Distinguieron a un cabo como el mejor policía bonaerense
LA PLATA.- El cabo primero Diego Enrique Chávez, de 29 años, nunca olvidará el miércoles 21 de noviembre último: casi muere asfixiado mientras sacaba menores de los calabozos en la comisaría 2a. de Avellaneda, que habían quedado atrapados en un incendio provocado por ellos.
Por haber salvado la vida de los adolescentes, ayer a las 19, durante la ceremonia del 121er. aniversario de la policía bonaerense, el gobierno y el Senado provincial otorgaron a Chávez el premio Policía del Año.
Aquel miércoles, Chávez desayunó con su mujer, María del Pilar, y con sus hijas, Solange, Melany y Anabella, y se fue de su casa de Burzaco, para ir a la seccional.
Entró en la dependencia minutos antes de las 9, y enseguida ocupó su puesto: ayudante de guardia. Oyó algunas quejas de los diez menores alojados en los calabozos. Protestaban por la cantidad y la calidad de la comida enviada por el Consejo del Menor provincial.
Pero estos reclamos -que Chávez considera legítimos- no fueron interpretados como el prefacio de una revuelta.
Las quejas son comunes en los calabozos, y en un primer momento no hubo signos de violencia.
La cosa cambió por la tarde. Las protestas se hicieron más insistentes, y el aire se volvió más pesado. Hasta las 19.30, cuando los presos resolvieron actuar: juntaron colchones y los prendieron fuego.
El rescate
Las llamas y el humo anegaron los calabozos en pocos segundos. Los menores gritaban y tosían. Chávez abrió las puertas, sacó a un preso y volvió para rescatar al segundo. Hizo lo mismo con un tercero y un cuarto, al que alzó en sus hombros porque se había desmayado.
Luego, Chávez se desplomó. El monóxido de carbono caliente le había provocado un principio de asfixia y quemado las vías respiratorias. Fue internado en el hospital Fiorito, como los cuatro menores presos: dos acusados de homicidio y los otros dos, de robo calificado.
"Estaba más para el arpa que para la guitarra. Pero salí de ésa. Estuve cuatro días en el hospital... Las nenas casi se quedan sin el padre", dijo a LA NACION, con una voz que parece demasiado ronca para su complexión: 1,70 metro y 63 kilos. "Así me quedó la voz por el incendio. Mañana tengo turno con el médico", dijo.
Durante esos cuatro días -contó- su familia lamentó que él fuera policía. Sus padres, Diego y Teresa, habían intentado por todos los medios que su hijo eligiera otra profesión. Tal vez aquel miércoles pensaron que debieron insistir más.
Todo por 500 pesos
A su esposa tampoco le convencía, especialmente porque no era la primera vez que arriesgaba la vida, por 500 pesos que le paga la fuerza más otro tanto que cobra por las horas adicionales que hace en una fábrica de la zona cuando está de franco.
Seis meses antes, en otro incendio durante un motín, también había rescatado a dos adolescentes acusados de matar a un policía. Esa vez, la situación no fue tan crítica, pero se quemó con la reja y los barrotes quedaron grabados para siempre en su espalda.
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