza discursos. Son malestares dramáticamente actuales, de difícil solución y de impacto aún muy incierto, que renuevan la pesadilla de 2001 o de los estallidos en otras naciones.
Precisamente, navegar por esa turbulencia social sin hundirse o quedar a la deriva es la misión más urgente de la Argentina y de su nuevo gobierno en el corto plazo, no solo para evitar que la chispa de la rebelión y del malestar incendie también las calles del país sino para impedir que la región sea dominada por un espíritu de pesimismo, descontento y desesperanza que la haga perder décadas -como ya lo hizo en los años setenta, ochenta y noventa- y la aparte del resto del mundo.
Una América Latina excluida del mundo reforzaría los males que la atormentan hoy. Los inversores ya miran con recelo y dudas los conflictos que serpentean la región mientras la economía de Chile sufre por las protestas. Si eso sucede en el país que, hasta hace poco, era el alumno estrella, el resto de las naciones tendrá un camino mucho más difícil en el caso de que la rebelión se generalice.
Blindar a la Argentina de la chispa de la revuelta será el desafío que la región le presentará de inmediato al nuevo gobierno. Allí importará, claro, la política doméstica y, sobre todo, la estrategia exterior del próximo presidente, no como arma ideológica para contener la propia interna de gobierno sino como herramienta para construir consensos y calmar a América Latina, desde Venezuela y Nicaragua hasta Bolivia.
Blindar a la Argentina de la chispa de la revuelta será el desafío que la región le presentará de inmediato al nuevo gobierno
Esas ya no son crisis internas. Son conflictos que saltan fronteras de cada vez más maneras -con migraciones, contagios sociales y económicos o grietas políticas- y que, además, empañan la imagen externa de la región y ahuyentan las oportunidades.
Dos dirigentes cruciales
Desacoplar la política interior de la exterior le será también útil a Alberto Fernández para tratar con los dos dirigentes cruciales para la Argentina, Jair Bolsonaro y Donald Trump. Como Fernández, ambos también tienen discursos ideologizados y usan la política exterior para alimentar sus bases electorales. Pero el nuevo presidente argentino está bastante más necesitado que los otros dos líderes: Brasil es el socio fundamental de una Argentina con muy pocas alternativas comerciales hoy, y Estados Unidos tiene la principal cuota de voto en el FMI, una influencia indispensable en la renegociación del acuerdo.
Resguardar esas relaciones para proteger el Mercosur y, en definitiva, la economía argentina no le será ni fácil ni barato a Fernández. Ambos frentes lo desafiarán con compromisos en temas sensibles en su armado político: la baja de aranceles y la postura sobre Venezuela. El presidente electo deberá transformarse en un equilibrista.
Desacoplar la política interior de la exterior le será también útil a Alberto Fernández para tratar con los dos dirigentes cruciales para la Argentina, Jair Bolsonaro y Donald Trump
También tendrá que apelar a malabares para ubicarse ante un dilema que hoy prácticamente enfrenta cada gobierno del planeta: Estados Unidos o China. Por ahora, la rivalidad de las megapotencias no llegó al punto de presentarse como una opción excluyente, pero pronto lo será, al menos en algunos temas. Lo sabe ya el Brasil de Bolsonaro, bajo una fuerte presión de Washington y Pekín para que elija uno u otro sistema de 5G al licitarlo el año próximo.
La Argentina necesita hoy a China y a Estados Unidos, no puede darse el lujo económico de prescindir de uno u otro, y, mientras pueda, la acrobacia diplomática será crítica para el nuevo presidente.
El 5G es solo una de las patas de la tecnología que conducen hoy al mundo a una nueva era de automatización, capaz de cambiar la forma en la que la humanidad trabaja, estudia, organiza su economía, se relaciona con sus gobiernos o con sus familias. La disrupción de la era de la inteligencia artificial amenaza con ser total.
Las urgencias del nuevo gobierno son muchas y la Argentina entera sufre al compás de esos desafíos. Pero también se estremecerá mucho y no muy lejos en el futuro al ritmo de procesos más profundos, como la disrupción tecnológica o el cambio climático. Preparar al país para esos fenómenos será incluso más crucial que renegociar el acuerdo del Fondo o recomponer la economía argentina; su impacto tiene consecuencias imprevisibles. Hacerlo será ciertamente bastante más trascendente que teñir de ideología el lazo con el mundo.
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