"Dios permita que lo saquen vivo", dijo la madre del marino
La familia de González, en Salta y Jujuy, tiene esperanzas
PAMPA BLANCA, Jujuy.- "A los nueve años me dijo: «Papá yo quiero ser eso, cuando vio una foto de militares»", relató Pedro Pablo González, padre del suboficial de la Armada, Eduardo Teófilo González, de 35 años, cuyo rescate se procura en la Antártida.
La entrevista, en la que está con su esposa, María Fermina Teseira, y sus otros hijos, por momentos se interrumpe cada vez que la televisión da alguna noticia.
Por la tarde, en la capilla de San Roque, frente a la plaza Cazadores de los Andes, el padre Daniel Vaca ofició una misa en la que exhortó "por la fe a tener la llama encendida de la esperanza" para poder "rezar con el salmista agradeciendo al Señor que hizo maravillas".
La familia estaba allí presente y numerosos vecinos de este pueblo de 2000 habitantes, situado a 45 kilómetros de la capital jujeña, se sumaron para orar para el final feliz de esta historia. "Todos se nos acercan a apoyarnos espiritualmente", dijo Pedro Pablo.
El sábado, su nuera, Mónica Cachambí, esposa del marino, llamó para contarles del accidente y desde entonces están pendientes de las noticias, único modo de saber, pues hasta ayer a la tarde la Armada no se había puesto en contacto con los padres.
El suboficial González con su esposa y sus hijas Yanina, de 10 años, y Florencia, de 7, residen habitualmente en Punta Alta, cerca de Bahía Blanca, pero Mónica y las pequeñas ahora fueron a Buenos Aires con un familiar para esperar, contó Roberto Cachambí, padre de Mónica, en Salta.
"Tuvo un intenso entrenamiento para ir a la Antártida, casi un año de preparación con el objetivo de avanzar en su carrera militar", agregó el suegro.
Muy preparado
La familia vive en Pampa Blanca, Jujuy. Eduardo es el tercero de seis hermanos. Son mayores Juan y Víctor y menores Pedro, Aníbal e Isabel que con Margarita, una de las nueras, están acompañando la vigilia.
A los 16 años, luego de difíciles exámenes ingresó a la Escuela de Mecánica de la Armada y al egresar estuvo en Puerto Belgrano, participó de las operaciones en el Golfo Pérsico en el crucero Almirante Brown y últimamente revistaba en Punta Alta.
Su madre remarca: "Es la vocación de Eduardo, es lo que siempre quiso", pero por momentos le invade la inquietud.
"¿Por qué tardan tanto? Ayer rescataron a tres. Ha pasado mucho tiempo, ya deben estar por llegar. Ojalá que Dios permita que todo salga bien y que lo puedan sacar vivo", se ilusiona.
Uno de los presentes le recuerda las palabras del sacerdote en la misa de ayer. "Que Dios lo oiga", suspira la mujer y recuerda que fue "voluntad de él" ir hacia el continente blanco.
Toda la familia trabaja en tareas rurales, la casa paterna está frente a la plaza, pero es modesta. Sólo Eduardo eligió un camino distinto y no todos los años puede volver a su pueblo. En octubre pasado sus padres fueron a visitarlo a Punta Alta.
Pero Eduardo siempre está comunicándose, sobre todo por Internet y desde la base Jubany mandó mensajes contando que estaba bien. "Sí, hace frío, pero estamos peleando el frío y estamos bien cuidados", les decía.
Les mandó a sus padres desde allí dos fotos a color de él con su uniforme anaranjado en medio de la nieve. La madre muestra otras fotos de cuando era más pequeño.
A pesar del paso de los días y la falta de noticias, la esperanza los mantiene atentos y confiados en que verán bien a su hijo.
Nacido en un pueblo rural
- PAMPA BLANCA, Jujuy.- Este es un pueblo de aspecto humilde, mucha tierra por las calles sin pavimento, de 2000 habitantes. Salvo una planta procesadora de porotos, la actividad principal es la agricultura. Está a 45 kilómetros al sur de Jujuy, a la vera de la ruta nacional 34. Tiene una escuela, Patricias Jujeñas, con 627 alumnos y el edificio data de 1887, pero está bien cuidado por los aportes de una fundación y cuenta además con un colegio secundario. Allí viven los padres del suboficial Eduardo Teófilo González, que no se despegan de la televisión ni del teléfono ni un minuto, mientras aguardan noticias de su hijo, sumergido en una grieta antártica de más de 200 metros de profundidad, a menos de 30 grados bajo cero.